Programa “Salvados: Jesuitas 87”

Enrique J. Orio Rodríguez

Hablo como exalumno hijo de exalumno de Jesuitas (nacido en 1963 y mayor por lo tanto que el Sr. Fernando González, “Gonzo”, 1976). Yo hablo solo en mi nombre. Yo no soy representante de ninguno de mis compañeros. No estoy autorizado para serlo, aunque quiero pensar que muchos de ellos (y de ellas, bien procede aquí la distinción) estarán de acuerdo, siquiera en parte, con la reflexión que voy a hacer y que tiene que ser breve.

Y quiero decirlo ya de entrada: el día 1 de octubre de 2023 el Sr. González, en concurso con otros dos exalumnos, conscientemente y con abuso, sentados los tres a la mesa en no sé qué bar y ante toda España, con explícita concordia e implícito regocijo, infamaron el nombre de la Compañía de Jesús, el de su colegio de Vigo, el de sus profesores y hasta el de sus alumnos, a los que en modo alguno podían ni pueden representar, como sin embargo pretendieron. Han conseguido convertirnos a todos en sospechosos de haber cometido abusos o de haber sido abusados; de insultar o de haber sido insultados; de golpear o de haber sido golpeados y, en fin, en reos de la vileza de ocultarlo y de callarnos. Nuestros padres aparecen ahora como ingenuos idiotas que entregaban un dineral todos los meses por enviarnos al colegio más caro y prestigioso (y por entonces eran raros los hijos únicos), en el que, a cambio, no recibíamos más que malos tratos, desprecios y la peor educación posible.

“La letra con sangre entra” era el lema, dicen ellos. ¡Falso de toda falsedad!, digo yo. Verdad es que se exigía un nivel académico alto, ¡naturalmente! ¡cómo no!, pero jamás a base de golpes o insultos ni tampoco de onerosas imposiciones. Muy al contrario: longum est iter per praecepta, breve et efficax per exempla, reiteraba el P. Albarrán S. J. (COU, 1980-81). Nos permitieron la diversidad de opinión, nos dejaron expresarla, nos estimularon el ejercicio de la razón y hasta del debate político. ¡Cuántas discusiones no habremos mantenido en aquellos años de la Transición, hoy tan denostada por algunos! Yo fui testigo activo de aquella realidad.

Sí, el Sr. González y yo, con algunos años de por medio, frecuentamos las mismas aulas y supongo que compartimos unos cuantos profesores, muchos de ellos excelentes, padres, hermanos y seglares. Sin embargo, nuestra visión del colegio difiere por completo. La mía es positiva, la suya negativa. Yo gano, él pierde.

La gestión, hoy, de los graves hechos denunciados en su programa está reservada, ellos sabrán cómo quieren hacerlo, a quienes afirman haberlos padecido. Pudieron, más aún, debieron haber recurrido a los tribunales, que es donde resulta propio y deseable que se diriman semejantes actos. El “enigmático” enfermero fue enseguida expulsado de la orden y usted no lo sabía Sr. González. Bueno, pues ahora ya lo sabe. Y entérese también: de los delitos responden solo sus autores, los cómplices y los encubridores. El barro que usted trata de expandir, de ninguna manera puede salpicar a otros que nada tuvieron que ver con tan deplorables sucesos, pero que, sin embargo, si es que no han muerto ya, escuchan inermes y con impotencia sus nombres entreverados confusamente en el singular relato que usted ofrece. E imagino que entenderá, que entenderán todos, menos aún debería alcanzar la suciedad a quienes éramos las presuntas víctimas y que, no habiéndolo sido ni por asomo, nos vemos ahora perturbados a causa de su comportamiento caprichoso, visceral e irresponsable.