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Joaquín Rábago.

360 grados

Joaquín Rábago

En busca del chivo expiatorio

En busca del chivo expiatorio

En medio del caos de las vacunas en la Unión Europea, a ambos lados del canal de la Mancha se dedican a rehuir responsabilidades mientras encuentran siempre en el otro al chivo expiatorio.

El Gobierno de Boris Johnson saca pecho de la rapidez a la que procede la vacunación de sus ciudadanos y lo utiliza para justificar lo oportuno de no depender ya de los “burócratas” de Bruselas.

Pero algunos no olvidamos que el líder tory perdió en un principio un tiempo precioso en la equivocada confianza de que se podría llegar a la inmunidad de rebaño sin restricciones a la actividad económica, algo que causó miles de muertes innecesarias.

A su vez, Bruselas ha encontrado en la pérfida Albión la perfecta cabeza de turco: el letón Valdis Dombrovskis, vicepresidente ejecutivo de la Comisión, se quejó de que veinte millones de dosis hubiesen salido de suelo europeo hacia el Reino Unido sin que ninguna vacuna hubiese cruzado el canal en dirección contraria.

Pero la Comisión debería culparse sobre todo a sí misma del evidente desaguisado. Bruselas negoció tarde y mal, algo que algunos atribuyen –nuevo chivo expiatorio– a la cicatería de algunos países del este de Europa, que no querían invertir demasiado dinero en vacunas cuya efectividad no estaba aún demostrada.

El acuerdo con AstraZeneca se firmó a finales del pasado agosto, es decir durante el semestre de presidencia alemana de la UE, y no dice mucho de la capacidad negociadora de Berlín ni de la presidenta de la propia Comisión y ex ministra de Defensa alemana.

Se ha escrito que el retraso en la firma de los acuerdos con los distintos laboratorios se debió, por un lado, a la ardua negociación del precio de las vacunas y, por otro, a la insistencia europea en rechazar cualquier responsabilidad en el caso de que las vacunas no fuesen totalmente seguras.

Sea por una causa o por otra, o por ambas a la vez, la Comisión Europea ha defraudado a los ciudadanos por su total falta de previsión –¿no había previsto nadie el estallido de una pandemia?– y su bisoñez frente a unos laboratorios dispuestos a sacar la mayor tajada.

Y ahora nos encontramos con que los ahorros que pretendían al parecer algunos, más preocupados por la economía que por la salud de los ciudadanos, han resultado en pérdidas económicas muy superiores además de otras más trágicas como son las humanas.

Los países van así perplejos de ola en ola, sin saber qué medidas tomar si no es el cierre de comercios no esenciales y en muchos casos también de las escuelas o la restricción de movimientos.

Mientras tanto, en su evidente desesperación, algunos en Bruselas amenazan con suspender la exportación de las vacunas que se fabrican en el continente mientras haya ciudadanos europeos a los que no se puede vacunar.

No se entiende, por otro lado, que ante la escasez de vacunas y como se tratase de la OTAN, Bruselas no tome en consideración las fabricadas en países que considera enemigos, pero que han demostrado ya su eficacia: la rusa Sputnik V o la Sinovac china.

O que, tratándose de una errática pandemia que no entiende de fronteras, el mundo rico, con EEUU y la UE en cabeza, no parezcan sentir la urgencia de facilitar el pleno acceso a las diversas vacunas existentes, echando mano, si es preciso, de las llamadas “licencias obligatorias” para ayudar a los países en desarrollo, que son siempre los más duramente golpeados.

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