Opinión | Crónica Política

El daño está hecho

A la hora de escribir esta crónica, aun no se ha resuelto una crisis sin precedentes ni se ha despejado la duda del señor Sánchez acerca de si sigue o no. En todo caso, el mal para el país tras el episodio bufo que ha protagonizado, y que ha revolucionado a la sociedad gallega, ha generado un daño que ya no tiene remedio. El “dimito o no dimito” de su señoría abrió una crisis desmedida y absurda: pero lo más grave es que ha provocado una auténtica guerra civil mediática, social y política que perdurará durante bastantes años. Y que, sin duda, afectará a la vida cotidiana de la gente del común que, con manifestaciones o sin ellas, ha quedado fuera de juego y estupefacta. Y eso no es modo de hacer política, ni con minúscula ni con mayúscula. Es solamente, y nada menos, un desgaste más para la imagen del oficio y del país. Los peores daños están por venir.

Se ha hecho alusión a una guerra civil dialéctica, porque la disparatada manera de plantear el problema por la Presidencia del Gobierno ha desencadenado una oleada de manifestaciones y contramanifestaciones en las calles, plazas, viviendas y establecimientos públicos de un radicalismo raramente visto antes desde 1936. Medios de comunicación contra medios de comunicación, periodistas contra periodistas, fiscales contra jueces, ataques al poder judicial interpretándolo como instrumento ilegítimo y, en fin, todos los males que el Evangelio de San Juan resumía en cuatro jinetes. Habrá que ver cómo esta España nuestra soporta, absorbe y resiste a este episodio que ha puesto al Estado y a su Gobierno en ridículo ante medio mundo.

Se ha dejado escrito que el daño ya está hecho. Por todo lo anterior y por lo que, decida lo que decida don Pedro Sánchez –por cierto, la fecha para eliminar la incógnita es la de hoy, en la que la iglesia conmemora a San Pedro mártir– nadie podrá olvidar todo esto que ha sucedido en las últimas horas. Una España ferozmente dividida entre la derecha y la izquierda, sin respetarse los derechos mínimos de una persona en tiempos democráticos, y un ambiente de tal inquina que estos Reinos han dado la impresión de volver a las batallas mortíferas entre musulmanes y cristianos que duraron ocho siglos.

La perspectiva que queda tras todo ello no alienta precisamente la esperanza de un futuro inmediato en el que la política española recupere un mínimo de sosiego que permita a los gobernantes gobernar y, a la oposición oponerse con un nivel intelectual y social mínimo.

Hablando de la oposición, resulta imprescindible que cambie su modo actual de expresarse. Acostumbrados todos, por desgracia, a escuchar a Vox y sus arengas, pero también a las extremistas proclamas de la izquierda radical, el principal partido de la oposición y ganador insuficiente de las últimas elecciones, que es el PP, no puede entrar en esa vía. Es verdad que la izquierda empezó hace mucho tiempo la historia de la corrupción con el caso “Flick”, y después batió todos los récords del escándalo con el caso de los EREs, no se pueden ni olvidar ni compensar los del lado contrario. Y tampoco procede aceptar como si nada que Begoña Gómez entre en espacios que deberían ser sagrados para cualquiera de los habitantes de esta tierra. Eso no es información, sino basura que a cualquiera podría alcanzar sin motivo.

Algo más antes de concluir: lo que ahora se pelea en bares y tabernas, tiene un espacio mucho mas serio y lógico. Si alguien acusa a otro sin motivo o sin pruebas puede y debe ser objeto de una acción penal en su contra. Si, por el contrario, se cometen actos impropios o presuntamente delictivos, no se le puede proteger con la fuerza del Estado: hay que hacerlo con la de la ley, y eso no significa que reclamarlo convierta a los buenos en malos, a los demócratas en fascistas y, a los socialistas en usurpadores de un poder que las urnas no le dieron. A eso, muy resumido, no se le debe llamar democracia y el daño –que ya está hecho– afecta a los que están en ese podrido mundo actual de la política, pero no en exclusiva, sino también al sistema, a los que supieron ganarlo y a los que ahora intentan transformarlo en un coto privado tanto desde la derecha como desde la izquierda.