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Superga, el trágico final del gran Torino

Hoy se cumplen setenta y cinco años del accidente de avión que acabó con un equipo inolvidable que había encadenado cinco títulos de Liga y amenazaba con extender su dominio a todo el mundo a través de la selección italiana

Imagen de una alineación del Torino en 1949.

Imagen de una alineación del Torino en 1949. / FDV

Juan Carlos Álvarez

Juan Carlos Álvarez

Hoy, como cada cuatro de mayo, los fieles aficionados del Torino subirán andando hasta la Basílica de Superga, situada a veinte kilómetros del centro de Turín, para rezar una oración junto a la inmensa lápida que recuerda que allí mismo se estrelló el avión que devolvía a casa al mejor equipo de fútbol que Italia había conocido. El Torino de los años cuarenta, el “grande Toro”, que había conquistado cinco títulos de Liga de forma consecutiva, acabó sus días contra los muros del templo en una de las grandes tragedias de la historia del deporte de la que hoy se cumplen precisamente setenta y cinco años.

El accidente conmocionó a la sociedad italiana que se estaba recuperando como buenamente podía de la Segunda Guerra Mundial. Ese conflicto impidió que el palmarés del Torino fue aún más grande en el momento del accidente nadie pone en duda su victoria en las dos temporadas que se detuvo el fútbol en Italia. Ganaron el último título antes de que el calcio se paralizara y volvieron a conquistar los cuatro siguientes. No se había techo ni freno para ellos. La historia había comenzado unos años antes, con la llegada en 1939 de Ferruccio Novo a la presidencia del club. Era un incondicional del Torino que había jugado en sus categorías inferiores sin llegar nunca al primer equipo. Novo imitó el modelo de éxito de la Juve de los Agnelli, con su idea de trasladar políticas y métodos empresariales al fútbol. Se rodeó de colaboradores con criterio, puso el equipo en manos de Ernest Erbstein, un húngaro que al comienzo dirigió al equipo desde el anonimato por las reglas raciales vigentes en aquel tiempo contra los judíos, y comenzó a reclutar jóvenes talentos. Ossola fue el primero, pero el gran cambio se produjo con la adquisición en verano de 1942 de Valentino Mazzola que jugaba por aquel entonces en el Venezia y que meses antes les había derrotado en un partido clave para el título y retrasado el comienzo de su ciclo glorioso. A partir de 1943 ya no encontraron rival en Italia. De su lado cayeron los campeonatos de Liga de 1943, 1946, 1947, 1948 y 1949. En la Copa solo pudieron disfrutar de la victoria en 1943 porque a partir de ahí el torneo se suspendió y no regresó hasta 1957. Se convirtieron en un equipo de leyenda que la gente recitaba de memoria: Bacigalupo; Ballarín, Maroso, Grezar, Rigamonti, Castigliano; Menti, Loik, Gabetto, Mazzola y Ossola.

Los restos del avión, junto a la Basílica de Superga.

Los restos del avión, junto a la Basílica de Superga. / FDV

En 1949 faltaban cuatro jornadas para conquistar el quinto scudetto consecutivo cuando tomaron un avión para jugar un amistoso en Lisboa contra el Benfica. Valentino Mazzola, el mejor jugador de aquel Torino –y padre de Sandro Mazzola, estrella del Inter de los setenta– había insistido en acudir al homenaje del capitán lisboeta José Ferreira. El Benfica quería al mejor equipo de Europa en aquel encuentro y Mazzola, el jefe de aquel equipo, había convencido a los directivos. La fama del equipo era descomunal hasta convertirse en una máquina perfecta que todo el mundo quería ver de cerca.

El problema vino en el viaje de vuelta. Había tormenta sobre Turín y las nubes bajas reducían la visibilidad. Cuenta la leyenda que el piloto no tenía demasiado claro el aterrizaje en Turín, que contempló otras opciones, pero que fue la expedición del Torino la que insistió en aterrizar. Un error de navegación hizo el resto. Desorientado, el piloto creía dejar a su derecha la colina de Superga que se levanta a setecientos metros de altitud sobre Turín, pero en realidad iba directo hacia ella. Las nubes se disiparon delante de él cuando apenas estaba a cincuenta metros y ya no tuvo tiempo para reaccionar. El avión, un viejo Fiat G212CP, se estampó contra la basílica que hay en la cumbre de la colina. La violencia del choque fue salvaje y murieron los treinta y un ocupantes del avión (los dieciocho futbolistas, dos directivos, dos técnicos, seis tripulantes y tres periodistas). Para facilitar el proceso de identificación de las víctimas fue llamado de urgencia el seleccionador italiano, Vittorio Pozzo. Y es que la tragedia no sólo fue para el Torino sino para la selección italiana. En aquel tiempo el once inicial de la “azzurra” estaba formada muchas veces por diez jugadores del Torino. La tragedia dejó a Italia sin sus opciones de ganar el campeonato del Mundo de Brasil que se disputaba un año después y al que, por temor al avión, se desplazaron en barco.

El duelo en Turín fue tremendo. Toda Italia lo siguió por televisión y más de medio millón de personas salió a la calle para asistir al cortejo fúnebre de los futbolistas. Sus ataúdes entraron en la catedral turinesa en orden, como salían al campo cada domingo mientras por la megafonía se anunciaban sus nombres. La escena, que figura en diversos documentales, estremece. Sauro Tomá, el único jugador que no viajó a Portugal por culpa de una lesión de menisco, quedó tocado para toda su vida. Y se salvó también Kubala. El húngaro jugaba en Italia y fue invitado por el Torino para participar en el homenaje de Lisboa. Aceptó, pero en el último momento le avisaron de que su mujer y su hijo habían conseguido escapar de Hungría (como él había hecho unos años antes) y Kubala cambió de planes y viajó de urgencia a Udine para reencontrarse con su familia.Esa llamada le salvó la vida.

El Torino no se resignó aunque ya nunca se recuperaría. Decidió acabar el campeonato de aquel año jugando con los juveniles. Lo mismo hicieron sus adversarios y los clubes, reunidos por la Federación, decidieron conceder el título de 1949 al Torino independientemente de los resultados de las últimas cuatro jornadas. Hoy, los incondicionales del “Toro” regresarán como cada 4 de mayo a Superga y alguien tendrá el honor de leer los nombres de todos los que perdieron la vida en una de las grandes tragedias de la historia del deporte.