No opines fuera del tiesto
Virginia R. Mateos
Vivimos en un mundo en el que si alguien discrepa del pensamiento oficial y único es calificado de “retrógrado”, “carca”, “negacionista”, “facha” o “reaccionario” (en el mejor de los casos).
Cualquier comentario, opinión o pensamiento que se aleje lo más mínimo de los postulados reglamentarios es borrado o silenciado y si no es posible, es atacado virulentamente por las hordas progresistas que se encargan de amedrentar a cualquiera que pudiera manifestar un minúsculo atisbo de crítica al “sistema”.
De esta manera, no se puede poner en tela de juicio ni el aborto, ni la eutanasia, ni la fecundación in vitro, ni el feminismo exacerbado, ni la propaganda LGTBIQ+, ni el cambio climático, ni la educación diferenciada, ni la libre elección de lengua, ni la rebaja de impuestos, ni la teoría de la evolución.
Ya hemos visto en Castilla y León la que se ha montado por proponer que la madre pueda ver una ecografía de su hijo; a punto han estado de tener que convocar elecciones por este tremendo “ultraje” a la mujer.
Si alguien habla de respetar la vida de los enfermos y ancianos moribundos es un insolidario porque no le importa el sufrimiento de los demás.
Ni se te ocurra decir que un menor no tiene la capacidad, ni la mente, ni el cuerpo formado como para tomar la irreversible decisión de cambiar de sexo, porque te tachan de homófobo.
No digamos nada, si afirmas que en invierno sigue haciendo mucho frío y que en verano hace calor, porque nunca dejará de haber quien diga: “No como antes”. A partir de ahí eres un total negacionista.
Si dices que la presión fiscal en España es una barbaridad y que tendrían que bajar los impuestos, aparte de ser un auténtico facha, es que quieres hundir la sanidad y la educación. Si sugieres que no debería haber inmigración ilegal, eres un racista. Si utilizas el español porque es más útil que las lenguas “autonómicas”, eres un inculto.
Y así, casi, hasta el infinito.
Los derechos, opiniones y argumentos de la derecha, conservadores y liberales no son válidos ni en redes, ni en los medios, ni en conversaciones, ni en grupos de WhatsApp. O te callas o te silencian. Ya se ve que los “intolerantes” somos nosotros.
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