Contra Picasso

José María Beneyto critica en su biografía novelada ciertas actitudes del pintor relacionadas con episodios de su vida, con sus amigos y conocidos, y sobre todo con sus mujeres

Picasso y su autorretrato.

Picasso y su autorretrato. / FDV

Este año de conmemoraciones del 50 aniversario de la muerte de Picasso está repleto de citas y convocatorias relacionadas con quien fue el pintor más famoso del siglo XX. Exposiciones, conferencias, películas, documentales, ensayos, biografías… irán apareciendo a lo largo de los meses que nos quedan por delante. Uno de los libros más madrugadores es el del catedrático de Derecho Internacional José María Beneyto Las traiciones de Picasso (Turner), una crítica a ciertas actitudes del pintor relacionadas con episodios de su vida, con sus amigos y conocidos, y sobre todo con sus mujeres. El libro recoge en forma novelada la vida de Picasso durante unos años decisivos, los de las décadas de los 30 a los 50 del siglo XX.

Tres son las traiciones que el autor de este libro atribuye a Picasso. Una traición política relacionada con su militancia comunista y con lo que considera una ambigua actitud ante el nazismo. Una traición a las mujeres con las que se relacionó y a las que provocó perjuicios de todo tipo. Y una traición a la pintura por fomentar el mercantilismo en el mundo del arte.

El libro comienza con un episodio poco conocido de la biografía del pintor: aquel que a instancias del escritor fascista Ernesto Giménez Caballero reunió en un restaurante de San Sebastián a Picasso con el fundador de la Falange José Antonio Primo de Rivera en agosto de 1934, en el que, según el autor, Picasso se reivindicó como pintor español. Beneyto critica los negocios de Picasso con los nazis, a quienes siguió vendiendo sus cuadros durante la ocupación de París y su amistad con Arno Breker y Ernst Jünger, que lo visitaban con frecuencia en su taller. A pesar de lo cual reprocha a Picasso no haber hecho nada para evitar la muerte de su amigo Max Jacob en el campo de concentración de Drancy y, sin embargo, haber intercedido por Gertrude Stein (más tarde, después de la guerra, sería Jean Cocteau quien le reprocharía no haberle defendido ante el Gobierno francés cuando el escritor fue acusado de colaboracionista). El autor califica de oportunista la afiliación del pintor al Partido Comunista Francés cuando ya se había terminado la guerra (afirma que Éluard dijo que lo había hecho “para blanquear las amistades peligrosas y el pasado”). Condena la inacción del pintor ante los crímenes del estalinismo, su reacción ante la firma del Pacto Ribbentrop-Molotov entre Hitler y Stalin y cuenta la decepción del Gobierno de la República española ante el Guernica, cuadro al que en principio llegó a calificar de antisocial e inadecuado para la mentalidad proletaria. Dice el autor que la paloma de la paz de Picasso, adoptada como símbolo por el movimiento pacifista impulsado por la URSS, fue elegida por el poeta Louis Aragon (unas aves que Picasso había odiado desde pequeño por su crueldad). Se molestó por el rechazo de los comunistas a su cuadro “Matanza en Corea” y sobre todo por las críticas a su retrato de Stalin, descalificado por el Comité Central del Partido Comunista Francés que lo acusó de haber retratado al dirigente soviético como “un play boy asiático”. A pesar de que los amigos comunistas de Picasso, sobre todo Ilya Ehrenburg y Paul Éluard, procuraban elogiar el valor proletario de las obras del pintor, los informes sobre Picasso a la URSS destacaban que se dedicaba a pintar fantasías que cuadraban muy poco con el ideal del realismo socialista y que su pintura, capitalista y burguesa, no era inteligible para el pueblo y no expresaba la lucha contra el imperialismo norteamericano. Su ruptura con el comunismo se produjo dos años después de la invasión soviética de Hungría en 1956. 

La relación de Picasso con sus mujeres se centra en la pintora y fotógrafa surrealista Dora Maar, que lo acompañó durante esos años difíciles y a quien el pintor abandonó cuando conoció a Françoise Gilot, causándole graves problemas psicológicos (“él fue el culpable de que dejara de ser fotógrafa y artista”).

El protagonismo de Dora Maar en la vida de Picasso está presente en todos los capítulos del libro, al que el autor da una gran importancia en algunas decisiones de Picasso, como su reacción ante la guerra de España y la iniciativa de pintar el Guernica, que Dora Maar fotografió en todas sus etapas. De hecho el libro se cierra con el testimonio escrito de la fotógrafa sobre las relaciones entre ambos. Beneyto critica la continuidad de Picasso con su anterior mujer Marie-Thérèse Walter mientras mantenía relaciones con Dora Maar, el abandono a Olga Khokhlova (que había dejado su carrera de bailarina para estar con el pintor) y a Jacqueline Roque, y la ruptura con François Gilot, la única que tomó la decisión de abandonar al pintor. 

La fotógrafa Dora Maar y Pablo Picasso (de espaldas), en la playa en 1937.

La fotógrafa Dora Maar y Pablo Picasso (de espaldas), en la playa en 1937. / EILEEN AGAR

Cuando terminó la guerra Picasso se había convertido en el pintor más famoso del mundo y el Guernica en el talismán de la nueva era, a pesar de la imagen negativa que en los Estados Unidos había provocado su filiación comunista. La izquierda afirmaba que su pintura levantaba acta de acusación contra los enemigos de la libertad, pero también había críticos que lo acusaban de denigrar el arte francés y consideraban al pintor como una reliquia del pasado. Aunque elogia la obra de Picasso y sus aportaciones al arte contemporáneo, la traición al arte, según Beneyto, consistió en el apoyo de Picasso a la estrategia del mercantilismo a ultranza y la caricaturización que hizo del arte en su etapa final. Su pintura, dice, aunque respondía teóricamente a un momento histórico, en realidad tenía mucho que ver con la vida erótica del pintor. Y Dora Maar escribe: “¿Quieren que les diga lo que me enseñó Picasso? A nadie le importa que un cuadro sea bello. Lo que importa es venderlo”.  

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