Corazón, cabeza y reducción de impuestos

El que fuera presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan.

El que fuera presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan. / FDV

Antón Beiras Cal

Antón Beiras Cal

El presidente Feijoo dijo hace unos días que quien no baja los impuestos con una inflación del 10% es que no tiene corazón. En realidad, él sabe bien que subir o bajar impuestos es un asunto de cabeza y no de corazón. Es un asunto de cabeza porque todos los combates ideológicos son un asunto de cabeza, y los impuestos son un combate ideológico.

Es un combate ideológico entre dos modelos de sociedad. Uno, el que propugna reducir los impuestos y el gasto público, para preservar riqueza en manos privadas y promover el crecimiento económico, a costa de la igualdad.

Otro, el que propugna una mayor presencia del Estado en la economía, con mayores impuestos y mayor gasto público. Sacrifica mayores tasas de crecimiento pero asegurando más igualdad, más acceso a la educación y a la sanidad. Por eso cuando se tiene el corazón grande, tan grande como para bajar los impuestos, se ha de tener la cabeza fría, tan fría como para decidir en qué se recortan las ayudas públicas financiadas con los impuestos a los que se renuncia.

En la crisis de 2008 las élites mundiales apostaron por el modelo liberal, impidiendo las ayudas públicas para los desfavorecidos por la crisis. Sin embargo en la pandemia de 2020, las élites europeas y americanas apostaron por las ayudas públicas y las políticas expansivas. Como consecuencia de esta visión opuesta, se relajaron las políticas de rigor fiscal y se abandonó la austeridad como consigna económica.

En consecuencia, el endeudamiento de las economías occidentales ha crecido exponencialmente, y su pago recaerá sobre varias generaciones. Por consiguiente, el signo de los tiempos no apunta a la reducción de impuestos: en cuanto cese la guerra de Ucrania y sus efectos económicos, Bruselas ordenará volver a la disciplina fiscal para atajar el déficit y ordenará subir los impuestos. También el Fondo Monetario Internacional ha recomendado al Gobierno subir los impuestos a partir del año 23 para reducir la deuda pública.

"Bajar los impuestos es un tacticismo muy útil cuando se está en la oposición política, pero inservible cuando se gobierna"

Por eso, con sinceridad, creo que el mantra de bajar los impuestos no pasa de ser un tacticismo momentáneo, muy útil cuando se está en la oposición política, pero inservible cuando se gobierna. Un tacticismo que permite la cuadratura del círculo: pedir que el gasto militar crezca al 2% del PIB y al tiempo la reducción de la presión fiscal.

Pero los impuestos también tienen su lado técnico, más allá del modelo económico que propugnan las distintas ideologías. Me refiero a la afirmación de muchos economistas y dirigentes políticos, según la cual una reducción de impuestos redundará en una mayor recaudación tributaria.

Esta afirmación puede ser cierta: si una pequeña reducción de los tipos impositivos ensancha en mayor medida las bases imponibles, el resultado es una mayor recaudación. La cuestión es: ¿Cuándo una reducción de los tipos impositivos ensancha las bases imponibles? La respuesta a esa pregunta, como se verá, no es sencilla.

En un día lejano de 1981, Ronald Reagan desayunaba en una cafetería con el economista americano Arthur Laffer. Reagan buscaba un asesor económico para su candidatura a presidente de los Estados Unidos. Cuenta la leyenda que Laffer le dijo que para aumentar la recaudación tributaria tenía que bajar los impuestos.

Reagan puso los ojos a cuadros. Entonces Laffer cogió una servilleta, cogió un boli y dibujó una curva que los economistas hoy llamamos La Curva de Laffer.

CORAZÓN, CABEZA Y REDUCCIÓN DE IMPUESTOS

La Curva de Laffer / Antón Beiras Cal

Inclinados sobre la servilleta, Laffer le explicó a Reagan: en el horizontal, la t minúscula representa los impuestos. En vertical, la T mayúscula representa la recaudación tributaria. Si los impuestos son cero, la recaudación también será cero t0. Pero si los impuestos son el 100%, la recaudación también será cero, porque nadie querrá trabajar y ganar dinero para pagárselo todo a Hacienda. A ese punto le llamó tmax. A medida que aumentan los impuestos aumenta la recaudación hasta un punto óptimo: en el gráfico t*. A partir de ese punto, cualquier subida de impuestos se traduce en una menor recaudación, pues habrá menos ciudadanos dispuestos a contribuir.

Y remató: la economía de los Estados Unidos está en t3, por lo que cualquier reducción de los impuestos redundará en una mayor recaudación. Si usted, señor Reagan, quiere recaudar más, ¡baje los impuestos!

Reagan, asombrado, contrató de inmediato a Laffer. Luego ganó las elecciones, bajó los impuestos y la recaudación se desplomó. Resultó que la economía USA no estaba en t3, sino en t1: es decir, estaba en el lado izquierdo de la curva y todavía tenía margen para subir los impuestos.

Y para rematarla, previendo una mayor recaudación multiplicó el gasto militar, provocando así uno de los mayores déficits públicos de la economía americana de los últimos 50 años. Años más tarde, Margaret Thatcher hizo lo mismo en Inglaterra con idéntico resultado.

Pero Islandia, por el contrario, bajó los impuestos y recaudó más: la economía estaba en t1. En España, Montoro subió el IVA a la cultura al 21%. Pero los cines y teatros se vaciaron y la recaudación se desplomó: la economía estaba en t3. Sin embargo Irlanda bajó el Impuesto de Sociedades y recaudó más: la economía estaba en t1. También estaba en t1 la economía en 1996, cuando Aznar ganó las elecciones: Rodrigo Rato, ministro de Hacienda, bajó los impuestos y la recaudación aumentó.

Las presiones fiscales altas provocan la deslocalización de empresas, capitales y personas. Provocan también el incremento de la economía sumergida. Por eso más allá del óptimo t* la recaudación decrece. Por el contrario, la disminución de la presión fiscal provoca un efecto llamada, atrae a grandes contribuyentes, empresas y capitales. Es el caso de Irlanda o Madrid, que son vistas desde fuera como competidores fiscales desleales, pues allí se instalan corporaciones que obtienen sus beneficios fuera de Irlanda o Madrid.

De manera que la curva de Laffer es tan cierta como inútil para los economistas, pues no ayuda a situar en qué punto de la curva está la economía, ni por consiguiente a determinar qué política fiscal implementar.

En definitiva, quienes, como la presidenta Ayuso, afirman que la reducción de impuestos conlleva mayor riqueza y recaudación, tienen el convencimiento de que los impuestos son excesivos, que están en el lado derecho de la curva. Y quienes afirman que aumentando los impuestos se aumenta siempre la recaudación, tienen el convencimiento de que los impuestos son bajos y están en el lado izquierdo de la curva.

Lo único cierto es que según la agencia europea de estadística, Eurostat, España tiene una presión fiscal seis puntos inferior a la media de los países euro, por lo que resulta muy discutible que una reducción de impuestos redunde en una mayor recaudación y no en un mayor déficit público. Todo ello en el supuesto de que Bruselas permitiese a España una reducción de impuestos con una deuda pública disparada al 120% del PIB.

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