Haced cónsul a un gallego

Segismundo García Valverde

En algún momento de la década de los cincuenta, Camilo José Cela dejó por escrito su sorpresa tras haber leído, entre partes de guerra repletos de lejanos nombres asiáticos, que el alcalde Hanoi se apellidaba Pereira. No pudo evitar sentir orgullo por el “ciudadano Pereira”, y fantaseó con la idea de que el alcalde de Hanoi, que es una ciudad que tiene su importancia, fuese originario de Terras de Burón, en Lugo.

La misma sorpresa nos llevamos y el mismo orgullo sentimos muchos gallegos cuando leemos que Alfonso Gómez, otro paisano, va a ser investido en junio alcalde de Ginebra, una ciudad que también tiene su importancia. Quizás en este caso los caminos del Señor sean algo más escrutables, pues Gómez pertenece al colectivo de los más de cuarenta mil emigrantes gallegos en Suiza. Una cifra llamativa que explica la alta frecuencia de los vuelos directos entre Galicia y el país helvético, y también la rica flora de sucursales bancarias y matrículas foráneas que uno se encuentra en los pequeños pueblos de la Costa da Morte.

Ellos, los gallegos en Suiza, son una de las grandes ramas del árbol de la galeguidade, que se extiende en ramificaciones capilares por todos los rincones del planeta, y quizás hasta un poco más allá. Cela, que también era gallego, incorporó su relato sobre Pereira al recopilatorio ‘Café de artistas y otros cuentos’, y en él incluyó una cita medio apócrifa pero no por ello menos acertada: “Haced cónsul a un gallego, que él se buscará el consulado”.