El abucheador

Cómo ser partícipe de un griterío ensordecedor

José María de Loma

José María de Loma

El abucheador se levantó pronto. No todos los días eran tan importantes. Preparó con mimo y tranquilidad el desayuno para su familia. Exprimió naranjas con paciencia, tostó buen pan, hizo café, sacó la mermelada y la mantequilla. Así es como le gustaba desayunar a su pareja y a sus hijos los días de fiesta. Puso la mesa. Mientras se levantaban, aprovechó para mandar un wasap cariñoso a un compañero de oficina que andaba algo pachucho. Luego, para animarlo, envió un meme festivo a un querido amigo, que andaba con mal de amores. Llamó a su madre. Le deseó un buen día, le preguntó cómo había dormido y le confirmó que irían a recogerla para almorzar en un restaurante a las afueras.

Tras el desayuno, limpió la cocina y sacó a pasear al perro, haciendo un sacrificio por andar un poco más de lo que le apetecía, para dar gusto al animal, que zascandileaba feliz por la calle. Antes de vestirse, apurando ya el tiempo, tuvo unos minutos para ayudar a su hijo mayor con un problema de álgebra. Camisa impoluta, pantalón de sport, mocasines relucientes, tomó el bus hacia la zona convenida. Logró un buen asiento pero lo cedió rápidamente a una anciana. Le resultaba simpática la charla que unas veinteañeras mantenían cerca de él. Hacian planes para el fin de semana. Eso le hizo recordar que tenía que pasarse por la ONG a lo más tardar el sábado.

Bajó del bus deseando un efusivo “buen día” al conductor, al que conocía de vista. Solo tuvo que andar cien metros para encontrarse con quienes había quedado. Fueron al punto estratégico estudiado previamente. El abucheado apareció tras las vallas de seguridad a los quince minutos. Fue entonces cuando, entre la multitud, el abucheador abucheó con todas sus fuerzas. Con toda su rabia, con todo su odio y energía, con toda su furia. Sin desmayo y casi sin aire. Abucheó y abucheó y jaleó a los que le rodeaban para que abuchearan más fuerte. Sintió el pecho henchido pero los pulmones ahítos. Se mareó ligeramente, pero se sintió pleno. Había contribuido a un griterío ensordecedor, a una crispación ambiental colosal, a un ambiente tenso con miradas recriminatorias de la Policía. Todo acabó en unos minutos. Más tarde, invitó a la ronda de cerveza a otros abucheadores, se interesó por la jornada laboral del camarero que los atendía en día de fiesta y ayudó a un ciego a cruzar un paso de cebra. Siéntese usted, caballero, le dijo a un atildado hombre con bastón ya en el autobús. Tosió levemente.

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