Barcelona

El circuito de la Vuelta, la fiesta de los turistas

Los visitantes de Barcelona tuvieron una fiesta popular gratis con la contrarreloj por equipos que abrió la ronda española 2023 en las calles de la capital catalana

Los corredores del equipo Ineos pasan por la calle de Roger de Llúria de Barcelona.

Los corredores del equipo Ineos pasan por la calle de Roger de Llúria de Barcelona. / S. L- E.

Sergi López-Egea

Barcelona, venga o no la Vuelta a España, es territorio turista un sábado del mes de agosto. Si te sientas en una terraza, por ejemplo, en la calle de Roger de Llúria para ver en acción a los ciclistas, sólo escuchas lenguas extranjeras, mucho francés, por cierto, o castellano con acento latinoamericano. Los de la tierra o están en la playa o de visita a alguna ciudad competencia de la capital catalana.

Si, además, llevas el recorrido de la carrera ciclista por los enclaves de los monumentos enseguida la Vuelta sirve como una fiesta extra a quienes pasean buscando la foto de la casa Batlló o La Pedrera. O sea que es la Vuelta de los guiris, con los hoteles llenos y un aliciente mientras se hace cola para conocer el interior de cualquier obra de Antoni Gaudí.

De hecho, al Ayuntamiento de Barcelona, responsable de que la ronda española de 2023 haya empezado en su término municipal, lo que quería es lo que consiguió: imágenes de televisión, el helicóptero de TVE sobrevolando los cielos de la ciudad y desde allí, aquellos futuros turistas, que ven la carrera ciclista desde sus casas, desde cualquier punto de Europa, tuvieran una especie de descarga en plan escalofrío, piel de gallina (o gallina de piel como decía Johan Cruyff) pensando ya en un próximo viaje para ver en vivo y en directo los monumentos que contemplan en sus pantallas mientras los corredores se esfuerzan sobre la bici yendo tan agachados que es imposible que vean algo más que el trasero del compañero que llevan delante.

Un gran escenario

Una contrarreloj por equipos quizá no tenga la trascendencia deportiva de una ‘crono’ individual y, siendo la primera etapa, la general resultante nada tendrá que ver con la definitiva del 17 de septiembre en Madrid, donde acabará la Vuelta. Pero, sin duda, es el escenario para disfrutar más del paso de los corredores, porque la estampa de un grupo de ocho ciclistas yendo a rueda, en las rectas a 60 por hora, es impresionante, el arte hecho deporte. Y, encima, como había 22 equipos, que pasaban cada 4 minutos, no había tiempo para aburrirse, como sucede, en ocasiones, en las contrarrelojes individuales, que se hacen muy largas entre el discurrir de los primeros, que no se juegan nada, y los favoritos que son los últimos en partir.

Por eso, era una apuesta segura, una fiesta ciudadana, porque, de lo contrario, no se corta Barcelona en plan bestia, como nunca se había hecho y mucho más allá de lo que sucede cada año con el maratón. ¿Molestias? Siempre hay algunas, aunque las emergencias siempre están dispensadas. Pero con la ciudad vacía de vecinos, con el transporte público funcionando por el subsuelo de la ciudad, no pasaba nada por llevar a los mejores ciclistas del mundo a las calles de la capital catalana, un pequeño sacrificio por un día, pero con una repercusión inmensa, que será todavía mayor cuando dentro de dos o tres años el Tour coja el testigo de la Vuelta para convertir a Barcelona todavía más en la capital mundial del ciclismo. Y con carriles bici, ahora que muchos ayuntamientos españoles, con el cambio de gobiernos municipales, empieza a recortarlos con la teoría equivocada de que dificultan la circulación de los coches.