El señalado por el incendio de Alfonso X: “Ya se demostró que no fui yo, pero siguen erre que erre y las amenazas”

José Luis Gallego, el exokupa del edificio del fuego mortal de As Travesas, vive acogido por la madre de un amigo y denuncia que continúan hostigándolo, pese a que los informes policiales acreditan que el origen fue fortuito, en el cuadro eléctrico, y que él no se encontraba en la zona

José Luis Gallego Ferro, con sus dos perras en la vivienda donde reside de forma tempora

Pedro Fernández / Marta Fontán

José Luis Gallego Ferro (Moaña, 1983) es el exokupa del edificio del incendio mortal de la calle Alfonso X el Sabio al que el día de los hechos, el 11 de octubre, hace un mes, culparon del siniestro. Allí, en el lugar de la tragedia y ante los periodistas, no fueron pocos los que hicieron recaer las sospechas sobre él. Ningún vecino repitió después esas acusaciones ante la Policía Nacional, cuya investigación demostró que este hombre no tuvo nada que ver con lo sucedido: la madrugada del incendio estaba fuera de Vigo, algo que se acreditó por los testimonios de quienes estaban con él y gracias a la geolocalización y a la información que contenía su teléfono móvil. Las pesquisas acaban de confirmar además que el fuego tuvo un origen fortuito en el cuadro de luces del portal.

Pese a estar ya exculpado, José Luis no ha vuelto a pisar Vigo desde entonces. No se atreve. Vive en otra localidad, temporalmente acogido por la madre de un amigo. “Quiero volver a Vigo, pero temo por mi integridad física y por la de quien me pueda encontrar en el camino y se enfrente a mí; sé que no me voy a quedar quieto, tengo mucha rabia acumulada porque esta situación me ha destrozado la vida”, confiesa, agregando que aún a día de hoy, aunque ya en menor medida, le siguen llegando amenazas por redes sociales y le rompieron los cristales de la casa donde se refugia: “Solo quiero que dejen de machacarme; se ha demostrado que no tengo nada que ver, pero la gente sigue con el erre que erre y lo peor es que no solo me han amenazado a mí, también a mis hijos, a mi familia”.

José Luis Gallego acariciando a un gato. 9 noviembre 2023. Alba Villar

José Luis Gallego acariciando a un gato. / Alba Villar

Gallego se sincera en la conversación con FARO. Estuvo en la cárcel desde 2010 hasta 2014 y desde 2015 hasta septiembre de 2019. Por delitos como robo con fuerza, lesiones, impago de pensiones alimenticias, violencia de género o familiar... Ya libre, tras estar en el albergue municipal, acogido por amigos u okupando unas oficinas en Camelias, en marzo de 2020, cuando estaba a punto de estallar el COVID, llegó a Alfonso X, donde vivió hasta este verano: “No me quedó otra que la okupación, el paro de excarcelación no daba para más”.

Quienes lo culparon del incendio lo tildaron de violento y decían que todo era una venganza por haber sido expulsado del edificio. Él lo niega. “Decían que me habían expulsado días antes del fuego y es mentira. Yo decidí irme el 4 de junio y de forma definitiva el 24 de agosto cansado de la situación de allí, de las peleas, de los robos, de que no se pudiese descansar...”, resume, concretando que presentó hasta “18 denuncias por robos” contra otros dos residentes de Alfonso X con los que, admite, tenía una relación conflictiva.

¿Dónde estaba?

¿Dónde estaba la madrugada del incendio? Estaba en la vivienda donde hoy sigue acogido, en un municipio próximo a Vigo. “Aquella noche fui a cenar con un amigo del edificio de Alfonso X que vivía y vive aquí conmigo, tomamos café y vimos la tele con la dueña de la vivienda...Nos fuimos a dormir y a las 04.06 horas me telefoneó mi hijastra, pero no cogí. Y a las 07.00 llamó la madre de mi amigo contando que había habido un incendio, que se habían muerto menores y ya me dijo que me culpaban a mí... Pasadas las diez de la mañana, yo ya estaba trabajando, llegó el declive: amenazas por WhatsApp, Instagram, Facebook, Tik Tok... He tenido que cambiar el número de teléfono, aunque por consejo policial conservo el antiguo para controlar si siguen las amenazas contra mí; y a día de hoy, aunque menos, siguen llegando...”, afirma.

“Me amenazaban por WhatsApp, por redes... Tuve que cambiar el número de teléfono”

Aquella mañana, siete horas después del incendio, la Policía Nacional lo llamó y se presentó en el taller mecánico donde trabajaba. “Querían hablar conmigo y cuando se personaron les dije que sí, que iría a declarar: no paraba de recibir amenazas”, cuenta. Quería dejar claro que no tenía nada que ver con el incendio. “Vinieron a buscarme esa tarde en coche policial, comparecí en comisaría y me trajeron de vuelta otra vez como medida de protección, temían por mi integridad física... Me dijeron que no me preocupara, que no estaba detenido, y la geolocalización y los datos de mi teléfono demostraron que era inocente”, afirma.

La mañana del incendio, nada más enterarse, envió mensajes de WhatsApp a Emilio ‘Potito’ y a Rosana sin imaginarse que él estaba muy herido y ella era, junto a tres de sus cuatro hijos pequeños, una de las personas fallecidas: “Les pregunté si estaban bien, no recibí contestación...” Horas después supo que se habían llevado la peor parte en la tragedia: “¿Cómo iba a ser yo? Emilio, Rosana y los niños eran como mi familia. Yo iba a su casa, ellos subían a la mía, hacíamos planes juntos, iba a buscar a los niños al colegio... Siento impotencia porque quise y querría ir al hospital a visitar a Emilio, para darle un abrazo y saber cómo está, y no pude porque me frenó la Policía por lo que pudiese pasar. Y quise ir al entierro y lo mismo...”

Las acusaciones contra él le han “complicado” la vida. “Toda mi familia me ha dado la espalda, también algunos amigos, aunque otros, cinco o seis, me apoyan, no me dejan solo...”, valora. “Perdí el trabajo, vivo con ansiedad y estoy a tratamiento psicológico”, resume. A la espera de que los servicios sociales lo realojen y tras haber denunciado las amenazas, confía en que la situación poco a poco se “calme”. Y concluye señalando que no le extraña que el fuego se originase en el cuadro de luces: “Yo y Emilio teníamos la luz legal, pero en una ocasión llegué a contar en un piso hasta 10 o 12 radiadores y había gente enganchada de un fusible a otro”.

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