Crónica Política
El voto que viene
Por más que la lectura de resultados electorales responda –o debería hacerlo– a unas normas aritméticas, la interpretación de sus datos se hace mediante otra ciencia muy diferente: la política. Y es por eso que, seguramente, ocurre que se aceptan sumas –o restas– de números heterogéneos y se mezclan desvistiendo los votos de sus auténticos significados. Así se logra que, con frecuencia, la voluntad de los electores –que en general saben lo que quieren cuando votan–, se transforme después en un proceso de reciclaje que responde a los intereses de las diferentes listas que compiten. Se ha hecho costumbre hasta tal punto que ya nadie se extraña demasiado por el hecho de que al final de aquel proceso, el resultado no es el que el electorado deseaba.
Las elecciones de ayer, no es preciso ser profeta para anunciarlo, llevarán adelante esas conjugaciones. Pero, en Galicia, los comicios han sido no sólo municipales, sino seguramente menos “generales” que el resto de los ayuntamientos de España y, por supuesto, de las autonomías. Y eso ha hecho que aumentase la participación con respecto a 2019 y aquí los resultados pueden agitar, y no poco, el mapa local. Con focos de conflicto en Ourense, las sumas habituales en ciudades y villas medias y grandes demuestran que el PP sube y que el PSdeG resiste, que no es poco, aunque pierda Ferrol y Santiago, apretando mucho en Lugo. El BNG, a la hora en que se escribe esta crónica, puede ganar en Santiago, mientras en Vigo se cumple lo anunciado, con algún ligero desgaste socialista.
Resumiendo, en lo esencial, aquí habrá cambios importantes, pero no masivos. Y muchos se fijarán en el número de votos totales al final, a modo de consuelo. Pero, para resolver sus problemas de verdad, tanto locales como de país, a Galicia le quedan dos estaciones: los comicios generales primero y los autonómicos después. Por eso parece una excelente ocasión, ahora que se ha terminado la campaña municipal y llega el introito –largo, pero muy aprovechable– de las generales, reclamar a quien corresponda lo que antes podría llamarse “deuda histórica”, ahora sin adjetivo, para con Galicia. Y se emplea el singular no tanto porque su cuantía y volumen sean escasas cuanto porque su abono resulta ya improrrogable.
Así pues, como en diciembre –parece– tocará ir a las urnas de nuevo, y lo que se va a jugar en la partida es un envite decisivo y por tanto se disputará voto a voto. Una apuesta en la que no sólo está en juego el futuro cercano sino la estabilidad –y hasta la supervivencia como tal– de un modelo del Estado como el de ahora. Item más. Vistos los precedentes, el duelo no va a ser precisamente pacífico, hablando desde el punto de vista dialéctico, por supuesto. Uno de los jugadores, el centro/derecha, para evitar el extremismo de su lado ofrecerá –con más enjundia que hasta ahora– moderación a un país que la necesita. El otro, la izquierda radicalizada, para ampliar la aritmética que le permita seguir donde está, a costa de un precio que pagará la gente del común y no la que tiene más recursos por contradictorio que parezca.
Eso hay que aprovecharlo, de forma que quien lo quiera tenga, al menos, que cumplir con lo que ha prometido hace ya demasiados años. Y de esa forma, las elecciones servirán mejor que ahora, y de verdad, para hacer lo que en democracia corresponde: que gobierne no el menos malo –y ni se diga el peor de todos– sino el más capaz, evitando pactos que no por legales dejan de ser chapuzas. De ahí que sea conveniente fijarse en el voto que viene, y prepararse bien tras la lección aprendida de que regar con dinero gratis las urnas funciona ma non troppo, y que la gente se ha decidido, por fin, a manifestarse donde debe, que es en las elecciones. Desde una opinión personal, por supuesto.
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