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El nuevo Celta de Marián Mouriño y de su extraordinaria afición

Marián Mouriño, junto al alcalde de Vigo, Abel Caballero, en el palco de autoridades durante el partido Celta-Granada, el pasado 16 de diciembre.

Marián Mouriño, junto al alcalde de Vigo, Abel Caballero, en el palco de autoridades durante el partido Celta-Granada, el pasado 16 de diciembre. / Ricardo Grobas

Las despedidas nunca son fáciles cuando lo que se deja atrás se ha disfrutado, sufrido y amado con tanta pasión. Carlos Mouriño se despidió el 12 de diciembre de la Presidencia del Real Club Celta de Vigo después de 17 intensos años. Fue un adiós oficial, porque desde que finalizó la pasada temporada las riendas ya estaban en manos de su hija Marián Mouriño. Con su marcha, el Celta, una de las instituciones sociales más importantes y queridas de Galicia, emprende una nueva etapa.

Diecisiete años dan para mucho. Pero cuando la entidad es un club de fútbol da para muchísimo más. Luces y sombras. Éxitos y decepciones. Aciertos y errores. El propio Mouriño, en su adiós, se mostró comprensivo y empático hacia quienes han censurado su gobernanza: “Quizá si yo hubiese estado en la grada, me hubiese sumado a las críticas”, confesó para añadir: “Recordaré siempre el ‘Mouriño, vete ya’ [un grito escuchado en Balaídos]… pero con una sonrisa”. El ya expresidente protagonizó una despedida elegante, emotiva, austera, sin reproches y con un cierto aire de contrición.

Carlos Mouriño deja un legado con indudables logros: la recuperación y la fortaleza económica de un club que en 2006 se desangraba por una enorme deuda que incluso ponía en entredicho su supervivencia [si bien en esa salida del pozo contó con decisivos apoyos de Caixanova y el Concello]; la dotación de un patrimonio a una entidad que prácticamente no tenía nada y vivía de prestado; la rehabilitación de la cantera como fuente de riqueza y de orgullo; la estabilidad deportiva: doce años en Primera División –que ojalá sean muchos más– marca un récord en la historia celeste...

La salud económica y financiera del Celta, con unas cuentas que año tras año –salvo de forma excepcional el último– han reportado beneficios, es un mérito extraordinario, propio de un dirigente empresarial con una trayectoria exitosa. Y además es un rara avis en un contexto futbolístico en el que muchos clubes importantes están ahogados por las deudas, viven con respiración artificial, de prestado o simplemente gestionando ruinas. No hace falta irse muy lejos para ver cómo entidades futbolísticas que no hace mucho se declaraban “súper” transitan hoy por el submundo competitivo y la quiebra económica.

En pocas palabras, Carlos Mouriño ha superado con matrícula el examen económico. Deja el club en muchísimas mejores condiciones de lo que lo recogió. Y esto ya es mucho decir. Sin embargo, y sin afán de agotar el análisis de su gestión, frente a ese gran acierto también es justo imputarle fallas, algunas admitidas por él mismo en público y en privado. Así en el terreno deportivo, no fue capaz de crear, como prometió, un proyecto estable: 19 entrenadores de todos los perfiles en 17 años ejemplifican con precisión esa política de bandazos. También es cierto que en estos doce años consecutivos en Primera –un logro a realzar por lo que supone el segundo periodo más prolongado de la historia del Celta que lo convierten hoy en el referente futbolístico de todo el Noroeste peninsular– la fortuna y Iago Aspas han jugado un papel decisivo.

Pero, sin duda, el mayor déficit de Carlos Mouriño ha sido, y más marcadamente en los últimos años, su desconexión con la afición. Una fractura que fue expresada en estos términos por un accionista el pasado día 12: “Durante todos estos años no ha conseguido entender que el principal patrimonio del club somos nosotros [los aficionados], no el ladrillo”. Esa fractura social se convirtió en un sonoro divorcio, cuando no un enfrentamiento abierto, con el Concello de Vigo por razones ya de sobra conocidas y en las que a buen seguro unos y otros tenían sus argumentos de peso.

Un Mouriño se va y otro Mouriño toma el poder: Marián. La nueva presidenta, y dueña del club como máxima accionista, tiene ante sí un desafío complejo: por un lado, realzar la trayectoria de su padre y, por otro, emprender un camino distinto. Valorar lo que se ha hecho y recibido y al mismo tiempo cambiarlo. En palabras del propio Carlos: “Esta es una generación diferente; no van a hacer lo que yo quiero que hagan, pero eso se pretende”.

En sus primeros meses al frente del club, Marián Mouriño ya ha mostrado sus intenciones. Ha prescindido de la guardia de corps de su padre: desde el todopoderoso director general, Antonio Chaves, al responsable de la cantera. Y las acaba de remachar con la cancelación del contrato del también todopoderoso asesor deportivo externo, el portugués Luis Campos, responsable de los fichajes, que será sustituido por el mexicano Marco Garcés como director de fútbol con presencia permanente en el club. En el paquete de rescisiones no ha dejado ningún ámbito indemne: desde la comunicación a las finanzas. Para dirigir esta nueva era se ha rodeado de un consejo de administración a su medida. Ni un solo consejero de su padre repite. Y entre los nuevos destaca la presencia de su marido, de profesionales de éxito y algún toque más sentimental como el exportero Sergio Fernández e incluso simbólico, como la presencia del padre de C. Tangana, autor del celebrado himno del Centenario.

"La presidenta quiere retejer los lazos con lo más próximo, reconstruir puentes, recomponer sentimientos y afectos celtistas"

Marián Mouriño se propone, según ella misma confiesa, fortalecer el vínculo, la complicidad, del club con los aficionados y su territorio. Durante años el Celta tuvo la vista puesta en el exterior: Madrid, Estados Unidos, México, Asia... Ahora la presidenta quiere retejer los lazos con lo más próximo, reconstruir puentes, recomponer sentimientos y afectos celtistas. Los aficionados están deseosos de ese reencuentro. El récord de abonados y la presencia masiva de seguidores en Balaídos, pese a los pésimos resultados, revelan un terreno abonado para esa ansiada armonía. Hay pilares sólidos sobre los que cimentar la reconciliación.

En su pretensión de poner el reloj a cero se incluye también la revisión de las relaciones entre el Celta y el Concello de Vigo, en particular con el alcalde, Abel Caballero. El mensaje de felicitación del regidor a la nueva presidenta fue el primer paso en la dirección de una normalización institucional. Sentarse juntos en el palco de Balaídos, la señal definitiva de un nuevo tiempo. La permanente guerra dialéctica entre Celta y Concello no era buena para nadie. Marián Mouriño así lo entiende y ha actuado en consecuencia. El diálogo y el respeto mutuo –sin renunciar obviamente a la defensa de los intereses legítimos y a las lógicas discrepancias– son valores exigibles a cualquier representante político, social, empresarial o deportivo. En el caso del Celta y Concello más aún cuando a los dos les unen importantes intereses comunes.

El segundo gran objetivo de Marián Mouriño es centrar más la gestión en el ámbito deportivo. Sin descuidar la salud financiera ni arrumbar los proyectos en infraestructuras –aunque parece que el G360 en Mos podría ser objeto de una revisión–, quiere poner el foco –y el dinero– en el fútbol, una exigencia común entre los seguidores célticos. Esta nueva política explica el millonario fichaje de Rafa Benítez o el desembolso también millonario para comprar jugadores o pagar sus fichas –Douvikas, Bamba, Carles Pérez... –. El Celta tiene hoy la plantilla más cara de su historia. Los tiempos de las apreturas, de la economía de guerra y de la austeridad de Carlos Mouriño y su lugarteniente Chaves, defensores de comprar barato y vender caro, se acabaron, al menos este verano. Como ha dicho en alguna ocasión la propia presidenta, “el dinero esta temporada está en el césped”. Es una apuesta encomiable, pese a que los resultados, que en el fútbol dependen de la pericia de técnicos y jugadores –pero también del capricho de la fortuna y de otros terceros actores–, de momento no son los esperados.

El Celta ha emprendido una nueva era. Vive tiempos de cambios. El club está inmerso en una revolución tranquila. La presidenta dice tener claro qué quiere hacer y cómo hacerlo. Con un liderazgo fuerte, pero muy atenta a lo que ocurre a su alrededor. Decidiendo, pero también escuchando. Marián Mouriño dice ser consciente de que en esta nueva etapa es primordial contar con el aliento y el apoyo de todos los celtistas, una afición extraordinaria que siempre está cuando las cosas se tuercen. Deseosa de celebrar triunfos, pero también unida cuando hace falta remar. Si Marián Mouriño es capaz de ganarse este inmenso capital, tendrá las cosas más fáciles en una nueva era que desde FARO deseamos exitosa.