Opinión

El fervor está de vuelta

Verano de 1965. Años aún en blanco y negro. Cuatro “melenudos” –a los que unos días antes la Reina Isabel II de Inglaterra había nombrado miembros de la Orden del Imperio Británico– desembarcaron en Barajas, con montera por sombrero, para dar dos conciertos en: Las Ventas (Madrid) y La Monumental (Barcelona). Con el mismo animador: Torrebruno.

En aquel tiempo, los Beatles vendían 3.800 discos en España, donde no habría más de 2.000 personas que tenían tocadiscos. Supuestamente, el resto compraba el disco y no podía escucharlo. En Inglaterra, un vinilo del grupo despachaba 700.000 copias, en Alemania, 500.000.

En los 35 minutos que duraba el concierto, recortado por miramientos presupuestarios (las entradas más baratas costaban 75 pesetas y las más caras 450), la banda del momento tiró de repertorio, abriendo con “Twist and Shout”.

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Seis décadas después, en la indecisa primavera madrileña, con idéntico fervor, la artista más escuchada del mundo y la que más recauda, Taylor Swift (34 años), llega al remodelado Bernabéu, a ponerse el mundo por montera, en dos conciertos consecutivos, con un cuerpo de ventaja y –salvo para los vecinos– la incógnita de la acústica.

Meta volante de una gira planetaria, “The Eras Tou” –152 conciertos en eventódromos, dos mil millones de dólares en venta de entradas– con una receta que mezcla: prolífica producción artística, implacable astucia comercial y dominio cultural.

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Con jerarquía ecuménica –como notario mayor del planeta– “The New York Times” ha hecho una detallada comparativa de los Beatles y Taylor Swift, midiendo un tipo diferente de fervor: la ubicuidad musical de los “escarabajos”, que dominó la radio; con la obsesión de Swift, que transmite su música millones de veces y la compran sus fans en múltiples formatos.

Comparar a TS con los Beatles es absurdo e injusto para ella. Además, resulta incompleta, al ser dos épocas completamente diferentes en cultura pop y tecnología. Digan lo que digan las cifras, para los fanáticos, si los Beatles son como un buen vino; Swift –110 millones de seguidores– sería como una lata de cerveza.

"Comparar a Taylor Swift con los Beatles es absurdo e injusto para ella"

En cualquier caso, ejercicio arriesgado porque los tiempos han cambiado una barbaridad. La población mundial ha pasado de 3.500 millones en 1965, a 8.000 millones en 2023. A lo que añadir, redes sociales, Inteligencia Artificial y “streaming”.

Cuando se duplica la población a la que expender, resulta más fácil vender discos. Con una población más pequeña era más fácil estar en el “zeitgeist” (clima cultural, intelectual y social de una determinada época).

Evaluarlos únicamente a través de ventas de discos y grammys no capta la esencia de su impacto, contribución y legado. Lo que casi nadie discute es que ambos son fenómenos culturales monumentales.

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En una época en que el rock and roll no gozaba de aceptación universal, los Beatles eran más grandes que su música. Cambiaron el mundo, lideraron la revolución cultural de los sesenta, fueron un acontecimiento histórico que definió una generación. Su impacto, además del éxito comercial abrumador, fue un movimiento transformador, que influyó en otros músicos.

Un día, los chicos fuimos al colegio peinándonos hacia atrás, y al día siguiente nos lo peinamos hacia delante. Poco después, todo el mundo desarrollado conocía su música. Después, nada ha tenido tanto impacto.

"The Beatles fueron un acontecimiento histórico que definió una generación"

Para la mayoría de los musicómanos, siguen representando el patrón oro de la popmanía, al marcar el comienzo de la revolución del rock. De la universalidad de su música –algo que nadie ha igualado– la muestra sería “Yesterday”, versionada más de 22.000 veces.

Cambiaron el mundo de la moda –pelo largo, botas “beatle”, gafas Lennon– películas y vídeos. Pioneros en la relación de la política con la cultura pop, introdujeron la espiritualidad asiática en Occidente.

Los que en un principio se llamaban The Quarry Men, no eran chicos ingenuos, más bien, músicos muy trabajadores que conocían el oficio mejor que nadie. En los 60 se negaron a actuar cuando un local planeó mantener a los fans blancos separados de los fans de color.

Sus canciones durarán décadas. Al igual que Beethoven, dentro de 100 años, el catálogo de los Beatles seguirá vivo. Pondrán “Please, please me” en un tardeo político o sonará “Let It Be” en algún funeral… y la gente llorará.

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Divertida, irónica, auténtica, Taylor Swift, persona del año para la revista “Time”, que la ha definido como eje en torno al que pivota el mundo, es un fenómeno cultural que ha sabido evolucionar su sonido, ensanchar un público fiel y aprovechar al máximo los avances tecnológicos.

En tiempos de división como los actuales, TS hace gala de: un talento increíble para unir a la gente, sin excluir a nadie; una bondad tranquila –a través de donaciones a comedores de beneficencia en las ciudades en las que actúa– y un apacible sentido del humor.

"Al igual que Beethoven, dentro de 100 años, el catálogo de los Beatles seguirá vivo"

Es la voz de millones de chicas y jóvenes, poniendo palabras al dolor de las mujeres modernas: “Ha pasado mucho tiempo / y ver la forma de tu nombre / todavía deletrea dolor”, “Que tu corazón pueda romperse, pero que no lo rompa la misma mano dos veces”.

Lo hace con lírica ingeniosa: “Lo que no me mata me hace desearte más”; melodías pegadizas: “Miraré fijamente al sol, pero nunca a un espejo” y un uso inquieto del lenguaje: “Y me despierto con tu recuerdo sobre mí / Es un puto legado que dejar”, materiales con los que expone –sin pudor– alegrías, tragedias y traumas de su vida, a través de briosas metáforas y dobles sentidos, donde la realidad siempre parece una ensoñación.

"Taylor Swift es la voz de millones de chicas y jóvenes, poniendo palabras al dolor de las mujeres modernas"

Ambiciosa, astuta y estudiosa, parece haber descifrado el código de cómo alcanzar un éxito explosivo. En la cultura ensimismada de hoy en día, su música es divertida de escuchar.

Sin dejarse silenciar por críticos devastadores, los de más edad, que rotulan despectivamente su música –banal y repetitiva, con la complejidad y profundidad de un helado de supermercado– detallando su composición –insípida, perezosa, solipsista– impulsada por algoritmos que atrae a adolescentes y tuiteras.

Con esa apariencia de ingenua complaciente, Swift encarna la lucha del creador contemporáneo frente a la gran industria –Spotify, Apple, TikTok– a cuyas críticas injustificadas ha sobrevivido. Un signo de los tiempos.

Cuando se depure la admiración hiperbólica que la rodea, los devotos admiradores seguirán comprando sus álbumes, películas y conciertos, lo que ampliará la magnitud del impacto financiero.

Ahora, le importa cómo la perciben y cómo la recordarán cuando el ruido desaparezca y solo queden las canciones y las estadísticas. Su intrincada lírica delata una capacidad creativa que explica esa gigantesca máquina de triunfar.

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Como sociedad, vivimos años convulsos por la insolencia de las minorías, en un somnoliento estado de complacencia y autosatisfacción y hemos llegado a aceptar la mediocridad como grandeza.

Con el calor que irradia una líder intrépida, vuelve el fervor acompañado de una vibración en el aire. Como entonces.

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