Preguntas acerca de la identidad

Julio Picatoste

Julio Picatoste

Cuando era niño me preguntaba qué ocurriría si mi “yo”, esa percepción de uno mismo que hallamos en el tuétano de nuestra consciencia, era trasplantado al cuerpo de mi amigo Luis, de manera que pasase a vivir en él y en sus circunstancias (padre, madre, hermanos, hogar). ¿Seguiría siendo yo, pensando y sintiéndome como tal? ¿O acaso mi paso a la nueva situación me haría ser y sentir como Luis se siente, de modo que yo habría dejado de ser el yo mío y conocido? Obviamente, no lo verbalizaba exactamente así, pero sí lo pensaba nítidamente así.

Me encuentro ahora, al cabo de los años, con que el filósofo Theodore Sider reflexiona sobre esta posibilidad al tratar de dilucidar en qué consiste la identidad de las personas. Es cuestión que ha interesado a no pocos filósofos. Se trata de saber cuál es la esencia intransferible de nuestro yo, cuál la substancia íntima de nuestro ser, la que modela nuestra identidad a lo largo de nuestra existencia.

¿Soy el mismo de hace 40 años, por ejemplo? He cambiado físicamente, de modo de pensar, de forma de reaccionar ante los mismos estímulos, he ampliado mi caudal de conocimientos, he acumulado experiencias. ¿Con todo eso puedo, de verdad, decir que soy el mismo del pasado? ¿Qué define mi identidad? ¿Hay una identidad medular permanente e inmudable que da continuidad a mi ser, y hace que, pese a las alteraciones y mudanzas, siga siendo el mismo? ¿O necesariamente tengo que pensar que, después de tanto cambio, soy ya otro?

El hombre es una realidad dinámica. Hay una curiosa dualidad de dimensiones en el hombre, dinámicas contrapuestas a las que se refería San Pablo en una de sus cartas a los Corintios: por una parte –decía– está nuestro hombre exterior que se va desgastando con el paso del tiempo, y luego está el hombre interior que se renueva día a día. ¿Pero cuál es la esencia que permanece y que define y asegura nuestra identidad? No parece fácil definirla.

Como supondrá el lector, sobre lo que sea la identidad de cada persona hay teorías diversas. Al final, Sider considera que la identidad personal consiste en continuidad, ya sea esta psicológica o espacio-temporal. La continuidad psicológica supone que el yo actual tiene los recuerdos y la percepción de la personalidad del yo de antaño. Hay, pues, una continuidad y conservación de la memoria de uno mismo mantenida a lo largo del tiempo. La continuidad espacio-temporal supone que es el mismo sujeto el que se ha ido desplazando en el espacio y en el tiempo. Entiéndase esto con la diferencia inevitable de los movimientos en espacio y tiempo. En el primero, nos hemos podido mover –y, de hecho, nos hemos movido– en direcciones diferentes, a voluntad o empujados por las circunstancias, pero en el tiempo solo hay un único movimiento posible y lineal, siempre hacia adelante

Se me ocurre que para buscar esa nuestra identidad, ese yo nuestro que permanece por encima de nuestra evolución, podemos recurrir al concepto unamuniano de la intrahistoria, es decir, aquello que sirve de sustento al perpetuo flujo de la vida, el sedimento de nuestro ser, esa consciencia subterránea que va entretejiendo la procesión de sucesivos yos de que el propio Unamuno hablaba.

Creo que en la percepción de nuestra identidad juega un papel decisivo la memoria personal de nuestro pasado. Ella nos permite apreciar esa continuidad que da unidad a nuestro ser. Nos reconocemos en ese pasado, nos identificamos con él, lo consideramos indefectiblemente nuestro, constitutivamente integrado, para bien o para mal, en nuestro yo, lo llevamos siempre con nosotros. Si se me permite la trasposición, me atrevería a decir que, al asomarnos a nuestro yo pretérito, descubrimos la etimología biográfica de nuestra identidad. Nos reencontramos allí con otro yo en apariencia diverso, pero en esencia el mismo, hecho de tiempo y memoria, un tiempo y una memoria únicos, exclusivos, intransferibles. Es posible que nuestra identidad no sea entendida o definida sino al final de la vida, suma y compendio de todos los yos que hemos sido.

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