CRÍTICA DE CINE | “Almas en pena de Inisherin”

El mundo en un grano de arena

A Martin McDonagh le bastan cuatro personajes para plantear cuestiones tan trascendentales como qué hacemos con nuestra vida, o qué hacen de ella los demás

Escena de “Almas en pena de Inisherin”

Escena de “Almas en pena de Inisherin” / Searchlight Pictures

Carmen Villar

Carmen Villar

Blake supo ver el mundo en un minúsculo grano de arena y cineastas como Martin McDonagh (“Tres anuncios en las afueras”) son capaces de describir los motores del corazón humano y de la civilización que ha orquestado fijándose solo en una pequeña isla. “Almas en pena de Inisherin” es un tratado completo de psicología y de sociología condensado en menos de dos horas. Le bastan cuatro personajes para plantear cuestiones tan trascendentales como qué hacemos con nuestra vida, o qué hacen de ella los demás, y los criterios que guían nuestras decisiones.

Una isla, un microcosmos cerrado, es el lugar idóneo para hacer el experimento. Todo está ahí y a su vez existe un mundo fuera que reclama la atención de sus habitantes, bien como telón de fondo de su propia existencia o bien como el lugar en el que imaginar una alternativa vital.

Hay mucho de Beckett en los disparatados, pero certeros, diálogos que casi desde el principio desconciertan al espectador cuando Pádraic (Colin Farrell) se empeña en saber por qué deja de hablarle su mejor amigo, Colm (Brendan Gleeson). Pero es que la vida, en general, tiene mucho de absurdo, sobre todo ciertos conflictos. En el fondo, esa capa sociológica de la obra analiza un importante efecto colateral de vivir en sociedad sobre la libertad: somos nosotros mismos hasta que las circunstancias nos cambian. Ambos intérpretes resultan decisivos a la hora hacer de “Almas de Inisherin” una película difícilmente olvidable.

Pero la propuesta de McDonagh, que vuelve a confiarle el peso ejecutor al dúo que tan buena química mostró en “Escondidos en Brujas” y que sabiamente equilibra humor y tristeza sobre paisajes ariscos y vacíos que enfatizan la soledad de sus personajes y que destacan, si cabe, su talento, va más allá todavía. Toda la película funciona como alegoría del absurdo de la guerra civil irlandesa, telón de fondo constante de la obra. Tan absurda como dos amigos que dejan de serlo sin razón.