Benítez, contra Benítez

El técnico, que ha incumplido el pacto que suponía su fichaje, afronta el dilema de traicionarse a sí mismo

Larsen y Unai recogen el balón tras anotar el 3-2.

Larsen y Unai recogen el balón tras anotar el 3-2. / LOF

Armando Álvarez

Armando Álvarez

Cada partido es como una gota de agua que se desliza por el cristal del parabrisas, siempre por distinto sitio. Su trayectoria se sujeta a factores que pueden resultar indescifrables. Las mínimas imperfecciones de la superficie, el viento o la temperatura se conjugan en su conducción. Imposible resolver totalmente la ecuación de un partido tan contradictorio del Celta, sin tibieza, entre el espanto y la esperanza.

Disputó la primera mitad un equipo muerto, rendido a su destino. Surgió tras el 3-0 otro bien distinto, dispuesto a pelear por la siguiente bocanada de aire con dignidad. Hay conclusiones que extraer y pecados que corregir. Y la necesidad de pensar que la reacción obedeció más a virtudes propias que al pánico del Villarreal. La permanencia exigirá un 2024 casi milagroso, en el que cada decisión sea adecuada y encaje en el puzle.

Ni remedia ni potencia

Algo se rompió en la pizarra de Benítez aquella noche en San Mamés. La amargura de la derrota, tras el deslumbrante juego, ha tenido efectos perniciosos en el funcionamiento del Celta. Benítez ha acentuado su tendencia estilística. Se ha obsesionado con remediar los defectos defensivos del equipo en vez de potenciar sus virtudes ofensivas. Y ayer además pensó más en las virtudes ofensivas del Villarreal que en sus defectos defensivos. Su apuesta ofreció la primera parte más horrorosa de toda la temporada, no apta para menores ni para caracteres sensibles. La retransmisión debería haber colgado un aviso de control parental. Tan horrible que lo mejor fue el ataque del Celta porque al menos no existió.

Sin confianza

También a los jugadores del Celta se les había mustiado el corazón desde Bilbao. Han ido perdiendo progresivamente la confianza en el contacto con el balón. No se ofrecen y si les llega por casualidad, se deshacen de él como si fuese un cartucho de dinamita con la mecha prendida. Es como si temiesen salir en la fotografía del fracaso. Cada pase empeora la combinación hasta la pérdida o el despeje. En parte obedece a la falta de calidad en la creación y en parte a los traumas acumulados. El fútbol exige responsabilidad y esa mínima solidaridad de intentar ayudar al compañero o al menos no comprometerlo.

La enésima paradoja

Al Celta hay que agradecerle que mejorase lo suficiente para que tenga sentido analizar la enésima paradoja del sistema arbitral que ha sufrido el equipo esta temporada. El VAR, que incluso ha corregido contra el Celta aciertos arbitrales, ya tampoco le corrige errores clamorosos. No solo incumple su función primordial. Se retuerce su empleo de manera espuria. No existió penalti de Kevin Vázquez. Moreno ya había perdido el control del balón. El contacto es leve y de pura inercia, ni necesario ni suficiente. E incluso tan imperceptible que ni siquiera se puede asegurar que se produjese dentro del área. Pero esta vez la ruleta rusa del criterio decidió que las imágenes no podían probar de forma meridiana la equivocación. Y aunque en realidad en ese momento la decisión de Soto Grado hacía justicia a los merecimientos del Villarreal y los despropósitos del Celta, el fútbol resulta tan impredecible que ahora mismo la indignación resulta légitima.

Mingueza

El club –se supone que todavía Luis Campos– buscará en el mercado de invierno el centrocampista que le proporcione mayor vigor y calidad a su relación con el balón. Pero quizá el pivote que Benítez necesita esté ya dentro de la plantilla. Sin Aspas, Mingueza queda como el único jugador que lee los espacios con claridad, que salva líneas a la corta y a la media, que involucra a los demás célticos puntada a puntada en los ataques que cose. Y es un cambio que Benítez retrasó hasta el descanso, cuando debiera haberlo ordenado tras el bochornoso primer cuarto de hora.

Merecimientos

Lo colectivo y lo individual se retroalimentan. Benítez intenta repartir retribuciones y penalizaciones. Quizá un ejemplo de cómo se ha torcido la temporada es que la suplencia de Bamba es justa. Como quizá lo sea la desaparición de Carles Pérez.Los dos jugadores destinados a desequilibrar desde la banda, en cuyos sueldos se ha invertido mucho de lo que se pretendía mejorar –como en el propio Benítez– no valen ahora mismo ni como revulsivos. Pero hay todavía casos que agitar en esta búsqueda de una reacción. Benítez tiene que encontrar una fórmula que permita reunir a Aspas, Larsen y Douvikas incluso desde el inicio. La supuesta consistencia de Ristic no compensa quedarse sin las incorporaciones de Manu Sánchez. Carlos Domínguez cumple bien y aclara la salida. El quid es que algunas de estas decisiones aproximan el juego al caos; le desatan los corsés. Y todos los átomos de la naturaleza de Benítez se rebelan contra ese escenario. Lo cual es perfectamente comprensible. Pero el pacto de su fichaje implicaba la renuncia a esa osadía a cambio de rigor táctico, competitividad, solvencia defensiva... Benítez está incumpliendo su parte y tal vez para salvar al Celta deba traicionarse a sí mismo.

Suscríbete para seguir leyendo