Entrevista | Carlos Soria Alpinista

“No todos los jubilados tienen que subir montañas, pero que vivan vivos”

El abulense, ya bastante recuperado de su accidente en el Dhaulagiri, abre este martes en Vigo el III Ciclo de Montaña, Medio Ambiente e Cambio Climático

El montañero español Carlos Soria en una imagen de archivo en Nepal

El montañero español Carlos Soria en una imagen de archivo en Nepal / EFE/Manesh Shrestha

Armando Álvarez

Armando Álvarez

Carlos Soria inaugura este martes día 19 (20:00, Auditorio Municipal, entrada gratuita) el III Ciclo de Montaña, Medio Ambiente e Cambio Climático, que organizan Peña Trevinca, Universidade de Vigo y Concello de Vigo. Soria (Ávila, 5-2-1939) fue pionero y hoy es mito del alpinismo español. En mayo se fracturó una pierna mientras asaltaba el Daulaghiri, uno de los dos “ochomiles” que le faltan (el otro es el Nanga Parbat). La recuperación avanza adecuadamente. En 2025 se ve de regreso a las cumbres más altas.

–Su percance más grave.

–El único. Siempre presumía de que llevaba 70 años subiendo montañas y nunca me habían tenido que sacar de ninguna. Esa racha se ha roto. Me quedo contento de que no haya sido un problema mío o de mis compañeros. Ha sido el accidente de un sherpa que nos arrastró a todos y nadie tuvo culpa, ni siquiera él, que no quería caerse.

–Usted siempre ha sabido cuándo parar y descender.

–Me he bajado de más montañas que las que he subido. Hay mucha gente que piensa que la meta es llegar a la cumbre como sea. El año anterior murió un amigo nuestro así. El sherpa le decía que no iban bien, pero él pensó que ya estaban cerca. A la bajada se quedó donde a mí me ocurrió el accidente. No pudo moverse más y allí se murió con el pobre sherpa. A mucha gente se le olvida que tiene que bajar y volver a su casa, a ser posible entero, que es muy agradable. Esto es un deporte y está muy bien, pero hay quien arriesga hasta límites insospechados.

El alpinista español
Carlos Soria.   | // FDV

El alpinista Carlos Soria en una imagen de archivo / FDV

–¿Le obsesiona conquistar los dos “ochomiles” que le faltan?

–No tengo ninguna obsesión y tampoco ningún problema con lo que me ha pasado. Preferiría que no hubiese pasado pero una vez que sí, estoy encantado. Me he quedado muy satisfecho de todo lo que ha ocurrido a mi alrededor. He visto cómo me quiere mucha gente, incluso que no conocía. Pude aguantar los dolores de las diez primeras horas, que fueron espantosos. Me transportaron sin camilla, arrastrándome, apoyando yo un poco las manos para dirigirme. Me tiraban de las piernas porque me escurría. No se puede ni imaginar. Pero no lo quiero olvidar ni nada. Al contrario, ha sido una experiencia demasiado fuerte pero muy buena, con personas maravillosas.

–¿Se marca alguna fecha para emprender nuevas expediciones?

–Lo que dicte mi cuerpo. Creo que el año que viene iré a algún sitio. Me están proponiendo volver la próxima primavera porque hará cincuenta años del primer “ochomil” español, el Manaslu, y yo estaba en aquella expedición. No sé qué, pero algo haré. Me gustaría también ir otra vez al Dhaulagiri por mis compañeros. O alguna montaña más baja e interesante en Pakistán, que hace mucho que no voy. Quiero seguir haciendo cosas y para eso me estoy entrenando, yendo a un fisioterapeuta y a una quiropráctica, practicando pilates por primera vez… Me quiero poner bien para que mi vida sea lo más parecida posible a lo que era. Comprendo que es un año más, son 85, además de este trauma. Y las cosas se me olvidan más fácilmente. Es lo que hay.

–Imagino que no puede concebir su existencia si aquel chavalillo abulense no hubiera descubierto la montaña a los 14 años.

–Me parece milagroso. No sé por qué aquel chavalillo descubrió la montaña. Será que quería huir del ambiente que tenía alrededor. En mi familia no había precedentes; alguna vez en tranvía a comer a un pinar en Canillejas… Estoy encantado de la vida que he tenido, la deportiva y la profesional, que ha sido importante y placentera. Yo salí de la nada. Mi familia era pobrísima. En la casa no había agua corriente y solo un baño para tres familias. Poco a poco fuimos saliendo. Monté un negocio primero con mi padre. Y mi madre era una luchadora. Lo de ir al aire libre enseguida me enganchó. Estoy muy contento por todo. Cristina (su mujer) y yo hemos formado una familia magnífica, que me ha seguido en muchas cosas. Ahora son muy mayores ya las hijas, pero seguimos yendo juntos a las montañas. Hay muchas cosas por las que deseo seguir viviendo.

–Una familia que aceptó, además, que usted se fuese con frecuencia al otro lado del mundo, ignorando si regresaría.

–Cristina ha sido demasiado confiada. Siempre creyó que nunca me pasaría nada. Con las cuatro hijas mayorcitas, hemos subido al Cervino y al Mont Blanc. Ha tenido una fe ciega en mí y en lo que representaba para mí la montaña. Nunca me ha puesto una pega. La expedición más cara fue al Everest. Yo no tenía patrocinador y quería ir. Estaba nervioso, buscando cosas. Cristina me dijo: “No te preocupeste, tú vete que a la vuelta lo arreglas todo”. Esa es mi famiia.

–Tuvo usted un taller artesanal de tapicería. ¿Fue difícil no aburrirse entre expediciones?

–He tenido clientes maravillosos, que todavía se acuerdan de mí. Ha sido duro compartir mi vida deportiva y mi vida profesional, pero he disfrutado mucho. Y cuando me he vuelto de una montaña sin subir, tampoco lo he hecho destrozado, sino convencido de que había realizado lo correcto.

–Siempre se menciona inevitablemente su edad. ¿Le molesta?

–No tengo ningún complejo. Tengo la edad que tengo y hago lo que puedo hacer. Alguno ha escrito en Facebook que se me había roto el hueso porque tengo 84 años o cosas de ese estilo. Eso no es verdad. El cirujano me dijo: “Carlos, tienes el hueso de un ciclista de 30 años, pero la piel es de tu edad y nos va a dar problemas”. Y es verdad. Ha sido complicado cerrar las heridas. Pero todo han sido alegrías.

–¿Ningún amigo de su generación le afea que luego le exigen a él que sea igual de activo?

–Yo no quiero que la gente sea como yo. Lo que recomiendo es llegar a la jubilación en buenas condiciones físicas, mentales y si es posible, también económicas porque queda mucha vida por delante. No todos tienen que subir montañas pero que vivan vivos, que no se queden hechos polvo. He visto a gente a la que se le ha acabado el mundo porque se había jubilado y ya no era útil ni le importaba nada. Queda una vida maravillosa.

–¿Su relación con la montaña ha ido cambiando?

–Ha ido evolucionando, como es lógico. Uno no puede vivir del pasado. Hay que adaptarse a los momentos. Las cosas cambian porque tienen que cambiar. No puedes ni imaginarte lo que era España cuando yo era niño, cómo hemos cambiado el país y nosotros. Y en la montaña ha sucedido lo mismo.

–Se habla de mercantilización y masificación en el alpinismo.

–El alpinismo ha evolucionado de una manera fantástica y en España, todo el deporte. Venimos de mucho más atrás. Cuando íbamos a los Alpes, éramos unos pobres desgraciados, con complejo de inferioridad. Otra historia. En España, quitando en el País Vasco, donde siempre ha habido pasión por las montañas, los cambios han sido muy grandes. ¿Pero qué es lo que no ha cambiado en el mundo desde que yo tengo uso de razón? En mi niñez se recogía la basura en un carro de mula. En el alpinismo éramos cuatro. Es muy feo ver esa imagen de tanta gente en el Everest y sobre todo muy peligroso para ellos. Me gusta haber vivido lo que he vivido. Pero ahora mismo el que se queje y prefiera estar solo en la montaña tiene montones de sitios. Quieren la facilidad de poder subir y luego dicen que le estorba la gente. Hay mucho capullo por ahí suelto.

–¿Ha percibido el deterioro del ecosistema de la alta montaña?

–El ecosistema de la montaña no es distinto a los demás. Me preocupa más lo que está ocurriendo en el mar, como demostraré en la proyección en Vigo.

Los sueños pendientes

Sucedió a mediados de mayo del año pasado en el Dhaulagiri (8.167), a 7.700 metros de altura. Un sherpa con el que Carlos Soria y su compañero Sito Carcavilla compartían un tramo de cuerda fija los arrastró en su caída. Enseguida resultó evidente que Soria se había fracturado la tibia derecha. La gravedad de la lesión y la aspereza del terreno complicaron su traslado hasta el campo III. Unos alpinistas polacos subieron con una camilla y medicación. Del campo II fue evacuado en helicóptero. La noticia generó enseguida esa cadena de cariño que emociona a Soria. El traumatólogo Manuel Leyes hizo la maleta por si tenía que viajar a Katmandú. Finalmente lo pudo operar en España, en dos ocasiones. La segunda, para retirarle placas y tornillos y limpiar una infección. “Entre el 35 y el 50% de los accidentes como el tuyo acaban con una pierna cortada. Y eso con los que meten enseguida en una ambulancia”, le contó Leyes en una cena posterior. Soria, aunque la cicatrización ha sido lenta, ha exhibido una vez más su privilegiado físico. A los cincuenta días ya estaba caminando. “Me encuentro encantado por estar vivo, sobre todo. Ha sido muy duro, pero estoy recuperando muy bien. He tenido suerte”, valora, aunque retenga el recuerdo de los “dolores espantosos” durante aquellas horas en el Dhaulagiri y aún sufra molestias en la planta del pie. Quedan otras secuelas. Siente que ha perdido memoria y le cuesta dormir: “Tengo sueños; no sueños terribles de que me caigo, sino desagradables, de que quiero conseguir una cosa y no la consigo”. La acabará consiguiendo.