Un año sin domingo

Domingo Villar, en el puerto de Vigo.

Domingo Villar, en el puerto de Vigo. / Marta G. Brea

Pedro Feijoo

Pedro Feijoo

Este jueves pasado, 18 de mayo, se cumplía un año de la muerte de Domingo Villar. Un año ya… Como la sangre que se derrama de una herida mortal, el tiempo no ha dejado de escabullírsenos entre los dedos para recordarnos, sin piedad ni compasión, que la vida pasa, que los amigos se van y que, al cabo, solo nos queda añorarlos, hacer lo posible por sonreír al pensar en ellos y, sobre todo, mantenerlos vivos en la memoria porque, en el fondo, tal vez sea cierto eso de que nadie se nos muere del todo mientras aquí, en esta orilla del río, quede quien recuerde a los que se van.

Y, si es así, entonces todavía pasarán muchos, muchos años más, hasta que Domingo se haya ido del todo, porque aquí seguimos siendo muchísimos los que a día de hoy continuamos añorándolo, echando de menos su mirada franca, su charla siempre enriquecedora, su risa sincera, sus llamadas inesperadas y siempre su presencia.

Lo sé, sinceramente lo he tenido claro desde el primer momento. Pero esta semana he vuelto a refrescar todas las certezas. Porque, aunque nunca lo he dudado, estos días he regresado a casa. He vuelto contestando a una llamada, sabiendo que, por más que ninguno de nosotros hubiera querido nunca asomarse a esta semana, a este 18 de mayo, también sabía que era mi obligación estar. Ser. Nunca me ha gustado esta semana, y ahora que he querido odiarla, el recuerdo de Domingo me ha hecho ver que, en todo caso, lo correcto es convertirla en otra cosa. Un memorial de la amistad. Y he vuelto, aun con el dolor en cada pliegue del alma, para reencontrarme con mi amigo, con su memoria. Y, ¿sabes qué? Ha sido bonito…

Porque, al margen de todo lo demás, he vuelto a percibir el cariño, el inmenso cariño con el que los amigos de Mincho –que son todas aquellas personas que alguna vez tuvieron la suerte de cruzarse en su camino– guardan su recuerdo. Y, en ese encuentro, en ese dolor compartido, hemos dado con algo parecido al consuelo.

En uno de los actos a los que he sido invitado, he tenido la ocasión de ponerles voz a dos de sus textos, un par de títulos sacados de Algunos cuentos completos, esa colección de relatos que Domingo dejó recogidos expresamente para ser compartidos con los amigos. Y, mientras hacía ver que leía lo que en realidad recitaba ya de memoria, pude ver la emoción, reconocer la vibración en los ojos de quienes asistían a la llamada alrededor del fuego.

  • Solo por hoy

    Domingo Villar

Juntos, en estos días hemos vuelto a asomarnos a la ciudad, a las calles que Mincho dejó pintadas para Leo, y hemos comprobado que todos los Vigos (el policíaco, el negro, o el Noir, o lo que demonios sea eso, sí; pero también el Vigo marinero, y el de las playas y el de las tabernas y el de la bruma sobre la ría y el de los amigos confidentes y todas, todas las ciudades que una vez compartiste con nosotros) siguen gozando de las mejores saludes, tan solo heridas todas de ausencia, de nostalgia, de un vacío que, como dice tu hermano Alfonso, no hace más que crecer. Y ha sido entonces, cuando la tristeza ha pretendido atracarnos el alma en la travesía de la Aurora, que hemos venido a refugiarnos en la casa de Poldo y, atrincherados tras los muros del Eligio y con la misma fe y convicción con la que un ejército se arroja a las batallas tan nobles como perdidas, nosotros, tus amigos, hemos alzado nuestras copas al cielo y hemos brindado por ti, Domingo.

Te seguimos echando de menos todos los días del año, amigo. Pero, como sabemos que lo último que querrías sería vernos tristes, que de hecho eso no haría sino preocuparte, nos gustaría dejarte una nota en un rincón para decirte que, en momentos como este, cuando la pena y la rabia y la frustración y todas las formas de tristeza posibles vengan a sitiarnos, nosotros nos haremos fuertes y, espalda contra espalda, pelearemos para alejar el dolor a puñetazos. Y, con la alegría de haber cruzado risas, confidencias, ilusiones e intenciones, letras y abrazos contigo, sonreiremos. Aunque nada más sea por saber que una vez estuviste aquí. Porque, como decía Miguel Delibes, tan solo hay un motivo, un único fin, por el que todo ser ha venido a este mundo: para aliviar la soledad de otro ser. Y ese, amigo, era un mandato que tú conocías y ejercías como nadie. Y esa, amigo, es la razón por la que ahora hace un año ya que el mundo es un lugar un poco más solitario.

No te olvidaremos nunca, amigo, compañero del alma, compañero.

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