Opinión | Crónicas galantes

Vacas a todo gas

Vacas pastando en los terrenos públicos del CIAM.

Vacas pastando en los terrenos públicos del CIAM. / / FDV

Pedorras como son por naturaleza, las vacas le están haciendo un roto a la capa de ozono con las flatulencias que expelen a la atmósfera. Sus tubos de escape no padecen tan mala fama como los de los coches, pero lo cierto es que contaminan tanto o más que ellos si a sus gases liberados por vía oral o rectal le añadimos el efecto de los purines.

La noticia, nada nueva en realidad, no puede ser más desalentadora para Galicia, que cuenta con un censo de medio millón de vacas y casi un millón de bovinos en general.

Se trata de un número lo bastante copioso como para que sus bufidos anales injurien al medio ambiente con la emisión de muchas toneladas de metano y otros gases de efecto invernadero cada año.

Lo ideal sería enseñarles modales, pero no vamos a pedirle a un cuadrúpedo lo que no se exige a tantos bípedos en este delicado aspecto. Con mucho más sentido práctico, la ciencia ha tomado por fin cartas en el asunto para bajarles los humos y, sobre todo, los gases contaminantes a las pobres marelas.

Como ya sabrá el lector por recientes informaciones de este periódico, un grupo de investigadores gallegos va a aplicar las más novedosas tecnologías a la medición de los vahos que expulsan las vacas. A partir de los datos obtenidos se aplicarán soluciones basadas en la inteligencia artificial y la robótica.

Un posible remedio consistiría en la modificación de su dieta, que permita reducir la cantidad o más bien la calidad de los gases que arrojan a la atmósfera.

“La idea es reducir así la concentración de metano en las ventosidades de las futuras generaciones vacunas”

No ha de ser tarea fácil si se tiene en cuenta que estas rumiantes tienen nada menos que cuatro estómagos. No obstante, hay ya prometedores avances en otros países, como Canadá, donde se está experimentando con un semen de toro genéticamente modificado, La idea consiste en reducir así la concentración de metano en las ventosidades de las futuras generaciones vacunas.

A las gentes urbanas, que son ya ancha mayoría en Galicia y en el mundo, ha de sorprenderles por fuerza este cambio en la tradicional imagen de las vacas. Ahí donde se las ve, pastando con aire filosófico en verdes y bucólicos prados, ofrecerían una foto de postal capaz de conmover a cualquier ecologista. Pero qué va.

Su carencia de modales a la hora de hacer el tramo final de la digestión compromete la salud del medio ambiente a pesar de lo que pudiera sugerir su dulce apariencia y sus no tan dulces ventosidades.

La culpa de esta mala reputación la tuvo hace años un informe de la FAO, rama agrícola y alimentaria de Naciones Unidas que atribuyó a las reses el pecado de ser uno de los principales causantes del efecto invernadero que tanto trastorna al clima.

Es de esperar que la intervención de la ciencia minore el volumen de metano que las pobres desprenden con sus cuescos y eructos, de modo que se les devuelva su perdido crédito ecológico. Sería un acto de justa reparación en Galicia, país donde la vaca goza fama de símbolo y animal totémico hasta el punto de que Castelao la definió como “el ama de cría de la humanidad”. No se trata de sacralizarlas, como en la India, claro está; pero al menos, un respeto. Aunque vayan a todo gas.

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