Un gobierno a la deriva. El escándalo continúa

Francisco Hernández Vallejo

Si hacemos un somero repaso a los sucesivos gobiernos de Pedro Sánchez, podremos observar que la formulación de leyes cabalga de forma exclusiva sobre el mantenimiento de un cargo y un poder personal.

Se asiste a una demolición, no solo del PSOE, sino de los cimientos del Estado y de una ejemplar transición. Poco le importan al presidente los enormes efectos colaterales sobre la credibilidad institucional, sobre la ejemplaridad de un partido clave en la Transición y en los avances sociales y políticos. Todo ha quedado relegado a mantener una presidencia fundamentada en el manoseo de la ley y en la renuncia a todos los principios que consagra un Estado de Derecho.

Con ser grave el asunto de las mascarillas y sus derivaciones que, no nos engañemos, ha salpicado a los dos grandes partidos y que pone al desnudo la más flagrante práctica del nepotismo y la elección de amigos carentes de formación para ocupar cargos relevantes, el asunto amnistía se va envenenando más que una falta lanzada por Roberto Carlos.

No ha tenido bastante el presidente en aprobar leyes como la del “solo sí es sí” para, después del desastre de su aplicación, intentar revocarla sin asumir ningún tipo de responsabilidad. A renglón seguido, reforma del Código Penal para reformar la malversación a la carta de los malversadores con el único fin de conseguir sus votos. Y, por último (o penúltimo), preparar una ley de amnistía para que Puigdemont regrese a España en olor de multitud.

Esto último ha sido la gota que ha desbordado el vaso de la paciencia ciudadana y de su propio partido con el agravante de que tanto Junts como su “gurú de Bruselas” continúan la hoja de ruta independentista, afirmando que si no hay referéndum se volverá a la vía unilateral.

Las consecuencias sobre la cohesión territorial son demoledoras al igual que sobre el Estado de Derecho y la independencia del Poder Judicial ya que se ningunea al Tribunal Supremo, con sentencias firmes y bien fundamentadas. Estamos en la antesala de la suplantación de la justicia desde el poder ejecutivo, sin más amparo que los votos destinados a que el presidente siga en la Moncloa.

El resultado electoral en Galicia, la contestación creciente de una parte significativa del PSOE, la apertura por el Supremo de una causa por Terrorismo contra Puigdemont y, ahora, la “trama” de las mascarillas, deberían poner al presidente en una actitud reflexiva si de verdad prioriza la integridad territorial y la honorabilidad de las instituciones.

Tiene en su mano obtener a través de una convocatoria electoral el respaldo a sus tesis y a sus reformas legales e incluso constitucionales, pero con un programa que recoja todo aquello que escondió en el anterior para burlar a su propio electorado.

D. Pedro Sánchez no es un presidente ilegítimo como un sector de la derecha mantiene como estribillo; es simplemente un presidente que miente de forma compulsiva, al que no le importa renegar de unos principios que mudan según sople el viento. No es ilegítimo, pero no es fiable.

Con semejante panorama, debe convocar elecciones y jurar o prometer el programa que presente; sin trampa ni cartón. Luego que pacte con quien su señoría considere.