La OTAN no gana para sustos

Joaquín Rábago

Joaquín Rábago

La indiscreción del canciller federal alemán Olaf Scholz, sumada a la imprudencia de altos mandos de su Ejército del Aire, han indignado a sus aliados de la OTAN porque corroboran abiertamente las acusaciones del Kremlin.

Primero fue el socialdemócrata Scholz quien, para justificar su resistencia a enviar los misiles de crucero Taurus que quiere Kiev, dijo que ello requeriría la presencia de personal técnico alemán en suelo ucraniano como ya ocurre con los misiles de británicos y franceses.

Las declaraciones de Scholz, que indignaron al Ejecutivo de Londres, dejaban bien claro algo que la OTAN ha negado siempre, la implicación directa de personal militar de Occidente en la guerra de Ucrania.

Más grave si cabe es la conversación interceptada supuestamente por el espionaje ruso entre varios altos mandos de la Luftwaffe (Ejército del Aire alemán) en la que se habla de cómo colaborar con los ucranianos en un ataque al puente que une Crimea con Rusia.

El arma utilizada serían los Taurus, esos misiles de crucero que Scholz parecía resistirse, dado su largo alcance, a poner a disposición de Ucrania pese a las fuertes presiones de los halcones dentro de su Gobierno de coalición con Verdes y liberales y de la oposición cristianodemócrata.

La escucha de la conversación entre el teniente general e inspector jefe de la Fuerza Aérea alemana, Ingo Gerhartz, el jefe del Departamento de Operaciones, Frank Graefe, y otros dos altos mandos fue posible porque el segundo se encontraba en Singapur y se utilizó una línea telefónica que no era segura.

Los interlocutores hablan de cómo y dónde formar durante los meses necesarios al personal ucraniano que fuese a participar en el ataque al puente o alternativamente a bases militares rusas.

También del número de misiles que se necesitarían para tal operación: como mínimo una veintena dada la anchura y solidez del puente, y de cómo transportarlos hasta su destino.

Discuten asimismo sobre el tipo de aviones en los que se montarían los Taurus –seguramente los Dassault Rafale franceses– y de la forma de evitar que se descubra la participación directa de personal de la Luftwaffe en tan compleja operación.

El puente de Kerch es en realidad una pareja de pasos sobre el estrecho del miosmo nombre que utilizan el tráfico rodado y el ferroviario y que ha sido, desde su inauguración en 2018, objeto de dos atentados que causaron fuertes daños materiales, así como muertos y heridos entre civiles.

La destrucción parcial del puente, que tiene una longitud de casi 18 kilómetros, podría cortar o limitar al menos temporalmente los suministros a las Fuerzas Armadas rusas que combaten en Ucrania.

Tras revelarse esa conversación, la portavoz del ministerio de Exteriores ruso, Maria Zajorova, afirmó que “la guerra híbrida contra el pueblo ruso desatada por Occidente está en plena marcha” mientras que el secretario del Consejo de Seguridad de Rusia, Nikolai Patruschev, dijo que los ataques al puente “convierten a EE UU y sus aliados en patrocinadores del terrorismo”.

La pregunta que hay que hacerse es la de si el canciller Scholz conocía esos planes de su cúpula militar, es decir si controla al ministerio de Defensa, que preside su correligionario Boris Pistorius, y si mintió al asegurar que no haría como los británicos y franceses con sus misiles Storm Shadow y Scalp.

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