“¡Gallego!”. Era el saludo de Miguel Delibes a su amigo y compañero de cacerías, el pontevedrés Manuel Alvariño Alonso, conquien compartió “miles de horas en el monte”. “Me gustaba escucharlo y hablar con él de todo, hasta de canto gregoriano”, señala. Se conocieron en una cacería y desde ese momento Alvariño acudía puntualmente cada año a compartir salidas al campo con el literato, que le regaló dos libros dedicados y del que conserva numerosas cartas y postales. Emocionado, Manuel Alvariño reconoce que “ya echo de menos escucharlo”.

Ismael Tragacete, cinco veces campeón de España de caza menor con perro, presentó a Miguel Delibes y al empresario pontevedrés Manuel Alvariño a principios de la década de los noventa. Fue en una cacería en Castilla. “Desde las primeras horas me pareció una persona impresionante, bellísima, humilde -explica-. No sé por qué pero a partir de ese primer día le gustaba cazar conmigo”.

Y eso que no habían empezado con muy buen pie, tal vez por eso de que los buenos amigos han de enfadarse de vez en cuando. Manuel Alvariño se ríe al recordar que en el primer momento lo trató de usted:“Me riñó, me dijo que los cazadores jamás se tratan entre ellos de usted”.

Después vendrían “miles de horas en el monte”. “Siempre me llamó gallego. Por ejemplo me decía: gallego, con este Tragacete no se puede cazar que es demasiado rápido y a él le gustaba ir despacio, viendo la naturaleza”, evoca.

A Delibes, al igual que a Manuel Alvariño, “le gustaban mucho los perros” y el sentido primitivo de la caza de contacto con la naturaleza y misión compartida con los perros.

Esta perspectiva ética en donde cobrar la pieza es muy secundario (si no innecesario: decía que lo suyo era la caza menor porque una perdiz muerta es un bodegón y un ciervo muerto un cadáver) lo recuerda vivamente Manuel Alvariño.

“Tenía un gran respeto por la caza y por la responsabilidad que supone. Era muy bueno, tiraba muy bien y siempre tuvo buenos perros porque le gustaba cazar con dos, yo llevaba la mía y nos pasábamos horas caminando”, comenta.

Puntualmente, durante casi veinte años Manuel Alvariño se desplazó hasta Castilla para compartir esas largas jornadas de caza con el escritor.

¿Sobre qué conversaban? Asegura que “de todo”. “Le gustaba hablar de todo tipo de temas, tenía una gran curiosidad por todo y hasta acabamos un día hablando de canto gregoriano”, dice.

Cuando Manuel Alvariño supo de esta afición por la música, regaló al escritor un CD del coro pontevedrés de canto gregoriano Ultreia, un obsequio que Manuel Delibes agradeció en 1994 con una postal (en la imagen) que su compañero de caza conserva amorosamente, como el resto de regalos.

“Me dedicó dos libros, Los santos inocentes y Diario de un cazador, me los llevaba a las cacerías. También me mandaba cartas, lo único de él que se puede encontrar escrito a máquina y porque en realidad se las escribía su hijo, porque lo demás lo anotaba todo con su estilográfica”, añade.

De hecho, el pontevedrés recuerda que cuando salían de caza “siempre llevaba una libretita, preguntaba por cosas de la naturaleza de Galicia y por el patrimonio y tomaba nota de todo con la pluma, porque me decía que ni usaba máquina de escribir ni ordenador”.

Manuel Alvariño se emociona al pensar en su amigo: “hemos perdido un gran literato, pero también un gran ser humano, una persona irrepetible que sobre todo me enseñó algo: la sencillez” y siente pena “porque no vino a Pontevedra”.

“Ya echo de menos escucharlo y llamarme gallego, echo de menos la cantidad de horas que pasé con él en el monte”, reconoce. Intentando disimular el disgusto, se reprocha que “al final nunca le pregunté por qué le caí simpático”.

Un chatito de albariño

Miguel Delibes sentía especial curiosidad por Galicia. “Cuando caminábamos por el monte me preguntaba mucho por Galicia, por los montes, los árboles... Y tomaba nota de todo en su libretita”.

Y no sólo la naturaleza gallega despertaba su curiosidad, sino también la gastronomía, muy especialmente los vinos. “Le gustaba sobre todo el albariño, no abusaba nunca pero sí que le gustaba tomar su chatito”, indica el empresario pontevedrés.

Sabedor del gusto de Miguel Delibes por los vinos gallegos, Manuel Alvariño acudía a las cacerías en Castilla “con alguna que otra botellita que sabía que le iba a gustar”.

Tras el saludo de compañero al gallego, empezaban horas de paseo, observación del monte y palabras: “Lo que más me impresionaba era su sencillez y su sabiduría, daba gusto oírle”.