Sálvese quien pueda

Stefan Zweig: gran vida, muerte radical

Stefan Zweig y su mujer se suicidaron ante el éxito del nazismo.

Stefan Zweig y su mujer se suicidaron ante el éxito del nazismo. / FDV

Fernando Franco

Fernando Franco

Llevo varios días buceando en 500 páginas de la vida y obra de Stefan Zweig, un gigante de la literatura del que el cacereño Luis Fernando Moreno escribió una biografía que le habrá costado años por su magnitud. Estoy de acuerdo con el matemático y estudioso de la filosofía Fernando Moreno cuando afirma que quienes arrastramos una vida corriente tenemos pocas cosas que contar si hablamos de lo que nos ha ocurrido, pero algunas más si hablamos sobre lo que hemos leído. El Zweig al que leo, escritor, biógrafo y activista social austríaco célebre en la primera mitad del siglo XX y posteriormente nacionalizado británico, deslumbra por su vida, no solo por su poderío literario o el éxito arrollador de sus obras, sino por su espíritu viajero y porque la época que le tocó vivir (1887-1942) incluye la Revolución Rusa, las dos guerras mundiales, el exilio, la represión a los judíos, la quema de sus libros por los nazis... y su suicidio en la altura de su éxito con Veronal junto a su mujer, acostados los dos en una sola cama y ella abrazada a él, deprimido en parte por el rumbo que tomaba el mundo en medio de la locura de la II Gran Guerra...

Me atrevería a decir que a mí me interesa más la vida de Zweig que su obra. Por ejemplo sus viajes. Yo me veo a mí mismo en esta etapa canosa de mi vida y hallo a un tipo al que hay que empujar para coger un cómodo avión aunque sea para conocer ignotas geografías si están a más de ocho horas de vuelo. Zweig, sin embargo, con medios de su época tan limitados que no sé si habrá cogido un solo vuelo comercial, era un tipo de natural inquieto y curioso que siempre pensó que viajar debía ser una aventura y recorrió gran parte del mundo. Cierto es que la solvencia de sus progenitores, hijo de una familia judía acomodada, le facilitó una dote que le acompañó toda su vida y que a ello se sumaron las ganancias por el éxito de sus libros, por lo que no tenemos un viajero mochilero, sino cliente de grandes hoteles. Pero esa gran pasión, viajar, le hizo adquirir la gran consciencia de tolerancia que ha quedado plasmada en sus obras, las primeras en protestar de esa manera contra todo nacionalismo y la intervención de Alemania en la guerra.

Otro aspecto inquietante del tiempo que le tocó vivir fue el de la Revolución Rusa, las dos guerras mundiales y hasta la guerra civil española con su paso por Vigo los días del llamado Alzamiento, en que anotó en su diario el presentimiento de la Segunda Guerra Mundial, observando una ciudad llena de militares en relucientes uniformes, disciplina completamente alemana, camisa azul marino o de color caqui, y boina militar. Stefan Zweig coincidió con el español Manuel Chaves Nogalesen su viaje a la Unión Soviética en 1928, él como delegado de los escritores austriacos. Hace unos días visité la exposición de Mark Chagall en Madrid y me di cuenta de que el pintor y el escritor, que nacieron allá por los años 80 del siglo XIX, habían vivido los mismos conflictos, censuras y quemas de sus obras, exilio, represión de los judíos... Mi generación, nacida en la segunda mitad del siglo pasado en Europa hasta hoy en un clima de paz, no puede ni imaginarse las penurias que pasó la de Zweig y Chagall, aun cuando ambos fueran artistas reconocidos.

Sus viajes, el tiempo que le tocó vivir y un tercer aspecto de la vida de Zweig me deslumbra: los grandes personajes que conoció o frecuentó. Visitó a Albert Einstein en su exilio en Princeton, cultivó la amistad de personalidades como Máximo Gorki, Rainer Maria Rilke, Auguste Rodin, Arturo Toscanini y Joseph Roth, Strauss... ¿Quién puede reunir tales experiencias en una sola vida? Sin embargo, paradójicamente, Zweig acabaría suicidándose desesperado ante el futuro de Europa y su cultura, pues creían en verdad que el nazismo se extendería a todo el planeta. Cuidemos que execrables líderes populistas de hoy, Putin, Trump, Maduro, Milei, Kim Jong-Un, más parecidos a Kin Kong que a un humanista, no nos lleven por el mismo camino. Enterrémoslos a paladas de votos. 

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