Dramatis Personae

El pueblo y la gente

¿Somos pueblo o somos gente?

¿Somos pueblo o somos gente? / Bernabé/Javier Lalín

Armando Álvarez

Armando Álvarez

Cada uno de nostros es especial y apenas alguien. El milagro improbable de la creación y una imperceptible vacilación en la masa. El único protagonista de nuestra biografía y un extra sin nombre en los libros de historia. Vida finita y materia eterna. De Dios nos diferencia la aritmética. Él se multiplica, uno y trino. Nosotros nos partimos. Ayer me dividí entre los 8.000 millones que pueblan la Tierra y la calculadora del móvil me espetó que cero. No sé si le falta exactitud o le sobra poesía.

Pertenecemos a una especie, en suma, a medio camino entre la hormiga, que se entrega a la colonia, y el puerco espín crespado, que se guarece en la soledad de sus espinas. No acabamos de coordinar bien esta dualidad, sobre la que supuestamente se han edificado nuestras ideologías. Y así unos proclaman la libertad de los diferentes y otros, la solidaridad entre iguales. Yo a veces me siento igual entre los diferentes y a veces, diferente entre los iguales. Supongo que como cualquiera.

Cruzamos estas fronteras entre lo individual y lo colectivo según nos convenga. Hablamos desde nuestra boca, pero investidos en portavoces de lo general, esgrimiendo los conceptos que mejor se nos acomoden. El yo se extiende al nosotros o se opone al ellos. No importa demasiado qué significado se haya consignado en el diccionario, que siempre comparece tarde, ya a la autopsia de la lengua viva. Las palabras se impregnan de la realidad cotidiana que las atraviesa; como la manada, antaño metáfora de esfuerzo coordinado, que aquellos violadores han ensuciado para toda una generación.

Así, desde los estrados se habla del pueblo, cuya voluntad se encarna al parecer en ese preciso orador y ese concreto instante. El pueblo es bueno, sabio, honrado, limpio, generoso. Piensa y actúa de manera uniforme. Nos lo definen y nos lo pronostican. Cierto que pueblo, de, por y para él en tradiciones liberales, suena demasiado a rojerío en la nuestra. Lo sé porque yo mismo lo he cantado mientra marchaba por las calles o preparaba la revolución durante las sobremesas. No hay problema. Se puede sustituir por ciudadanía, de inspiración francesa. O directamente por los españoles, claro, como unidad de destino en lo universal.

A la gente, en cambio, ya no se le gritan vivas, aunque sigue estando donde quiera que vayamos. La gente es la que nos interrumpe en los atascos y nos roba el sitio en las playas; la que es vaga, maleducada, estúpida y fanática porque vota justo lo contrario de lo que debería. Esa gente, se dice, medio escupiéndolo, sobre cualquier lacra que hayamos detectado. Sobra gente con frecuencia, aunque nunca el que lo aconseja.

He concluido, por tanto, tras casi medio siglo de estudio, que el pueblo somos todos en cada uno y ninguno en nadie somos gente. Ese plural refuerza nuestros argumentos y homogeiniza nuestras críticas. Dibuja un mundo mucho más sencillo y comprensible, sin la dolorosa complejidad del auténtico. Porque sabemos que al pueblo unido que jamás iba a ser vencido lo derrotó otro, igualmente tan pueblo. Y que todos somos gente en los ojos ajenos. He vuelto a calcularme, esta vez en el ordenador. Me asegura que soy un 0,000000000125 de humanidad. Solo eso. Todo eso.

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