Cinco vidas al servicio de la cooperación

Cooperantes gallegos de las ONG Médicos sin Fronteras, Pallasos en Rebeldía, AIDA y una organización local congoleña que trabaja para el colegio de enfermería de ese país comparten en este reportaje sus vivencias, testimonios, experiencias y motivaciones

La muerte de siete trabajadores de la ONG World Central Kitchen del chef José Andrés por un ataque israelí en Gaza ha abierto telediarios en todo el mundo. No son los primeros cooperantes fallecidos violentamente en este conflicto iniciado por Israel el 7 de octubre como respuesta al ataque terrorista de Hamás. Ya van medio millar. Y más de treinta mil civiles, entre ellos más de doce mil niños. “¿Por qué la vida de esas siete personas tiene más valor para salir en las noticias que las del resto de cooperantes que llevan muerto o de la población civil? Tengo un discurso un poco enfadado por esto”, comenta Ruth Conde, enfermera de Médicos sin Fronteras que ha estado en Gaza cinco semanas. “Es un shock la muerte de un cooperante internacional y también lo es ver que tiene más repercusión mediática que la de un niño en Gaza, pero por lo menos gracias a eso la gente se está dando cuenta de que las fuerzas ocupacionistas están asesinando a la población y a cooperantes de otras religiones y procedencias que trabajan sobre el terreno”, manifiesta Iván Prado, de la ONG Pallasos en Rebeldía.

Los cooperantes acuden a zonas vulnerables y de conflicto en todo el mundo para prestar ayuda humanitaria a la población. Hablamos en este reportaje con cinco gallegos que cooperan con distintas organizaciones en países de África, América Latina, Asia y Europa para conocer de cerca sus testimonios, experiencias y motivaciones.

Ruth Conde

Candelas Várela,
 tercera por la 
izquierda (de azul), 
en la entrega de
diplomas a cien 
enfermeros en 
el Congo. // Cedida | // CEDIDA

La cooperante gallega de MSF Ruth Conde, durante su misión en Gaza. / Cedida

Hace dos meses que la enfermera gallega de urgencias pediátricas del CHUS de Santiago Ruth Conde llegó del sur de la franja de Gaza, donde estuvo cinco semanas coordinando las actividades médicas de la ONG Médicos sin Fronteras (MSF), con la que colabora desde 2012. “Ha sido la misión más dura en la que he participado, por la desproporcionalidad que hay, y el proyecto del que más me ha costado desconectar a mi vuelta porque, a pesar de que prestábamos siete mil consultas a la semana, tienes la sensación de que estás ante algo inabarcable, que todo lo que trabajas es solo una gota en un océano de necesidades”, comenta esta cooperante, que en una anterior misión en Yemen presenció como le bombardeaban en dos ocasiones el hospital donde trabajaba, en urgencias y en la unidad de tratamiento del cólera.

"En Gaza se las están saltando a la torera (las leyes humanitarias), y es la primera vez que no tenemos garantías de seguridad”

“Es complicado comparar un conflicto con otro, pero a diferencia de lo que ocurría en otros países como en Yemen o Afganistán, donde todas las fuerzas y partidos políticos estaban de acuerdo en respetar las leyes humanitarias durante la guerra, en Gaza se las están saltando a la torera, y es la primera vez que no tenemos garantías de seguridad”, asegura esta cooperante gallega. “No son solo los bombardeos que notas cerca, sino la presencia de drones sobre tu cabeza las 24 horas del día, tanto en las casas donde vivíamos como en los puntos donde dábamos atención, por eso lo de los cooperantes de WCK no fue un accidente, saben muy bien donde atacan”, expone Conde, quien durante su estancia en Gaza tuvo contacto con integrantes de las otras ONG internacionales presentes en la zona, entre ellas la de chef José Andrés.

Iván Prado, clown y
fundador de Pallasos 
en Rebeldía. 
// Xoán Álvarez

Equipo de cooperantes internacionales y gazatíes de MSF en Gaza, donde estuvo hasta hace dos meses Ruth Conde. / Cedida

El equipo de MSF que coordinó esta gallega fue el primero de la ONG en la zona de Gaza, por lo que le tocó poner en marcha diferentes actividades sanitarias, como una clínica de atención primaria con medios de medicina general, un cirujano y personal para heridas de guerra y postquirúrgicas, ginecología para el cuidado antenatal y postnatal, pediatría para el post parto, que se ocupó también de la vacunación infantil interrumpida por el conflicto y de casos de desnutrición, y un área para pacientes críticos. Otras estructuras eran un hospital maternal donde intentaban garantizar un parto y postparto seguros, que ampliaron con 20 camas extra, y un punto médico en un campo de desplazados. El equipo humano lo formaban cinco cooperantes internacionales y 90 gazatíes, que además de atender a la población tenían que estar pendientes de la seguridad y bienestar de sus familias. “Hubo un ataque de un tanque a una de las casas donde intentamos reubicar al equipo gazatí y falleció la hija de seis años de un compañero”, relata Ruth.

Ya reincorporada a su puesto de trabajo en urgencias pediátricas de CHUS de Santiago aprende a “relativizar” y no comparar problemas cuando atiende a menores que llegan con mocos, tos o fiebre, y recarga las pilas para la próxima misión internacional. Para ello, como es habitual cuando un cooperante de MSF regresa de una misión especialmente cruda, cuenta con apoyo terapéutico psicológico.

Iván Prado

Víctor Madrigal, en el medio con camiseta blanca, cooperante de AIDA en Guinea Bissau.  | // CEDIDA

Iván Prado, clown y fundador de Pallasos en Rebeldía. / Xoán Álvarez

Una caravana patrocinada desde el Festiclown de Pontevedra en verano de 2022 para ir a Palestina dio pie al nacimiento de la ONG Pallasos en Rebeldía, al frente de la cual está Iván Prado. “Al ver la potencia que tenía la risa y la alegría en los campos de refugiados y la importancia que tenía no solo actuar, sino también darles nuestro apoyo en favor de la libertad de Palestina formamos la organización”, explica.

Desde entonces este gallego ha estado tres veces en Gaza y unas veinte en Cisjordania, donde además tienen una escuela de circo en Belén. Su conocimiento de la situación palestina le hace declararse antisionista y cuestionar la postura de España, que “aún siendo de las más avanzadas de la Unión Europea, continúa siendo insuficiente”. “No tiene sentido mandar ayuda humanitaria mientras se bombardea, ni pedir un alto al fuego mientras seguimos manteniendo vínculos económicos, diplomáticos y armamentísticos con un estado genocida y asesino como es Israel, que tiene al Mosad instalado en Barajas. Habría que romper vínculos, cerrar consulados y eliminar acuerdos”, dice.

Respecto a la situación en la franja de Gaza anterior al conflicto desatado el 7 de octubre de 2023, Prado la describe como una zona aislada, abandonada por la propia autoridad nacional palestina, “controlada por Israel desde el envenenamiento de Arafat, del que nadie habla”, y sometida a un castigo colectivo desde 2008. “La frase de que es la mayor cárcel a cielo abierto no es baladí, es una realidad”. Explica el apoyo de la población a Hamás, que “hay que recordar que fue un invento del Mosad para desmembrar la capacidad de resistencia de movimientos laicos de izquierdas”, porque han sido “los únicos capaces de enfrentarse a las fuerzas de ocupación israelitas de algún modo”.

Sobre Cisjordania, Prado dibuja un panorama similar, pero “en algunos aspectos más controlado por Israel en esos check points, que asesinan impunemente”. “Es un campo de concentración permanente, entran en las casas, en las asociaciones, en los campos de refugiados, controlan las comunicaciones, limitan los movimientos, hay asesinatos constantes y miles de presos palestinos”.

“Cala ese discurso del miedo, mientras que venden una imagen de democracia, avance de la mujer y apoyo al mundo homosexual que es falsa”

Respecto al apoyo de la población israelí a un líder ultraderechista como Netayanhu, Prado la explica, primero, por el propio nacimiento de Israel, “fundado por fascistas que promovieron ataques terroristas contra el Reino Unido y la población palestina y ocupan unn territorio al que llaman tierra prometida aprovechándose del Holocausto judío como pátina de honorabilidad”. Considera que la radicalización de la población se debe a la coexistencia de ortodoxos que viven como en el medievo con colonos judíos venidos de otras partes del mundo con pensamiento neonazi, quienes a partir de la segunda intifada sienten que tienen que defenderse y que están rodeados por países enemigos, lo cual actualmente es mentira”. “Cala ese discurso del miedo, mientras que venden una imagen de democracia, avance de la mujer y apoyo al mundo homosexual que es falsa”.

Pese a su discurso antisionista, Iván Prado puede acceder a Israel, de donde fue expulsado en 2010. “No me aplicaron la ley que me impediría regresar – como hicieron con la traductora gallegopalestina que me acompañaba– porque mi caso fue muy mediático y salió en el New York Times”, explica. Mientras prepara su próximo viaje a Cisjordania, promueve campañas de ayuda humanitaria a Palestina que están teniendo mucha colaboración. “No es nuestro cometido, pero las hacemos porque nos lo han pedido entidades palestinas con las que colaboramos”, dice.

Emilio Cuadrado

Arriba, equipo de cooperantes internacionales y gazatíes de MSF en Gaza, donde estuvo hasta hace dos meses Ruth Conde.  | // CEDIDA

Emilio Cuadrado, cooperante de MSF, analizando agua en Namibia. / Cedida

Como coordinador de logística en Médicos sin Fronteras durante 25 años, el vigués Emilio Cuadrado, se ocupa de conseguir entornos seguros para los emplazamientos donde la ONG realiza sus misiones, así como del suministro de medicamentos y material médicos, aduanas, transporte de personas, mantenimiento y arreglo de infraestructuras, comunicaciones, análisis de la situación,... “básicamente todo lo que no es médico ni de recursos humanos”. Su labor es también contactar con los actores de los conflictos y los poderes para explicar su misión humanitaria en el terreno, con el objetivo de “conseguir al menos su intención de no agredirnos, que no su visto bueno”, explica.

Precisamente su conocimiento del modus operandi en conflictos le hace asegurar que la muerte de los siete cooperantes en Gaza no fue un accidente. “Hemos tenido, por desgracia incidentes, hemos perdido a muchos compañeros por estar en el sitio erróneo en el momento no adecuado y por gente descontrolada por causa de las drogas, violencia y otras motivaciones”, relata.

Cuadrado trabajaba de administrativo cuando pidió un año de excedencia para acudir a su primera misión, a su regreso solicitó otros cinco años de permiso y luego abandonó su trabajo para dedicarse por entero a la cooperación internacional. Con 65 años y un año en Vigo por una baja derivada de una accidente de moto, repasa los sitios donde ha estado: “Empecé en la guerra de Angola en 1998, donde asistimos a muchos enfrentamientos y combates en primera línea, estuvimos en Centroáfrica cuatro o cinco veces, donde en septiembre de 2013 estalló un conflicto extremadamente violento que nos llevó a pensar que las ambulancias móviles desde las que prestábamos servicios podrían ser objetivo de ataques, en el Congo tres o cuatro veces, últimamente en Burkina,... en demasiados conflictos. También en Latinoamérica, en países como Venezuela, Guatemala, Honduras Ecuador o México, cuyos niveles de violencia no están lejos de conflictos bélicos”.

Pese a prestar su labor de cooperación en zonas con altos niveles de violencia, asumir que puedes morir violentamente no es una opción. “Es como cuando viajas en coche, si lo tienes a punto, respetas las normas y vas por tu carril, llegas sano y salvo a casa. Cuando vamos a una misión, vamos seguros, y eso que ya he perdido a compañeros. Y otros han sufrido un daño atroz, como las dos compañeras secuestradas en Somalia casi dos años, no sé si uno puede recuperarse de algo así”, expresa Cuadrado.

“La capacidad que tenemos para incidir en los conflictos es mínima o inexistente, pero te das cuenta de que sí puedes ayudar a las personas que acceden a nosotros”

Tras más de dos décadas viviendo una y otra vez en conflictos que se parecen unos a otros, este cooperante expresa que “la capacidad que tenemos para incidir en los conflictos es mínima o inexistente, pero te das cuenta de que sí puedes ayudar a las personas que acceden a nosotros”, declara. “A veces nos pasamos un año organizando un hospital, dotándolo de servicios y de personal que no tenía, y un día lo bombardean y ya no existe. Si hay muertos los lloras; si solo son daños materiales, al día siguiente empezamos de nuevo y lo vuelves a montar; para eso estamos”, relata. Cuadrado niega que haya que tener capacidades especiales para subsistir emocionalmente siendo cooperante. “No somos de hierro ni nada por el estilo, vemos cosas y muy feas y vamos a terapia para charlar de estas cosas con un psicólogo, ahí la organización nos anima a hacerlo”.

Un aprendizaje de todos sus años de experiencia que Emilio Cuadrado quiere compartir es que “la gente es sencilla, tiene ganas de vivir y de estar alegre en todos los sitios, incluso en las situaciones más feas que les tocan, ya sean guerras, hambrunas o pandemias; no quieren meterse en líos y se ven abocados a guerras por intereses de otros”.

Candelas Varela

Emilio Cuadrado, 
cooperante de MSF, 
analizando agua 
en Namibia.  | // CEDIDA

Candelas Varela, tercera por la izquierda (de azul), en la entrega de diplomas a cien enfermeros en el Congo. / Cedida

Hace más de 25 años que la enfermera viguesa Candelas Varela trabaja para una ONG local en la Escuela de Enfermería del hospital Monkole, a las afueras de Kinshasha, la capital de la República Democrática del Congo, un país en permanente conflicto. “Yo estoy en una zona tranquila, alejada de la parte del Este donde está la guerra activa”, comenta, por eso se siente segura, menos cuando se desplaza a otras partes del país. “Hace dos semanas estuve en Kisangani y justo donde estaba alojada esa noche conocí a un político al que dispararon al salir de esa casa. No se murió porque no era su día”.

“En esos momentos de tensión hay que saber desaparecer, porque es verdad que en los conflictos siempre las toman con los blancos"

La prudencia y no meterse en la boca del lobo son las claves para minimizar riesgos, según indica esta cooperante, pues “para los terroristas la vida de un cooperante no vale nada y los matan para llamar la atención internacional”, advierte. Uno de los momentos más difíciles que le ha tocado vivir ha sido cuando los ruandeses afines al presidente Mobutu fueron expulsados del Congo tras la entrada en el gobierno de Kabila en el año 2000 y en su huida destrozaron una central hidroeléctrica dejando sin suministro a toda la ciudad de Kinshasa. “Fue muy duro para la población no tener alimentos, más que los frescos que tenías que comprar cada día en el mercado, ni agua, además de que en la calle había militares por todos lados y te tenías que quedar encerrada en casa”, relata. También en las movilizaciones que se producen en la universidad cerca de su casa, con gases lacrimógenos y balas invadiendo las calles. “En esos momentos de tensión hay que saber desaparecer, porque es verdad que en los conflictos siempre las toman con los blancos, aunque la gente aquí me protege, me llaman para saber dónde estoy o avisarme de que no salga de casa, y eso me tranquiliza”.

Uno de los proyectos con los que coopera esta gallega en el Congo es la formación de ochocientos enfermeros en ocho regiones del país en materias como deontología profesional, liderazgo, violencia de género y comunicación. “Son profesionales que trabajan en condiciones muy duras, el otro día uno me contaba que atendía a una niña de cinco años que le habían cortado los brazos en un conflicto étnico, son los primeros en atender a a la gente que sufre”, señala Candelas.

Para esta cooperante el conflicto congoleño “no le interesa a nadie, aquí ha habido un genocidio real silenciado por todo el mundo, este país es muy rico en recursos naturales y minerales, pero esa riqueza no revierte e mejoras para el país, lo cual es un desafío para los gobernantes; mientras la población siga callada e ignorante les seguirán manipulando y robando”.

Víctor Madrigal

La cooperante gallega de MSF Ruth Conde, durante su mision en Gaza.

Víctor Madrigal, en el medio con camiseta blanca, cooperante de AIDA en Guinea Bissau. / Cedida

Hace 18 años que Víctor Madrigal trabaja como cooperante de la ONG gallega AIDA en Guinea Bissau, donde vive con su familia en una zona remota alejada de los conflictos. “Este país tiene una enorme inestabilidad político militar, hay habitualmente golpes de estado, pero no un conflicto armado abierto, y la violencia cuando se produce, no va en contra de los cooperantes para el desarrollo, así que no me siento en riesgo”, comenta este exinspector de pesca.

El trabajo en un programa de cooperación y ayuda humanitaria en el hospital nacional de Guinea Bissau conlleva las experiencias más duras que le toca presenciar, ya que profesionales con escasos medios y formación atienden a población muy vulnerable, con poquísimos recursos. ”Eso hace que se vivan de cerca situaciones muy dramáticas, muertes de personas que con otros medios no morirían”, expone Madrigal. “El hecho de que haya poco respeto por los derechos humanos, no tener una justicia adecuada y que los poderosos se aprovechen de los recursos públicos en un ambiente generalizado de corrupción es, a largo plazo, duro de vivir, hace que el desarrollo del país vaya lento, que haya retrocesos. Eso es frustrante, se hace duro trabajar sin ver resultados claros, pero si no existieran estas organizaciones habría más personas que lo pasarían peor”.

“Nuestro programa más antiguo y exitoso son las huertas de gestión comunitaria que trabajan básicamente las mujeres por la subsistencia familiar y obtener ingresos vendiendo los productos en los mercados”

Un equipo de más de cien personas, de las cuales el 90% es población local y el resto expatriados de larga duración, con más de diez años viviendo en el país, conforman el plantel de cooperantes de AIDA en Guinea Bissau. Trabajan en el sector sociosanitario, dando apoyo al sistema público; cuentan con un centro de atención a niños con discapacidades, normalmente estigmatizados o asesinados de pequeños, dando asistencia integral gratuita a ellos y sus familias, habitualmente monoparentales, formadas solo por los niños y sus madres. Además, llevan a cabo proyectos de desarrollo rural, tanto de peatonalización y saneamiento, como de educación en tres zonas del país, donde disponen de una red de 25 escuelas, y trabajan en temas tan diversos como defensa del paciente o seguridad alimentaria. “Nuestro programa más antiguo y exitoso son las huertas de gestión comunitaria que trabajan básicamente las mujeres por la subsistencia familiar y obtener ingresos vendiendo los productos en los mercados”, explica Madrigal. Cuentan con el apoyo de diferentes instituciones públicas, entre ellas la Xunta.

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