El secreto de la escalera

Armando Álvarez

Armando Álvarez

El gran secreto que jamás hemos revelado más allá del Padornelo es que en realidad ni subimos ni bajamos. Estamos parados en esa escalera, al pairo. Nada ha concluido porque nunca nada empezó. La legislatura constituirá otro aburrido paréntesis antes de que la historia se repita. Habitamos dentro de una gota de ámbar. Todas nuestras ecuaciones resultan juegos de suma cero.

Rueda sobrevive. Recién estrenado, ya acusa cierto desgaste, como un coche según lo sacas del concesionario. Feijóo lo ha tutelado para sus planes privados. Convirtió los comicios en su plebiscito particular ante Sánchez y Ayuso. Le ha impedido consolidar un discurso propio. Feijóo es capaz de disfrazarse de una cosa y su contraria cada día y a veces en la misma frase. De Rueda aún no se sabe qué es tras la más prolija de las arengas ni falta que hace. Dispondrá de cuatro años para que su aparato mediático le confeccione la personalidad. Y solo por masoquismo podría repetir los errores de esta campaña. Lo apuntala la cohesión del PPdeG; una coalición que ha convertido la victoria en su identidad. La mínima fuga de nacionalistas gallegos hacia el BNG y de nacionalistas españoles hacia VOX no ha socavado su fuerza. Democristianos, conservadores y liberales, boinas y birretes, seguirán soportándose como si se amasen. Es fácil fingirlo con el estómago lleno. Mientras el fantasma ‘coaga’ siga poblando las pesadillas del centroderecha galleguista, impidiendo un proyecto independiente, el PPdeG reposará sobre cimientos sólidos.

Besteiro sobremuere. Sospechando el desastre, Sánchez ha eludido más que Feijóo el escenario gallego. Triste consuelo. No impedirá esa lectura en las tertulias madrileñas, que son las que le preocupan. Su problema es que la península se le escora. Mientras el PSC vuelve a florecer en Cataluña, armonizando sus pulsiones, el PSdeG se mustia en Galicia por sus contradicciones. Se ha convertido en un espacio yermo entre las fronteras municipales y la estatal; un partido de alcaldes. Aún tendrá que agradecer que el ejemplo de Democracia Ourensana haya sorprendido a Abel Caballero acomodado en su taifa. Besteiro se avecina al contenedor de reciclaje donde reposan todos los candidatos de usar y tirar que lo precedieron. Seguirá al menos un tiempo, seguramente, mientras se recluta un voluntario para la siguiente inmolación. Los socialistas gallegos no han enfermado de líderes, sino de sustancia. Imposible cuajar en unas autonómicas cuando careces de autonomía.

Crece el BNG, pero hacia dentro de sus marcos. Su paradoja es precisamente haber protagonizado la mejor campaña. La felicidad siempre se resuelve en la comparación de las expectativas con los hechos. Atrás quedan los auditorios abarrotados y los gritos de “presidenta, presidenta”. Era “agora”, habían prometido, no este “logo”. Su futuro nunca se conjuga en presente. Pontón, si bien aún joven, corre el riesgo de institucionalizarse como promesa, ni viva ni muerta. Presumirá de esperanza en los días que vendrán, cabalgando su ola. Pero las olas, incluso las más poderosas, se acaban convirtiendo en espuma.

Lo cierto es que Galicia no atiende a mareas, sino a trasvases. Nada cambia en la sucesión de las generaciones. Ni subimos ni bajamos. Somos lo que somos y lo que hemos sido. La mitad mayoritaria sigue creyendo legítimamente que es además lo que debemos ser, naciendo poco y emigrando mucho, en esta paz de cementerio. El final del mundo nos encontrará seguramente satisfechos.