el correo americano

Cornel West en campaña

Xabier Fole

Xabier Fole

Cornel West siempre ha sido un intelectual público ejemplar. Capaz de hablar con la misma autoridad sobre Hegel y sobre la música jazz, sobre John Dewey y sobre hip-hop, no solo exhibe una vasta erudición acerca de diversos temas, desde el pragmatismo filosófico estadounidense hasta la teoría marxista, es que ha participado en los debates políticos de su tiempo de una manera activa y constante. También ha dado clases en Princeton, en Harvard y en Yale, pero, lejos de refugiarse en los campus de las Ivy league, West, defensor acérrimo de la causa palestina (era amigo de Edward Said) y el socialismo democrático (fue miembro del consejo editorial de la revista “Dissent”), ha salido siempre a la calle para denunciar la xenofobia, la desigualdad económica, la corrupción corporativa o la brutalidad policial.

De espíritu contestatario y vocación activista, West se enfrentó en más de una ocasión con las fuerzas de la ley y fue arrestado en varias manifestaciones. Viste de una manera impecable y no se reprime a la hora de mostrar su gusto por la elegancia, sin renunciar incluso a una desacomplejada ostentación; lleva siempre trajes de tres piezas y durante un tiempo condujo un costoso Cadillac. A un reportero del “New Yorker” le contó que en este coche lo paró la Policía al confundirlo con un traficante de drogas. En una ocasión, un agente le preguntó por qué realizaba la misma ruta todas las semanas. Cuando West le dijo que era porque en ese momento enseñaba Filosofía y Religión en el Williams College y tenía que circular por esa carretera, el agente no se lo creyó (“y yo soy una monja voladora”), despachándolo con un insulto racista.

Pese a todas las inconveniencias, discriminaciones y abusos que, como muchos otros ciudadanos negros, ha tenido que soportar, West parece un tipo cercano, cordial y compasivo. Algo que se aprecia también en su forma de hablar; domina tanto la jerga académica como el lenguaje de la calle, sintiéndose cómodo y libre en ambos registros, mezclándolos frecuentemente con agudeza y naturalidad. En los 90 se hizo famoso con la publicación de Race Matters, un libro en el que el autor, enfocándose en la historia y cultura afroamericana, examina la relevancia de la cuestión racial en la identidad, la economía, la política y la sexualidad, entre otros asuntos. Y desde entonces es una suerte de estrella mediática; interviene regularmente en los programas de televisión, le invitan con frecuencia a dar conferencias y suele aparecer en público con iconos de la cultura popular. West es un orador elocuente, un agitador carismático, un polemista incómodo y un pensador lúcido.

Esto, sin embargo, hizo que también se ganara unos cuantos enemigos. Algunos compañeros de universidad, para quienes el mundo de las ideas solo puede existir entre las paredes de las facultades, observan esta notoriedad con recelo; otros se sienten molestos con sus posiciones políticas (no hace mucho le denegaron el tenure en Harvard, lo que equivale a un puesto fijo de profesor). Ese inconformismo con el statu quo separó a West de Barack Obama, a quien en su momento apoyó, calificando su legado como “triste” y acusándolo de ser un “oportunista” y un “republicano estilo Rockefeller con el rostro negro”, además de otros calificativos mucho más insultantes. Sus críticas al expresidente también provocaron el desencuentro con otros profesores e intelectuales afroamericanos que en su momento se consideraron sus discípulos, como Michael Eric Dyson, quien sugirió que el desencanto de West con Obama obedece a una cuestión más personal que ideológica.

Ahora Cornel West ha decidido presentarse a las elecciones presidenciales como candidato independiente. Entre sus numerosas propuestas de programa, algunas de ellas un tanto utópicas e imprecisas (“abolir la pobreza y la indigencia; acabar con el patriarcado global”), encontramos ideas (sobre todo las relacionadas con la salud, la educación o la política fiscal) que resultarían poco extrañas, o desde luego nada revolucionarias, a los ojos de cualquier socialdemócrata europeo. El problema, claro, son las excepcionales circunstancias. Según West, no hay una alternativa viable; en un lado está Biden, “el desastre neoliberal”, y por otro está Trump, el “neofascismo gangsteril”. Su candidatura, sin embargo, puede perjudicar más al primero que al segundo. Dando por sentado que no tiene ninguna posibilidad de ganar las elecciones, ¿cuál es, entonces, el objetivo de su campaña?

West dice que propone otra opción a muchos votantes que no quieren ni lo uno ni lo otro. Es una lástima que el sistema electoral no permita esos desahogos democráticos sin consecuencias indeseadas. Pero es el que hay. Y, lamentablemente, todos esos votos, si al final acaban siendo determinantes, lo serán para el beneficio de uno de esos males. La responsabilidad del intelectual consiste en identificar cuál de ellos puede ser irreversible. De lo contrario se estaría anteponiendo la satisfacción narcisista al bien común. Un problema con el que tiene que lidiar a menudo la izquierda de la izquierda, para la cual lo menos malo nunca resulta aceptable, porque lo importante es mantenerse puro y fiel a unos principios sin desviarse de la dirección hacia el progreso, mientras los de enfrente amenazan con destruir los cimientos de todo lo construido.