Opinión
El reloj
El reloj que llevo lo heredé de mi abuelo. Es un modelo de hace tres cuartos de siglo, cuando comprar un reloj era invertir una pequeña fortuna. Mi abuelo, un humilde estibador, ahorró durante mucho tiempo para comprarse ese reloj. Nunca he podido calcular cuántos sacos debió cargar a sus espaldas para hacerse con el Cauny que luego llevó mi padre y que ahora va conmigo a todas partes, pero debieron ser muchos, demasiados. Es un viejo reloj de cuerda, así que cada día, al vestirme por las mañanas, tengo que dedicarle un poco de tiempo al tiempo para que siga latiendo. Y en ese momento, sentado al borde de la cama como los vi hacer a ambos, hay algo que nos mantiene unidos, un rito que nos comunica a través del tiempo y del espacio.
Este fin de semana volveré a sentarme en el filo de la cama para atrasar una hora mi viejo reloj. Estoy absolutamente convencido de que la única utilidad que tiene el cambio horario es darme la oportunidad de escribir dos veces al año una columna sobre mi tema favorito, el tiempo. Porque parece demostrado que no sirve para nada más, ni para ahorro de energía ni para ganar horas de luz ni demás zarandajas. Pero a mí me da dos columnas al año, que no es poca cosa.
El tiempo… Alguna vez, al final de la tarde, cuando el viento se echa y la luz columpia sobre el azul un tenue haz violeta, justo antes de que la sombra proclame el revés del día, en el vacío que deja su vuelo de pájaro insomne, he creído comprenderlo. Alguna vez, sí, tuve la esperanza de que, con el tiempo, aprendería algo del tiempo, pero a estas alturas solo he alcanzado a tener algunas sospechas. He intuido que en la lengua luminosa del agua, en el dios al que rezan los jazmines, en la quietud de las barcas hundidas, en la luz temblorosa de la tarde, en la desnuda oscuridad del deseo, en la pequeña razón de la llama y en la serena piel de los veranos, se posa a veces, como dormido. Y que es vertical e invulnerable, que no comprende la palabra nunca, que confía en los infinitos horizontes del olvido y cree que el universo es la suma de la muerte, todos sus precipicios. Y que el reloj, el espejo, la marea, son retratos, estatuas, relieves del tiempo, pero no, no son el tiempo. Y que hay un tiempo dentro del tiempo, un silencio dentro del silencio, una tristeza dentro de la tristeza y un olvido dentro del olvido, y que dentro de ese tiempo, de ese silencio, de esa tristeza y de ese olvido, está la nada esperando llenarlo todo. Y que en algún lugar del tiempo se conserva la palabra transparente del niño que fui, aquel que miraba cómo el abuelo le daba cuerda a su reloj.
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