Opinión | Con lo bien que iba todo

Santiago Romero

I Robot

¿Cómo no lo había visto? ¡Qué tipos tan listos, quien quiera que sean!

Soñamos el futuro con robots de aspecto humanoide –hechos de lata más o menos refinada– que hacen todo tipo de tareas. Inventamos mecanismos imposibles con acelerómetros, rótulas y contrapesos diversos para tratar de que los androides se parezcan a nosotros, caminen como nosotros, salten, corran y hasta hablen como nosotros. Una tarea difícil porque en el equilibro del bípedo intervienen multitud de fuerzas encontradas y factores externos que se compensan y se destruyen mutuamente. Esto lo saben bien los de Boston Dynamics, unos americanos que llevan tiempo cableando motorcitos y engrasando bisagras para que sus robots –uno humano y otro perruno– progresen adecuadamente. Y lo hacen bien, cualquier día uno de esos cacharros les da una alegría y trae dinero a casa.

Pero alguien más listo se detuvo a reflexionar momentos antes de empezar a soldar. No necesitamos construir un robot de aspecto humano, tenemos uno que anda, corre, habla, huele, toca, e incluso piensa como los humanos: el humano. Basta con que consigamos que deje de pensar y tendremos el mecanismo perfecto con las características físicas que buscamos y las habilidades intelectuales que nos convienen.

No se trataba de construir, sino de eliminar aquello que molestaba en lo ya construido. Muy ecológico.

El soporte ya estaba inventado solo había que parasitarlo.

Hay ocho mil millones y subiendo. Se mantiene por su cuenta. Mas rápido, más barato.

Pon en su mano un ordenador chismoso, que te sople qué hace, donde está, qué ve, qué come, cuando duerme, con quién anda... y podrás controlarlo: hará lo que le digas.

–¿Qué más se puede pedir?

–Dile que te pague una cuota mensual

–¡Genial!

¿Y tú me lo preguntas? El robot eres tú.

Suscríbete para seguir leyendo