¿Qué fue del miedo?

¿Qué fue del miedo?

¿Qué fue del miedo? / FDV

Pedro Feijoo

Pedro Feijoo

Tenía, como el año pasado, ganas de compartir con ustedes una canción para el cierre de este 2022. ¿Recuerdan esta vez aquella de los granadinos 091? ¿Qué fue de King Kong, de los psicoanalistas, del jazz? ¿Qué fue del siglo XX? ¿Qué fue del Dadá, del Big Bang y del “no pasarán”? ¿Ya se han quedado atrás?

Es que estos días me resulta difícil no preguntarme qué ha sido de ese fin del mundo con el que la actualidad informativa no dejó de amenazarnos a lo largo de todo este año que, sorprendentemente, ahora se va sin que el apocalipsis tantas veces y de tantas formas prometido haya hecho siquiera acto de presencia. Y, asombrado, no logro entender qué es lo que ha salido mal. Porque, de hecho, si algo le ha sobrado a este 2022 ha sido todo un catálogo de ocasiones para abandonar toda esperanza. O, cuando menos, para lamentar, una vez más, que Berlanga se esté perdiendo todo esto.

Quizá nadie lo recuerde ya, pero el año comenzó con una serie de escándalos relacionados con el presunto cobro de comisiones en plena pandemia por parte del hermano de Díaz Ayuso. Pablo Casado aseguraba que sí, que se las había llevado crudas, Ayuso que no, que sí, que no, que caiga un chaparrón y, al final, el que acabó cayendo fue el propio Casado. Diluvió, tronó y, cuando las cosas pintaban fatal para el Partido Popular, volvió a salir el sol. ¿Y qué fue lo que nos encontramos al final del arco iris? Pues a Alberto Núñez Feijoo, nada menos. Ejemplo de moderación y buena gestión… hasta que tocó abrir el melón de la renovación del Supremo. Vamos, aquello de hacer que todo cambie para que todo siga igual.

Un mes horrible aquel febrero, porque, más allá de toda aquella tragicomedia, también empezó una guerra. Al mismo tiempo que Casado salía por la ventana, Vladimir Putin echaba abajo las puertas de Europa, y durante un tiempo todos fuimos muy solidarios con Ucrania. Pero luego la cosa se puso fea. Incluso llegamos a encontrarnos con titulares terroríficos en los que se nos invitaba a tomarnos en serio la amenaza de una Tercera Guerra Mundial tan posible como, ya puestos, inminente. Ciertos informativos incluso llegaron a ofrecer toda una panoplia de consejos sobre cómo actuar en caso de un ataque nuclear. Ese era el nivel… Pero al final el Armagedón no llegó, y poco a poco, la guerra de los ucranianos se fue convirtiendo en una noticia más, otra de esas que nos suenan a música de ascensor, sin que de ella nos importase mucho más que la manera en que había repercutido sobre el aumento de los precios en general. ¿Y qué podíamos hacer al respecto?

Indignarnos, claro. Porque por supuesto que todo ha subido a lo largo del año, y al final siempre somos los mismos los que pagamos las consecuencias. Pero, ¿recuerdan cuando, allá por la primavera, los informativos abrían sugiriéndonos que mejor nos fuésemos buscando un puente bajo el que pasar el crudísimo invierno que sin duda ni remedio ni mucho menos piedad nos aguardaba? Oh, aquellos días de marzo en los que el precio de la luz llegó a rondar los 600 euros el MWh. Por descontado, aquello era una barbaridad. Pero, en contra de lo que se nos auguraba día sí día también, la escalada no escaló y, discretamente, el precio del megavatio dejó de ser noticia de cabecera.

Es igual: para entonces ya estábamos en verano, y ya eran el calor extremo, la sequía y sus riesgos los que, con toda seguridad, anticiparían el final de los tiempos. Y sí, claro que fue una situación complicada. Pero por el amor de Dios, si incluso pretendieron alarmarnos con el desabastecimiento del hielo. Y no el de los casquetes polares, sino el del Mercadona. ¡El del Mercadona!

Resulta evidente que hubo problemas, por supuesto. Pero no es lo que ha pasado lo que más ha llamado la atención de este año que se va, sino cómo nos lo han contado. Una vez más, han querido exponernos al miedo, al enojo, a la tristeza constante. Y no nos lo merecíamos. Ha sido un año difícil, y duro, y triste. Al fin y al cabo, en mayo se nos fue Domingo Villar, a quien siempre echaremos de menos. Pero yo quiero pensar que también ha sido un buen año. Para la solidaridad, para la esperanza. Incluso para volver al amor. Y, si este no lo ha sido, que lo sea el siguiente.

Olvidemos el miedo, y démonos todos un felicísimo 2023. Merecemos un año lleno de paz, de paseos por la playa, de puestas de sol compartidas. Abrazarnos con fuerza. Reírnos hasta quedar sin aliento... Tomar la vida de otra manera, una más feliz. A fin de cuentas, nos merecemos que éste que ahora empieza sea, de una vez por todas, el mejor año de nuestras vidas.

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