Un libro póstumo de Ceferino de Blas

Julio Picatoste

Julio Picatoste

El pasado lunes tuvo lugar la presentación del libro “Vigo, puerta del mundo”, obra póstuma de Ceferino de Blas, de la que se ofreció al pueblo vigués un adelanto y muestra en una exposición al aire libre en la calle Príncipe.

Ceferino nos dejó hace diez meses; lo hizo con el silencio y la discreción que le caracterizaban, pero nos legó su último trabajo significativamente dedicado a la ciudad que tanto amó y que tan intensamente vivió. El libro nos muestra un Vigo que, a lo largo de la historia, ha sido puerto de acogida y a la vez punto de partida hacia el continente americano de innumerables personalidades que visitaron nuestra ciudad y que, de una u otra forma, dejaron su huella. Dice el propio Ceferino que “la ciudad llegó a ser el gran andén de los viajes trasatlánticos de quienes llegaban o salían hacía América, pero también de las escalas de y hacia Europa”. El libro recoge un muy cumplido y amplio censo de hombres y mujeres ilustres que pasaron por Vigo. Era necesario hacer un trabajo de esta índole para poner al alcance de los vigueses este repaso histórico a través de los visitantes ilustres que admiraron la belleza de nuestra ría y la presencia majestuosa de las islas Cíes de las que el poeta Gabriel Celaya, tras visitarlas, dijo “quisiera volver mañana para saber si es verdad”. Ceferino volvió una y otra vez sobre la historia de nuestra ciudad para reconstruir el variado y extenso mosaico de personalidades que la visitaron y hablaron de ella, honrando así a esta gran puerta abierta hacia el Atlántico que es Vigo.

"Ceferino era buen conversador, y no solo porque era de bien hablar, sino porque sabía escuchar, virtud escasa en los tiempos que corren"

La presentación del libro de Ceferino fue ocasión para echar la vista atrás y rememorar su figura y su amistad entrañable. Conocí a Ceferino allá por el año 1987. Una primera coincidencia: ambos llegamos a Vigo en 1986, y los dos procedentes de Asturias, su tierra natal. Yo venía de Gijón, donde ejercía como juez decano. Él venía de “La Nueva España”, el diario ovetense del que era subdirector. En aquel momento, no podía imaginar Ceferino el vuelco que ese traslado iba a suponer en su vida, lo que esta ciudad iba a significar para él, en lo profesional y en lo personal. Los que no somos vigueses de nacimiento, nos hacemos vigueses por enamoramiento, que es una forma de renacer. He aquí otra coincidencia: fue el amor a la ciudad y a una mujer lo que nos hizo echar raíces en esta tierra, la misma que al final ha dado eterno cobijo a su hijo asturiano.

Volcó en sus escritos su honda devoción por esta ciudad. Los títulos de sus libros hablan por sí solos: “Cunqueiro y Faro de Vigo”, “Rosalía de Castro y Faro de Vigo”, “Fernández del Riego y Faro de Vigo”, “Vigo y la Navidad” y, por último, “Cíes, las islas de Vigo”. Y un título más: “Donde los periódicos son Faros”, que narra la historia del FARO DE VIGO, que es también, de alguna manera, una parte importante de la historia de la propia ciudad.

"No hay olvido para quien ha dejado en su camino las huellas de su bonhomía, de su sapiencia y de su palabra escrita"

Ceferino era buen conversador, y no solo porque era de bien hablar, sino porque sabía escuchar, virtud escasa en los tiempos que corren. Era la cordialidad hecha persona; hombre, en el mejor sentido de la palabra, bueno, como diría Machado. Era imposible no querer a Ceferino; y ahora es imposible no recordarle con aquella sonrisa que era enseña de su afabilidad. Discreto y modesto, sosegado, enemigo de la palabra ruidosa y del ademán iracundo, era como la ría cuando está en calma, acogedor; su apostura sobria y serena le hacían elegante, pero lo era también en el sentido etimológico de la palabra, pues elegante viene de elegir; es elegante es el que sabe elegir, y él lo supo hacer con la ciudad, con su oficio y con la mujer que escogió como compañera de vida.

La otra tarde, en el curso de la presentación de su libro, Ceferino, instalado en la memoria de todos, estaba con nosotros. Nadie muere del todo mientras haya alguien que evoque su recuerdo. Los que se han ido sobreviven en la memoria de los que quedamos. Es en la memoria donde los muertos habitan para no morir del todo, y allí permanecen adheridos a nuestra sobrevivencia, respirando la atmósfera de la remembranza. La muerte solo se consuma con la desmemoria. Solo nos morimos del todo y para todos cuando pasamos al osario anónimo del olvido definitivo.

Pero más allá de nuestra memoria personal, Ceferino habitará ya en la memoria colectiva de esta ciudad, pues no hay olvido para quien ha dejado en su camino las huellas de su bonhomía, de su sapiencia y de su palabra escrita, ahí en sus libros, como este póstumo de título tan bello y elocuente: “Vigo, puerta del mundo”, puerta que él abrió para tantos y que ya nunca se cerrará al recuerdo imborrable y perenne de Ceferino de Blas.

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