El último afilador de Pontevedra

Carlos Gómez lleva 50 años en un negocio de tres generaciones

Carlos Gómez muestra su afilador a la puerta de su local.

Carlos Gómez muestra su afilador a la puerta de su local. / Gustavo Santos

Gala Dacosta

Gala Dacosta

“Hoy en día no sé si compensa mucho arreglar los paraguas”, dice el propietario de la Cuchillería Gómez, Carlos Gómez. Hacerlo, explica, puede llevar un cuarto de hora y eso tiene un precio, aunque él intenta “dejar las cosas muy económicas”. Es el último afilador paragüero de la ciudad, un oficio que heredó de su abuelo y de su padre. El primero era ambulante, pero el progenitor, Serafín Gómez, abrió un establecimiento en la calle Sierra en 1952 que aún sigue al pie del cañón.

No las tiene todas consigo sobre si la gente tiene tiempo ahora para reparar las cosas. “No va en proporción el precio del paraguas con lo que puede llegar a costar arreglarlo”. Por si acaso, además de recomponerlos, también vende recambios para aquellos que ya no tienen salvación. Él, que ya cumplió 74 años, lleva desde 1975 vendiendo y arreglando cuchillos, navajas, tijeras de costura y paraguas. “Es demasiado tiempo ya”, dice con humor.

Nada más entrar en la tienda los carteles que anuncian que no se cobra con tarjeta le dan un deje analógico, y en un intervalo de unos quince minutos llegan a entrar más de cinco clientes distintos: Carlos conoce a todos por sus nombres y charla con ellos mientras los despacha con la misma efectividad y diligencia que hace 50 años.

Aunque es la tercera generación de afiladores de la familia Gómez, no siempre supo que iba a continuar el legado que comenzó su abuelo, que instalaba su puesto ambulante frente a la Plaza del Mercado de Vilagarcía de Arousa. De joven, estudió Magisterio y llegó a especializarse y a trabajar durante un tiempo en centros educativos con personas ciegas. Pero la vida se impuso, y él ya conocía este negocio, así que cuando el padre no pudo continuar, tomó el relevo.

"No pienso en retirarme"

Fue precisamente Serafín, su padre, quien montó la tienda que está ahora frente al Mercado de Pontevedra. Carlos la atiende solo, pero sin angustiarse demasiado: “Para mí es una forma de pasar el tiempo y no pienso en retirarme. Hay mucho trabajo, pero cuando quiero ir unos días a ver a mi hijo a A Coruña, echo el cierre”, asevera. Al fin y al cabo, es ya su rutina y lo que más le gusta es “hablar con los clientes y salir a tomarme un café con alguien por la mañana”.

Y es que no todos los tiempos pasados fueron mejores, y esta tienda que ha sido testigo de numerosos cambios lo sabe bien, pues durante bastantes años Carlos estuvo compaginando su trabajo como viajante para empresas de alimentación durante el día con los arreglos en la cuchillería por la noche. En aquella época había “muchas tiendas pequeñas y ultramarinos”. Después de viajar toda la jornada, llegaba al local y “trabajaba hasta la una o las dos de la madrugada, era muy cansado viajar todo el día”, cuenta.

Sobre el paso del tiempo comenta que hay diferencias entre los clientes jóvenes y mayores. La mayoría, como se puede presuponer, son de cierta edad, “de siempre” o “que pasan de padres a hijos”. Pero no desestima la importancia de atraer a nuevas generaciones a un negocio tan esencial como infrecuente y se alegra cada vez que llegan nuevos clientes a comprar o reparar. Antes había más cuchillerías, “era otra época”, comenta mientras señala una fotografía de la plaza de A Ferrería repleta de afiladores y paragüeros que se instalaban allí las mañanas de feria, donde está ahora el café Savoy. Además, arreglaban ollas, calderos y otros utensilios que hoy en día ya no se reparan.

Hay cierto respeto por los objetos cuando se toma un tiempo para repararlos y darles una oportunidad, en lugar de tirarlos. El propietario de la Cuchillería Gómez cuenta que “la gente ahora tira las cosas enseguida”, y esto es algo que solo en parte puede llegar a entender.

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