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Eso soy: lo que comí, leí, amé, viajé... y la música que viví

Soy la música que viví. FDV

Quiero conocerte, Cristo, aceleras mi latidoooo… Escucho en Youtube esta canción cristiana. Hay quienes afirman que la música que oímos afecta a la vida que vivimos. Seguro. Sin la música no vivimos (otra cosa es que se pueda vivir de la música) porque, según los expertos, fortalece el aprendizaje y la memoria, regula las hormonas relacionadas con el estrés, permite evocar experiencias y recuerdos, incide sobre los latidos… Yo miro hacia atrás en mi vida y mi memoria contempla todo un paisaje musical antológico y dispar que comienza en mi infancia allá por los años 50. ¡Hervía la radio de mis padres entre coplas, pasodobles, rancheras y boleros! Bullían temas raciales como Yo soy esa, Perfidia, El reloj, El tiempo que te quede… en las voces de Juanita Reina, Los Panchos o Jorge Negrete y de vez en cuando se colaba Nat King Cole cantando Ansiedad en español.

Llegaron los 60 y en su mitad yo era un adolescente al que le regalaron un Dual Bettor (¡aguja de zafiro!), su primer tocadiscos, que tuvo su bautizo en la tienda de discos con el Yo soy aquel de Raphael o el sorbito de champán de Los Brincos, bailó en los guateques al ritmo del Black is Black de Los Bravos y sintió los estremecimientos primeros del baile cuerpo a cuerpo con Mis manos en tu cintura de Adamo. ¡Qué años aquellos en que tanto sonaba la chica ye-yé de la Velasco como el Yellow Submarine  de The Beatles, la primera incursión en el idioma inglés de muchos de nosotros. Inolvidables sesenta que comenzaron con los hippies o Vietnam y acabaron con las revueltas del Mayo Francés, mientras yo estrenaba los 70 en la Universidad leyendo a Walt Whitman, haciendo el amor al calor de Jacques Brel, Serrat o Aznavour, levantándome con el Canto a la libertad de Paco Ibáñez y rematando mi tesis sobre La Contracultura con Cohen. 

¡Cielos, qué década en que tanto oímos a Los Chichos como a Mocedades pero ya nos invadía la producción foránea con bandas legendarias que habían sido grandes en la década anterior como Led Zeppelin y en el Londres que revisité surgía el punk con Sex Pistols y The Clash, en el Nueva York que viví bandas como The Ramones y, en un lugar intermedio, aparecía David Bowie para descubrirnos el glam rock. Superada la Universidad, oía a Queen y su Bohemian Rhapsody,  a Lou Red en el tiempo que entregué mi cuerpo a la vida militar, ahí perdido aprendiendo a matar ¡oh Dios! por los montes de Toledo. Esos 70 a cuyo final lo entregué al matrimonio primero al son de Violeta Parra o Joan Baez.

¿Y en esos 80 en que dejé de ser un un manzanillo en mi vida periodística? De los 80 casi no me acuerdo por lo mucho ingerido pero fueron los años de explosión de la moda gallega, de la Movida… y de la moda, movida y periodismo fui devoto de encendida fe, mientras oía y presentaba a Alaska y Dinarama, entrevistaba a Los Secretos o a Loquillo, hacía una noche con Serrat o con Paquita la del Barrio sin dejar de degustar a Sabina o, aunque no fuera lo mío, oía a música de Leño y Escorbuto. Aquellos 80 de la Madonna que vi en Balaídos, del Julio Iglesias que visité en su estudio de Miami, los de Michael Jackson o el Call me de Blondie, son inenarrables por lo masivos, por el torrente de sonidos escuchados y vividos hasta los estertores de la noche, desde Radio Futura, Siniestro Total, Cómplices y Comesaña con su Semen Up o Nacha Pop hasta Cindy Lauper, Rick James o el mismo David Bowie entre otros cientos.

Viví los 90 más tranki cuando sonaba el ska-punk, reggae fussion, punk rock, pop punk, new wave o sucedáneos y llegué el nuevo siglo oyendo las nuevas músicas sin desdeñar la clásica, soportando los pordioseros politonos de reguetoneros y traperos. Sí, sí, es verdad que soy lo que comí, lo que leí, lo que amé… y la música que viví.

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