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Eduardo Jordá opinador

Referéndums

Cuando la charlatanería se impone a la razón, cuando varios primeros ministros se creen sus propias trolas

A hora que el disparate del ‘Brexit’ se ha hecho más que evidente, convendría recordar que hace exactamente cinco años, en octubre del 2017, se usaron los mismos argumentos disparatados y se dijeron las mismas mentiras para justificar la independencia catalana promovida por Puigdemont y Junqueras y las leyes de desconexión aprobadas por el Parlamento de Cataluña. Ahora mismo parece que nadie quiere acordarse de aquello, pero las cosas sucedieron así. La charlatanería se impuso a la razón, las mentiras sustituyeron a los razonamientos, y la pura emotividad histérica –que además se sustentaba en una ideología supremacista y totalmente reaccionaria– se impuso sobre la fría lógica administrativa. Todo ocurrió con arreglo a la misma dinámica delirante que provocó el ‘Brexit’. Solo que la proclamación de independencia catalana se quedó en un simple anuncio –un ‘flatus voci’, dijéramos– y no tuvo ninguna consecuencia real. En Gran Bretaña, en cambio, el ‘Brexit’ se impuso gracias a la estupidez de varios primeros ministros que se creyeron sus propias trolas: empezando por David Cameron y terminando –de momento– por Liz Truss. Y no hay que olvidar el ambiguo papel de un laborismo muy radicalizado –el de Jeremy Corbyn– que no se opuso con determinación a los argumentos a favor del ‘Brexit’.

Aquí no tuvimos ‘Brexit’ catalán, pero podríamos preguntarnos qué habría pasado si las cosas hubieran sucedido de otro modo. Si en 2017, por ejemplo, hubiera sido presidenta de la Comisión Europea una persona con tan poca lucidez intelectual como Ursula von der Leyen en vez de Jean-Claude Juncker (con Angela Merkel detrás). O si los planes de Putin para desestabilizar la Unión Europea, usando la independencia catalana como caballo de Troya, hubieran tenido más éxito gracias a sus tejemanejes. O si algún país de la UE –Bélgica, por ejemplo– se hubiera apresurado a reconocer la independencia catalana durante esos fatídicos ocho segundos en que la independencia estuvo en vigor. Porque estas cosas ocurren. Hay un gobierno débil en Bélgica que está acosado por graves problemas internos, y entonces decide adoptar una medida que pueda desviar la atención y atraerle el apoyo de una parte de la ciudadanía. Y en el caso de Bélgica, esa medida desesperada de distracción podría haber sido apoyar la independencia catalana. ¿Y entonces, qué? ¿Y si ese reconocimiento inicial por parte de un país hubiera causado una reacción en cadena por parte de otros países que querían hacerse pasar por “minority friendly”, una moda muy presente en nuestra época?

"En aquellos días, algunos dijimos que esos argumentos eran peligrosísimos, porque esa idea de que las “urnas no delinquen” podría ser utilizada para someter a referéndum cuestiones que jamás deberían decidirse en una votación popular"

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Porque todas estas cosas podrían haber sucedido. Y si no sucedieron, fue por un puro azar. Y del mismo modo que el referéndum del ‘Brexit’ se ganó por un escuálido 52% de votos frente a un 48%–hay que ser idiota para permitir un referéndum de esa importancia sin exigir una mayoría cualificada–, un escuálido margen de azar podría haber decantado los hechos en Cataluña de una forma totalmente distinta. El azar es una sustancia misteriosa, quizá la más misteriosa de todas. Determina nuestra existencia, dirige nuestros pasos, pero nadie sabe exactamente qué es ni siquiera si existe. Pues bien, en octubre de 2017 tuvimos suerte: el azar se decantó por la menos mala de las alternativas. Pero fue una simple cuestión de suerte.

Ya nos hemos olvidado, o más bien queremos olvidarlo, pero en los meses previos a la declaración de independencia hubo docenas de voces públicas –artistas, personajes televisivos, periodistas famosos, políticos– que nos machacaron con la idea de que las “urnas no delinquen” y de que no era ningún delito “dejar hablar a la gente”. Curiosamente, todos estos personajes están ahora muy calladitos, como si en su día no hubieran dicho nada, pero todos ellos –y fueron muchos– justificaron o alentaron el ‘Brexit’ catalán con argumentos fraudulentos a favor de la libre determinación de los pueblos y el derecho a decidir.

En aquellos días, algunos dijimos que esos argumentos eran peligrosísimos, porque esa idea de que las “urnas no delinquen” podría ser utilizada para someter a referéndum cuestiones que jamás deberían decidirse en una votación popular. ¿Qué pasaría si alguien proponía un referéndum sobre la pena de muerte? ¿O sobre el confinamiento en centros de detención de todos los inmigrantes ilegales? ¿O sobre la ilegalización de los partidos independentistas? Eso lo escribimos algunos en aquellos días y a nadie pareció preocuparle. No, no, lo importante era que el pueblo hablara porque había que dejar votar a la gente. Y blablablá.

Pues bien, han pasado cinco años –poco tiempo, en realidad–, pero Vox, un partido que no existía en 2017, ya ha lanzado la idea de celebrar consultas populares sobre la inmigración y las leyes educativas y la ilegalización de los partidos separatistas. Y las urnas no delinquen, ¿recuerdan?, porque siempre hay que dejar hablar a la gente.

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