La derecha de las palomitas

Santiago Abascal, líder de Vox, con Ramón Tamames. / FDV

Santiago Abascal, líder de Vox, con Ramón Tamames. / FDV / pedro feijoo

Pedro Feijoo

Pedro Feijoo

Tremenda semana ésta para ser de derechas en España. Como buen nihilista de pacotilla que soy, por supuesto no hablo de mí. Pero también, como máximo exponente del riquiñismo patrio, empatizo con todos mis buenos vecinos que de verdad se tomen en serio el ideario a la derecha del hemiciclo. Mi solidaridad para con ustedes. Sé que no ha sido una semana fácil…

Bueno, en realidad, quizá debería decir que no está siendo un año fácil. Como las principales referencias políticas han comenzado a dar buenas muestras de su capacidad para derrapar en las curvas, han salido al rescate esos otros cráneos privilegiados, que diría Valle, para volver a cimentar sobre ellos las bases intelectuales del pensamiento conservador. Sin ir muy lejos, recuerdo con entusiasmo el momento en el que ese referente social, cultural y –por qué no decirlo– también sanitario que es Miguel Bosé salió a hacernos ver en televisión, en uno de los programas con más espectadores, y en horario de máxima audiencia el hecho absolutamente claro y manifiesto de que ya no existe la libertad de expresión. Claro que sí, guapi, ole tus bandidos…

Por si el esperpento no fuese bastante, el fin de semana pasado subimos la apuesta, y ahí apareció Mario Vaquerizo (ese genio…), denunciando ante Paz Padilla (esa… señora de Cádiz) el enorme retroceso de nuestro contexto social hasta equipararlo con –agárrense– el franquismo. ¡Sí, señor! De nuevo, un señoro lamentándose en un programa de máxima audiencia de que ahora ya no puede decir uno lo que piensa. ¡Un sábado por la noche! ¡En Telecinco! Claro que sí, reguapi, ole tu pelazo…

De todos modos, y como sin duda sabrán ustedes, todo esto no ha sido más que un chiste malo comparado con lo visto esta semana en el Congreso. Ese, ¡ese ha sido el verdadero espectáculo! La moción de censura presentada por unos señores para los que la medida de todas las cosas es un complemento: gente que dice respetar las instituciones del Estado porque llevan corbata a la vez que piden la ilegalización de los partidos de aquellos compañeros que no piensen como ellos. Ole tu respeto, moreno…

Reconozco que, por un momento, dudé. Porque, claro, todo esto es muy gracioso. Como los payasos en el circo. Pero ¿y si nos estamos equivocando? Porque, al fin y al cabo, se supone que es de la ultraderecha de lo que estamos hablando… Y sí, también es cierto que a quien más ha perjudicado este esperpento es a la derecha de siempre. Pero… ¿Acaso no hemos cometido este error otras veces? Ya saben, el de no tomarnos realmente en serio el peligro del discurso ultraderechista. Yo qué sé, la última vez nos salió cara la broma…

Pero tampoco me hagan mucho caso: al final, yo mismo me dejé de tanta dramatiquez (palabra maravillosa donde las haya, no entiendo cómo la RAE no la ha incluido ya en su Diccionario, en lugar de andar perdiendo el tiempo con funderelele), y me dije “¡Qué demonios!” Me preparé un buen bol de palomitas y me dediqué a desternillarme escuchando las descacharrantes ocurrencias del señor Tamames y su verde sombra. A ver, ¿y qué otra cosa esperaban que hiciera? Para alguien que rema siempre a favor de la comedia, dejar pasar semejante espectáculo habría sido ya no solo un despropósito, sino incluso una falta de respeto. ¿O es que ya no recordamos aquello de que la comida no se tira? De modo que sí, lo confieso, yo fui uno de los muchos que se partieron de risa delante de la moción de censura, tan solo lamentando que el bueno de Berlanga se esté perdiendo todo esto.

Pero, no sé... Tal vez alguien en las filas de la derecha debería hablar con algún correligionario para, entre ustedes, reflexionar sobre esto. Analizar el escenario, replantearse la estrategia. Vamos, hacérselo mirar… Obviamente, la existencia de un pensamiento de derechas es tan lícito como el de uno de izquierdas. Y, dentro de esa elección personal, me imagino que ser de derechas también implicará la existencia de algún tipo de ideario. O sea, de ideas… ¡Vamos, que alguien habrá que piense un poco las cosas! Que, a fin de cuentas, este es ese país en el que se da la extraña circunstancia de contar con obreros de derechas (por favor, entiéndanme el desconcierto: esto es como si ahora los elefantes africanos votasen a favor de las visitas de Juan Carlos de Borbón escopeta en mano…), de modo que, aunque nada más sea por pura estadística, alguien tiene que haber ahí observando, cuestionándose las cosas. Pensando… Comprendiendo, en definitiva, que el espectáculo al que llevamos tanto tiempo asistiendo no era su ideología. Y que, desde luego, ir por el mundo asumiendo estos ridículos no puede ser su ideario ideal.

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