El Atlético de Madrid fija de momento el tope liguero del Celta igual que Tebas el salarial. El cuadro vigués, solvente hasta el momento ante equipos de su pelaje, capotó contra el cuadro colchonero como ante el Real Madrid. Un síntoma de que quizá no alcance para pelear por Europa y una advertencia de cara a estas jornadas ásperas que se avecinan. Sin embargo, dolió más el resultado que sus causas. Los célticos sostuvieron la mirada a los rojiblancos. Acumularon más ocasiones que ellos en la primera mitad y mostraron coraje en la segunda, cuando amenazaba aguacero. Perdieron porque entendieron al revés aquello que predicaba Muhammad Ali; volaron como abejas y picaron como mariposas. Zumbaron para deshacerse después en besos. Solo Gabri Veiga mordió. El porriñés empieza a exigir a gritos la titularidad.

El Atlético ha sido el peor adversario del Celta en esta década en Primera; casi más que el Real Madrid y desde luego más que el Barcelona. Esa memoria sangrante se consuela con la eliminatoria copera bajo la batuta de Berizzo o de felicidades puntuales como el taco del Tucu. Pero la victoria más solvente se produjo con Antonio Mohamed en Balaídos. No es casualidad que sucediese con el Celta más reaccionario. Mohamed enfrentó a aquel Atlético a su reflejo. Lo parasitó. Coudet no está dispuesto a renunciar a su libreto. “Sostener la idea” es su mantra. Simeone pudo alimentarse de los sueños rivales, como le gusta.

Coudet, aunque ha fantaseado con Carles Pérez acompañando a Aspas en una delantera dinámica, más apropiada en las visitas, apostó desde el inicio por Larsen. El Celta se apretó contra su área para saltar como un muelle, descolgando al noruego y al moañés para el pase directo. El inicio resultó de alto voltaje, en una secuencia que debió condensarse en otra aritmética: Marchesin detuvo un tiro de Carrasco, Grbic interceptó la picada de Larsen en un mano a mano y después un cabezazo a bocajarro de Mallo; Correa inauguró el marcador culminando una basculación letal y Aspas disparó al palo tras una presión precisa. El Celta no había sido capaz de rentabilizar sus robos. A Larsen le faltó un centímetro de altura; a Mallo, un grado de angulación; a Aspas, un soplido de viento. Encrucijadas del destino más que secuencias lógicas. Oblak se había caído de la convocatoria a última hora al no superar una contusión. Grbic debutaba en Liga. El croata, como el australiano Ryan con la Real Sociedad la pasada temporada, regresará enseguida a la suplencia perpetua. Mientras todos lo olviden, el Celta maldecirá su nombre.

El Atlético, que había salido a dominar, se acomodó en la ventaja y empezó a recular, como le reclama su naturaleza. Simeone modificó su defensa, con tres centrales para neutralizar mejor a la pareja atacante. Las mareas se intercambiaron. El Celta empezó a masticar más las jugadas, aunque con Larsen como permanente recurso en el juego largo. El equipo vigués no está acostumbrado a gestionar un gigante. Le entusiasma hasta el abuso. Aprenderá a dosificarlo con mayor equilibrio, pero apunta sin duda a fichaje extraordinario. Aunque ayer batallase con un asfixiante Witsel, se las arregló para participar en la combinación y en la finalización. Falló por poco un disparo al palo corto, anulado por fuera de juego que el VAR hubiera negado, y otro al palo largo.

En el ajedrez táctico, el Celta seguía sintiéndose peligroso. Faltaron mejores decisiones en las inmediaciones de la frontal y sobre todo, que las piezas humanas ejecutasen mejor sus órdenes. El equipo añoró mayor desborde por banda, con Cervi funcionarial y Carles Pérez, desorientado.

El Celta llegó al descanso con la rabia del resultado injusto, seguramente convencido de voltear el marcador. Pero la gran virtud del Atlético esta temporada es que madruga en cada tiempo. Un disparo de De Paul desviado por Unai acabó en las mallas. Un golpe a la moral. El Chacho, además, se equivocó en la reacción. Retiró a Carles Pérez para meter a Veiga, desnortando al equipo y maniatando a Beltrán en la banda. Se corrigió enseguida, introduciendo ya a Solari por Tapia. En esa etapa mesetaria del partido, el Atlético sentenció a la contra, con una gran definición de Carrasco.

El Celta no dimitió ni pensó en amortizar el tiempo restante con el mínimo daño. Ya mejor estructurado, el equipo se enganchó a la verticalidad de Veiga. El canterano aprovechó una asistencia de Aspas para lograr el 3-1. Durante algunos minutos se le entreabrió al equipo la épica. Mallo no acertó con sus centros y Larsen no remató bien los de Galán. El Atlético sí se mostró eficaz en otro contragolpe, bien que con el renovado infortunio de Unai Núñez.

A Coudet se le pueden reprochar sus elecciones o sus manías. No que haya moldeado un equipo con personalidad y fe, orgulloso, a su imagen y semejanza. Son sus pros y contras. Ni con la goleada desistieron los célticos de perseguir un resultado más acorde a sus merecimientos. Pero al precio de limitar las sustituciones a las dos ya hechas, con Luca de la Torre y Swedberg condenados al papel de espectadores desde el banquillo. Coudet ni invierte ni regala. Solo emplea a aquellos en los que cree. Larsen le ha sorprendido. Veiga ha superado el largo proceso de aprendizaje que el entrenador le había diseñado. La duda es si bastará con ese reducido grupo de confianza para afrontar la temporada. El Valencia aguarda el sábado.