40 años del renacimiento del teatro García Barbón

Los garantes del bombeo del corazón cultural de la ciudad

Los técnicos del teatro trabajan para que cada día suba el telón a su hora “pase lo que pase”

Atendieron a 10 millones de personas

Antonio Estévez, Pablo Fdez., Óscar Villar, Carlos Fontán, José Mtnez. y Juan Mtnez., Juan Cobas, Jorge Rivas, Cristina Iglesias, Marián Rodas, Deli Ruíz y Antonio Mtnez.

Pedro Fernández

“Será este edificio que hoy se inaugura, durante mucho tiempo, templo, ágora, foro y academia espiritual de Vigo, pues servirá de marco adecuado para toda las solmenidades y a él se plegarán las fechas memorables de sus fastos artísticos y sociales”. En una entrevista que ocupaba la portada de FARO DE VIGO del 23 de abril de 1927, así presentaba el arquitecto Antonio Palacios la que fue su obra más importante en la ciudad: el teatro García Barbón. Las sobrinas del benefactor de Vigo, Elena Salgueiro de Oya y Práxedes Salgueiro, decidieron honrar su memoria levantándolo sobre las cenizas del teatro Rosalía de Castro, que su tío había rescatado de la amenaza especulativa. El incendio lo devoró en el baile de Carnaval de 1910, a los meses de que él falleciera, pero sus herederas no dudaron y tres años después ya estaban en marcha las obras para uno nuevo. Más grande. Más grandioso. Cincuenta y siete años después de su estreno, la Caja de Ahorros de Vigo recuperó su esplendor con una reforma. El pasado viernes se cumplió el 40 aniversario de este renacimiento. El vaticinio del arquitecto de Porriño se cumplió. Su creación sigue siendo el corazón cultural de la ciudad y hay una plantilla de técnicos, discretos, casi invisibles, que cuidan de que siga latiendo el hoy rebautizado como teatro Afundación.

Antonio Estévez estaba ese 22 de  marzo de 1984 en el que, con 1.200 invitados, se inauguró “el mejor centro cultural de España”, tal y como abría en su portada FARO. “Tuvimos que acordonar el edificio alrededor, porque vino muchísima gente”, recuerda. Confiesa que fue “un follón de miedo” porque iban “a toda velocidad”, pero “funcionó perfectamente”. Aunque lidiaron incluso con una falsa alarma de amenaza de bomba, que no obligó a desalojar. El edificio se reestrenó con una exposición de pintura con obras de Dalí, Picasso o Miró, entre otros. Pero la gran reinauración del teatro, que había aumentado su capacidad hasta las 1.100 localidades, fue con la puesta en escena de “Luces de Bohemia” por parte del Centro Dramático Nacional, el 10 de abril. “Fue impresionante, tanto en montaje como la obra en sí”, rememora este trabajador ya jubilado.

Dos portadas de Faro de Vigo que recogen la entrevista a Antonio Palacios el 23 de abril de 1927 y la inauguración de la reforma el 22 de marzo de 1984

Desde entonces, el equipo de técnicos de escenario y sus responsables lo cuidan como si fuera su casa y trabajan para que, pase lo que pase, el telón se levante a su hora. Lo hace de miércoles a domingo –a veces incluso lunes y martes– y solo frena la programación en agosto. La clave es el trabajo en equipo”, sostiene Cristina Iglesias, coordinadora de centros Afundación y responsable de la programación. Marián Rodas, la coordinadora técnica del teatro, cuenta como una vez estaban abriendo ya las puertas al público y no sabían dónde estaba el artista principal. Salieron a buscarlo por los alrededores. La sastra por Príncipe, el gerente por el Casco Vello y ella por la Alameda. Lo encontró en un establecimiento, rodeado de gente a solo 8 minutos de empezar la función. La subida de la cortina tampoco se retrasó en esta ocasión. 

“Es muy buena plaza, tiene mucha fama entre los artistas”

Todos sus trabajadores coinciden en calificarlo como uno de los mejores teatros españoles. “Es muy buena plaza, tiene mucha fama”, explica Rodas. Cuenta que todos los artistas miran al patio de butacas cuando se suben por primera vez a un escenario. “Es impagable verles las caras, nunca falla”, señala. La técnico Deli Ruíz, que se ha incorporado hace dos años a la plantilla tras recorrer las salas de todo el país, sostiene que “sorprende porque es muy bonito”. “Es antiguo, pero está bien conservado y se ha ido adaptando”, aplaude y coincide con Juan Cobas en que “tiene una acústica espectacular”.

De garantizar eso se preocupó el arquitecto Desiderio Pernas, encargado de la reforma emprendida por la Caja y melómano empedernido. Él se sentaba en el tercer anfiteatro, donde mejor llegaba el sonido, según él. Se empeñó en dotarlo de una concha acústica de “un hermetismo perfecto” que se monta y desmonta cada vez que se necesita, por ejemplo, para conciertos sinfónicos. Sus paredes de madera que se pliegan y despliegan como un libro, son únicas en el panorama nacional.

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Marián Rodas - Coordinadora Técnica

“La cara de los artistas la primera vez en el escenario es impagable”

Pernas fue muy respetuoso con la estructura diseñada por Palacios en la reforma emprendida entre 1982 y 1984 por la situación de abandono del edificio. Se concluyó también su proyecto construyendo la cúpula y dotando a la fachada principal de esculturas –las figuras alegóricas en piedra son de Manuel García Buciños y los caballos con amazona y jinete en bronce, de Juan Oliveira–. Se creó una biblioteca, de espectaculares vistas, y se reconvirtió la discoteca del Casino que funcionaba antes como sala de exposiciones.

Cristina Iglesias destaca que “la clave del teatro Afundación es que a través de estos 40 años ha sabido mantenerse en una programación dirigida a todos los públicos, con sus temporadas de abono de teatro y música clásica, y atrayendo otros nuevos con monólogos, musicales, conciertos, danza...”

Y unas piezas fundamentales en todos estos espectáculos son sus técnicos de escenario. Se encargan de todo y rotan por todo: la iluminación, el montaje de los escenarios, el manejo de la tramoya durante las funciones, el control de sus siete accesos, la venta de entradas, la atención al público...

“En el montaje del escenario, cada día era una cosa distinta, y estás en tensión porque a veces íbamos muy pillados de tiempo”, cuenta José Martínez, que se incorporó en el 87 y ahora está prejubilado. Explican que no pierden esa atención durante toda la función porque incluso hacen de utileros, acercando los elementos que se necesitaban en cada momento. 

Su posición, en un lateral del escenario, no les da muy buena visión, pero cuando están dos se turnan para ubicarse tras el público y poder observarla mejor, señalan Antonio Martínez –que entró en el 90– y Pablo Fernández –en el 87–. Durante toda la función, suben y bajan las escaleras moviéndose por los hombros –laterales–, el telar –donde se mueven las telas que visten el escenario–, el peine –de las varas de tramoya e iluminación– o la sala de dimmers –“donde se cuece todo y se da servicio a las compañías con 400 amperios de potencia”–.

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Antonio Estévez - Técnico de escenario

“Antes era manual y ahora está casi todo motorizado. Es mucho más cómodo”

Las cosas han cambiado mucho en estos cuarenta años. Antes hacían mucho músculo tirando de las cuerdas para mover las varas de los telones, focos y decorados. Ahora está casi todo motorizado y solo hay que pulsar botones. “Es mucho más cómodo, afortunadamente”, destaca Estévez. Una de las labores en la que más lo perciben es en el montaje y desmontaje del foso orquestal. Antes tenían que levantar una a una las butacas de las primeras filas, luego las maderas del suelo y también un forjado de hierro, para colocarlo. Un día entero les llevaba. Ahora los asientos van en bloque y el resto es un sistema hidráulico que se acciona con un botón. De hecho, hoy son ocho técnicos de escenario en plantilla, cuando llegaron a ser 18 en otros tiempos.

Fernández, procedente del mundo de la electricidad, también ve en las luces una gran evolución: “Ahora las mesas son más perfectas y te permiten 50.000 cosas”. O en los decorados. Pasaron de construirlos en madera para clavar las telas que traía cada compañía a tecnologías como el videomapping o proyección de diapositivas.

Han conocido a muchos artistas. “Por aquí pasaron todos”, resaltan. “Las grandes orquestas tenían que pisar el teatro sí o si”, subraya Juan Martínez. Son discretos y se reservan los chismes que han podido conocer estos años y aseguran que el 95% son “gente muy buena”. Y nada de fiestas en camerinos. “La gente viene aquí a trabajar como otros van a la oficina”, aseveran. Montserrat Caballé, Josep Carreras, Paco de Lucía, Nuria Espert, Maya Plisetskaya, Dulce Pontes, Julio Bocca, Nureyev, Barbara Hendricks, Concha Velasco o Florinda Chico son algunos de los que se acuerdan. O de Lola Herrera, que pilló a uno de los técnicos saliendo de la ducha de los camerinos. “¡Menos mal que estaba tapado con la toalla!”, contó a sus compañeros.

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Cristina Iglesias - Coordinadora Centros

“Nuestra misión es que el teatro suba el telón y el público esté contento”

El público y la relación con él también han evolucionado. Más de diez millones han participado en su programación en estas cuatro décadas. Ya nadie va de gala. Ni a las óperas. Y tampoco pueden fumar dentro como sí hacían antes –menos en el teatro–. Recuerdan que tenían que estar pendientes de que no lo hicieran sobre las alfombras. “En el hall había unos diez o doce colilleros y los visillos había que cambiarlos cada dos años porque se quedaban amarillos de lo mucho que se fumaba”, ejemplifican.

Rodas destaca que es un trabajo “que te tiene que gustar porque es muy sacrificado”. No libran un fin de semana y están siempre localizados. Desde que abren la puerta, empieza la adrenalina. Son más de mil personas y “cualquier tontería puede ser un problema”.

Este corazón de la cultura, que fue escenario en la serie de época de Netflix “Un asunto privado” y que ha ingresado en la Vigo Film Commission, también se ha convertido en los últimos años en polo de atracción de influencers que buscan mil y una fórmulas para usarlo de escenario. Incluso han recibido quince solicitudes para albergar peticiones de matrimonio.

“Nuestra misión es que el teatro levante el telón, el público esté contento y viva las emociones que intentamos transmitir a través de las programaciones”, concluye Iglesias. 

Una piscina, una pista de hielo o una grúa hasta los anfiteatros

Un monólogo fue el espectáculo que les supuso uno de los mayores desafíos de montaje. Pero no uno cualquiera. Moncho Borrajo quería una grúa en el escenario que lo pudiera acercar hasta el anfiteatro más alto. Y lo lograron. Tuvieron que desmontar el techo del montacargas y apuntalar el suelo por los doce metros cúbicos de arena que hacían de contrapeso.

Meter la estructura de 10 metros que traía La Fura dels Baus tampoco fue fácil. Necesitaron 32 personas y dejó marca en la alfombra del hall.

Otro gran reto fue la pista para representar el Lago de los cisnes sobre hielo. Pesaba once toneladas y hubo que colocar un panel insonorizante por el ruido continuo de los equipos de refrigeración. Para el ballet American Ballet Theatre habilitaron una piscina con inclinación, para deslizarse.

Galicia Moda escogió durante una temporada al teatro para su desfile Luada, con un enorme despliegue de modelos, creadores, cámaras, público...

Los musicales –como el de la Familia Adams, Queens o Sonrisas y Lágrimas– son los únicos espectáculos que obliga a dejar bajado el telón una noche, por el montaje.

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