El correo americano

Howard Stern y la libertad

La estrella radiofónica ya no se reconoce en lo que fue

Xabier Fole

Xabier Fole

Howard Stern cuenta en su último libro que ya no se reconoce en el personaje que fue. Durante sus años de éxito en la radio hizo cosas de las que ahora se arrepiente. Como haber sido demasiado cruel con los invitados de su programa, a quienes molestaba con sus preguntas malintencionadas, sus insinuaciones maliciosas y sus gestos ordinarios. A muchos de ellos, sin embargo, los admiraba. Pero la competición por acumular el mayor número de oyentes hacía que todo lo demás fuera secundario. También era una forma de transgredir, desafiando las restricciones de una agencia gubernamental (FCC) que, tras siete años de litigio, le acabó imponiendo una multa de más de un millón y medio de dólares por el uso de “contenido indecente” en su programa.

Cuando se fue a la radio por satélite (que no está sujeta a las regulaciones federales), Stern ya no tenía que enfrentarse a más censuras. Por lo tanto, tampoco había nada contra lo que rebelarse. El narcisista obsesionado con los índices de audiencia que buscaba llamar la atención dio paso entonces a un entrevistador empático, sosegado, bien informado. “No hables. Escucha. Deja que los otros brillen y tengan su momento. Confía en que la audiencia permanecerá contigo”. Y la audiencia permaneció. Las conversaciones que mantiene con figuras destacadas de la música, el cine o la comedia se transforman en lúcidas reflexiones sobre las contingencias que rodean al éxito o los aprendizajes que emergen del fracaso, profundizando también en el proceso de creación de sus obras y el contexto que las hizo posibles. En ellas hay intimidad sin cotilleo, honestidad emocional sin cursilería, información biográfica sin sensacionalismo.

En 2016, el “New York Times” publicó un reportaje sobre la metamorfosis del locutor. “¿Qué diablos le ha pasado a Howard Stern? Un confesor. Un feminista. Un adulto”, rezaba el titular del diario. Ya no queda rastro del provocateur que tenía una fijación con las actrices porno, hacía comentarios sexistas, insultaba a todo aquel que se le pasaba por delante y sacaba de quicio a los ejecutivos de las cadenas. Stern ofrece en su libro una respuesta a esa pregunta: meditación y mucha terapia. Pero también dice que ya no tiene que responder a ciertas expectativas; goza de toda la libertad para decir lo que quiere, a diferencia de cuando trabajaba en la radio convencional, y, según él, sería ridículo seguir con ese estilo en un medio donde las transgresiones han perdido su sentido.

Howard Stern era un referente para Joe Rogan, que presenta uno de los pódcast más escuchados del mundo. Pero ya no lo es. Para algunos de sus antiguos seguidores, Stern, por las opiniones que ha expresado recientemente en su programa, es un conformista que ha sucumbido a la ideología woke; defiende los derechos de los transexuales, piensa que las elecciones de 2020 no fueron robadas, se informa a través de la prensa tradicional, confía en la ciencia y le preocupa la democracia de su país.

Los mismos que se proclaman defensores de la libertad de expresión sospechan de quienes no piensan como ellos. No se les pasa por la cabeza que quizás no comparten su visión sobre las cosas. Stern podría haber convertido su programa en un espacio de legitimación para posiciones extremistas. Y probablemente le iría muy bien. Pero ir a contracorriente por el mero hecho de ir a contracorriente es una actitud pueril. Stern escandalizaba con sus insolencias y sus destapes a la América puritana, cuando por algo se convirtió en un fenómeno cultural. Ahora decepciona a los que esperan de él que siga haciéndose el gracioso. Como si madurar no fuera una evidencia de pensamiento crítico. Porque a veces el verdadero reto no es alcanzar la libertad, sino qué hacer con ella cuando la tienes.