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Aquellos maravillosos niños

Diez personajes destacados en diferentes ámbitos de la sociedad gallega, chavales de la era analógica, relatan cuáles eran sus pasatiempos preferidos de su infancia, desde la posguerra a los años 70

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Así jugaban tus padres y abuelos

Tablets, videojuegos, drones y otros juguetes tecnológicos forman parte del universo lúdico de los niños de la era digital que en los próximos días aguardan la visita de Papá Noel y los Reyes Magos para recibir sus ansiados regalos. Pero hubo un tiempo en que los chavales no disponían de los amplios catálogos de juguetes que se renuevan cada año lanzando propuestas de moda. Eran tiempos en que se jugaba al aire libre -en descampados de las ciudades o en las eiras de las aldeas-, en pandilla, y solo se subía a casa para comer, cenar y dormir.

El trompo, las canicas, la comba, las batallas entre indios y vaqueros, la rayuela (también llamada mariquitilla, mariola o madama, según el pueblo), el yoyó o la billarda eran los entretenimientos estrella que ocupaban horas de diversión en grupo. Hablamos en este reportaje con diez personas destacadas en diferentes ámbitos de la sociedad gallega para que nos cuenten a qué jugaban en su infancia, en un tiempo que abarca desde la posguerra hasta los años 70 y 80 del siglo pasado.

Amador Lorenzo, exportero de fútbol del Barça y el Madrid y actual director de la sala Sargadelos de Vigo, nos traslada con sus recuerdos al Bueu de los años 60 (nació en el 1954), a la carretera de la Banda do Río - actual calle Montero Ríos, ocupada en verano por terrazas -, donde jugaba en pandilla al fútbol, pues no había mucho tráfico y cuando iba a pasar un coche interrumpían momentáneamente el juego. “Papá Noel no venía, esperábamos a Reyes, que era un día grande en el que esperabas las tres o cuatro cosas que te hacían ilusión, que en mi caso era casi siempre algo relacionado con el fútbol, del que era un entusiasta”. Unas botas con tacos de madera para practicar ese deporte es el regalo estrella que rememora.

La peonza era otro de los juegos clásicos que en Bueu llegaba en la época de invierno, de noviembre a febrero. “Se decía ‘en San Martiño, trompos ao camiño’. Éramos un poco agresivos, afilábamos mucho la punta para romper el del compañero”, relata, al tiempo que rememora las sesiones de canicas, a las que llamaban bolas, la adrenalina que les generaba tirarse en carrilanas de madera y, ya rozando la adolescencia, el “coite”, el escondite un poco más “picante” en el que también jugaban con niñas buscando lugares ocultos.

Al actor Antonio Durán “Morris” (62 años), su madre no le permitía tener carro de bolas, pero tomaba prestado el de algún amigo, en cuanto ella se retiraba de la ventana desde el que lo vigilaba, y se lanzaba por la pendiente de la explanada del mercado vigués de Teis sorteando las curvas y frenando con las zapatillas. Las películas que veían en el cine Roxy les inspiraban para hacer sus batallas de indios y vaqueros en el descampado, lanzándose puñados de tierra y usando ramas de árboles como caballos. “Tenía enfrente de casa Grúas Doniz; nos metíamos mucho en sus instalaciones y jugábamos a los submarinos con los tanques de barcos que tenían para reparar, cosa que pudo acabar en desgracia porque una vez casi nos quedamos sin oxígeno con la trampilla echada”.

En el barrio de Teis de los 70 que vivió Morris cualquier elemento servía de potencial juguete, como los coches abandonados que aún conservaban el volante y en los que se pasaban tardes de juego. O los carros de vacas de los abuelos de una de sus amigas en la actual calle Purificación Saavedra. De juguetes que le trajeron los Reyes, recuerda con nitidez uno: “Se llamaba Radio Patrulla Rico y era de esos teledirigidos. “También jugaba al fútbol, aunque no era muy bueno, al trompo y a las canicas”. De estas últimas recuerda las reglas del juego, que consistían en hacer un agujero en la tierra, llamado gua, e intentar alcanzarlo con la bola de vidrio, tratando a la vez de alejar las canicas del contrincante para que no consiguiera el objetivo.

Gogue, humorista gráfico y autor de las viñetas de Floreano de Faro de Vigo, se enteró de la existencia del gua que relata Morris cuando fue a estudiar a un internado en Santiago. Y es que en su pueblo natal, O Grove, la versión del juego de las canicas se llamaba focho y consistía en dibujar un círculo en la tierra y colocar allí las bolas, tratando de arrastrarlas lanzando otras y llevándose como trofeo la canica que saliera del redondel. Al trompo competían tratando de desplazar hacia el muelle la peonza de los contrincantes, de manera que el perdedor veía su juguete caerse en el agua. Era a finales de los 50 y primera mitad de los 60 en la plaza hoy ocupada por la escultura de Floreano, el personaje de sus viñetas, donde se pasaba días enteros entreteniéndose con juegos en los que primaba la imaginación.

“Los cromos nos los jugábamos a pares y nones o a “picar”, dejándolos caer desde la altura de una ventana de nuestra estatura y quedándote para ti los que caían encima”

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En ocasiones especiales organizaba una tómbola en el negocio que sus padres tenían en un bajo y llenaban una caja de fruta de madera de bolígrafos, cromos, tebeos del “Capitán Trueno”, “Pulgarcito” o TBO y otros premios que se llevaban los que compraran las papeletas premiadas. “A los Reyes les pedía bolsas de vaqueros y de indios para mi fuerte de madera”, con el que se pasaba horas jugando junto a su hermano a los “yankies”, término con el que llamaban a los integrantes del ejército confederado estadounidense. Una práctica habitual en el pueblo era ir el día de Reyes al catecismo disfrazado con los atuendos que dejaban los magos de oriente en las casas. “Un año fui todo contento con mi traje de romano, con casco, parachoques y espada”.

A sus 82 años, Franco Cobas, exremero olímpico y expresidente del Náutico de Vigo, recuerda su infancia en los años de postguerra en un descampado en la viguesa calle del Pilar, hoy atravesada por la Rúa Venezuela. “En la primera infancia recuerdo jugar con pelotas de goma, e incluso algunas que hacíamos de trapo, porque en principio el fútbol era lo más atractivo y además mi padre era el gran fundador de equipos en los años 30 y mi tío Antonio Fresco había sido campeón de fútbol aficionado con el CiosVigo”, relata. Tras su ingreso en la escuela de comercio, con 12 años, el abanico de ofertas lúdicas se amplió con otros deportes históricos que se practicaban en Vigo.

“Pasé del trompo y la billa (también llamada billarda) a hacer travesías náuticas por la Ría”

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La ocasión marítima le llegó de la mano del Náutico y los botes que tenían para socios, en los que comenzaron haciendo batallas de agua salpicándose unos a otros con los remos y continuaron participando en retos cada vez más ambiciosos: llegar de primero a una boya, remar hasta Samil, ir a Moaña,... “Éramos unos imberbes, aún no podíamos ir al cine de mayores pero sí navegar por la ría. En más de una ocasión nos pilló alguna nortada y el contramaestre Secundino nos tuvo que ir a buscar con su lancha, la Maruxa, y remolcarnos”.

De los juguetes más elaborados que le trajeron los Reyes recuerda dos “maravillas”: un juego de soldados de plomo que era todo un “lujo” tener en los años 40, y un tren de cuerda hecho de hojalata que se pasaba horas viendo dar vueltas a una vía redonda.

La infancia de Marilar Aleixandre (Madrid, 1947),  escritora, bióloga y traductora integrante de la Real Academia Gallega, transcurrió entre Madrid, Ceuta y Doña Mencía (Córdoba). De la ciudad autónoma recuerda sus juegos en el jardín de su casa, de Madrid, donde vivía en un piso pequeño en tiempos “onde aínda se podía saír á rúa” recuerda heredar muñecas como la Mariquita Pérez de su madre, a quien pertenecían también los cuentos de Celia, de Elena Fortín que devoraba. “O que mais me gustaba era ler, lembro uns contos troquelados, un deles, “A Cincenta”, que viña cun zapatiño de plástico que figuraba ser de cristal, os libros de Diego Valor, nos que as mulleres podíamos ser damas, e unha colección de relatos de fadas da que hai pouco merquei nunha feira de libros vellos un exemplar de “Contos de Fadas Rusos” da editorial El Molino de 1941, do que me impresionaban as ilustracións de Freixas”, comenta.

Ser la mayor de siete hermanos le dio a Marilar Aleixandre una pandilla de colegas de juegos en casa y la ventaja de escabullirse en alguna ocasión de la orden de su madre de recoger el cuarto de juegos, que por la noche se convertía en habitación al desplegar las camas, convenciendo a sus hermanos par que se encargaran ellos de la tarea mientras ella les leía un cuento. En el pueblo cordobés donde vivían su abuelos paternos y pasaba los veranos y alguna navidad recuerda estar al aire libre todo el día correteando con otros niños y un entretenimiento muy particular: hacer batallas y lanzarse en montones de alpechín, el residuo de la molienda de aceituna con aspecto de serrín negro.

“Unha das cousas mais fermosas da miña infancia foi xogar en contacto coa natureza, algo que en Petín os rapaces agora perderon porque están enrollados co ordenador e co móvil ”, afirma el director de cine Ignacio Vilar, nacido en 1957 en la aldea de Castrofita (Petín de Valdeorras), donde vivió con sus abuelos hasta que a los diez años ingresó en un colegio internado de Ourense pero siguió yendo en vacaciones al pueblo. “Eramos uns vinte veciños e eu durmía en casa de calquera que me invitara, eramos unha comunidade na que xogabas, que te protexía e que te ensinaba”, reflexiona desde la visión que le da la distancia de los años.

El juego fundamental de la infancia del cineasta era la billarda o estornela, consistente en dos palos, uno llamado palán de un metro de largo y otro de unos 25 centímetros afilado por ambos extremos llamado billarda. “Tiñas que darlle co palán á punta de bilarda e canto más lexos a lanzaras millor, algo así coma o beisbol”, explica. Años más tarde, cuando estaba estudiando cine en Barcelona, Vilar se reencontró con el jpasatiempom de su niñez en una secuencia de la película “Accattone” (1961) de Pasollini que muestra a un grupo de niños entretenidos con la billarda en el extrarradio de Roma. “Ou ben os romanos truxeron ese xogo a Galicia ou o levaron alí cando nos invadiron”, se plantea el cineasta gallega.

La eira donde solía jugar con niños y niñas de diferentes edades, todos juntos, también era el escenario de las “mallas”, tarea agrícola en la que adultos y niños se reunían para separar la paja del trigo y el centeno. “Aos nenos nos preparaban un pao pequeno coma de xoguete, para nós era un xogo, aínda que realmente estabas colaborando con algo fundamental para toda a comunidade, que era ter fariña para o pan de todo o ano”, relata Vilar, para quien vivir en la aldea en esos momentos era como estar en una universidad donde “aprendías de todo: dende a pescar anguías no río a podar á viña”.

El juego era en contacto con la naturaleza y en grupo

La construcción del embalse entre A Rúa y Petín les brindó a los niños de la zona una nueva oportunidad de jugar en la naturaleza. “Quedaron illas no medio do encoiro e no verán creabamos cabanas enriba dos árbores e trampolíns para botarnos a nadar nas pozas”. Una práctica más arriesgada que relata Vilar era de la elaborar arcos y flechas con las ballestas de los paraguas. De hecho, le ha quedado un recuerdo para todo la vida en forma de cicatriz en su ceja izquierda. De recuerdos de juguetes que le regalaron los Reyes, el cineasta destaca unos coloridos móviles de madera en forma de ciclista y paloma que rodaban por el suelo guiados por el mango que el niño sujetaba en su mano. “Facíannos os capinteiros de Petín como ingreso extra”, explica.

Fran Alonso (Vigo, 1963), director de la editorial Xerais, pasó su infancia entre Baiona, donde vivían sus abuelos maternos, Crecente, de donde era su familia paterna y vivió hasta los cinco años, y Vigo, donde le escolarizaron. “Eu sempre fun un neno de exterior, de xogos na natureza”, dice. Correr, brincar o jugar al escondite eran algunos de sus entretenimientos habituales al aire libre. “O que me encantaba era coller a bicicleta e desaparecer con ela, guiar sen mans e baixar as costas a toda velocidade. Era un chisco kamikaze! “, relata. Le fascinaba subir a los árboles y pasar tiempo escondido entre sus ramas. “Ás veces ataba cordas das pólas e baixaba tirándome por elas (queimei as mans salvaxemente varias veces)”, recuerda. También jugaba a cazar grillos e guardarlos en secreto en diversos sitios de su casa hasta que su madre se enfadaba porque no paraban de hacer cri cri toda la noche. Atrapar avispas, con respeto, para luego observarlas e ir a pescar voraces, unos peces diminutos que picaban sin cebo ni anzuelo, y atrapar cangrejos en las rocas ocupaban su tiempo de ocio en Baiona.

En el colegio Alemán de Vigo, su verdadera pasión eran las canicas y, cuando se reunían muchos niños, el escondite y a veces el fútbol, que nunca le entusiasmó. Dentro de las paredes de su casa viguesa, recuerda jugar con los Madelman, muñecos articulados muy populares entre los niños en los 70. Y cuando se reunían en grupo, un juego frecuente y divertido era el “asesino”, que persiste en la actualidad aunque con alguna modificación.

Cuando no estaba en la calle, la escritora María Xosé Queizán (Vigo, 1939) jugaba en el balcón de un tercer piso en el edificio de la calle Urzáiz en que vivía, con vistas a la ría y a los montes que años más tarde las nuevas edificaciones ocultarían. Pero su auténtico lugar de recreo, donde se juntaba con otros niños de la zona, era el campo de Capuchinos, al que se accedía por unas escaleras y donde se ubicaba una iglesia y un convento en un terreno poblado por varios castaños. “Dábamoslle moito á lata aos relixiosos porque sempre estabamos tocando á porta para pedirlle auga -recuerda-. Facíamos secretos: envolvíamos algo en papel de plata, o metíamos nun buraquiño e o tapábamos”, recuerda. Un patinete de madera, primero, y patines de ruedas, más tarde, son los juguetes con los que pasaba más tiempo. Y con la pita y el escondite al borde de un terraplén del que “non caímos e nos matamos de milagre”. “Era un mundo mais vivible que o actual para os nenos e nenas”, sostiene. En una época en que muñecas como la Gisela hacían furor entre las niñas, María Xosé Queizán recuerda haber tenido una, aunque comenta que “non era moito de bonecas, de quedar para elas mirando; prefería xogar con elas a historias como que se puñan enfermas ou facerlles vestidos”.

En otra zona de Vigo actual, antes Lavadores, seis años después que Queizán nacía Carmen Avendaño, conocida por su lucha contra el narcotráfico en Galicia dentro de la asociación Érguete. “Jugué poco porque me tocaba cuidar a mis hermanos - soy la mayor de diez - y siempre estaba en la calle controlándolos e intercediendo si se metían en peleas”, recuerda “con cariño”, al tiempo que reflexiona y dice:

“Fue una forma de hacer mi carácter”

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De los juegos en los que participaba, menciona el escondite inglés, saltar a la cuerda y policías y ladrones. “Las policías éramos las niñas y los ladrones, los niños”, explica. De regalos de Reyes recuerda una carraca, un juguete de madera que al moverlo hacía mucho ruido para su disfrute; “para otros era un rompecabezas”, aclara.

Su infancia fue reducida, tal y como Avendaño reconoce, y a los doce años empezó a estudiar comercio, aunque lo tuvo que dejar tres años después porque los ingresos de su padre no le alcanzaban para adquirir los libros . Se matriculó en un academia donde estudio mecanografía, taquigrafía y francés y a los 15 años ya estaba trabajando, colaborando con su sueldo al sostenimiento de la familia. “Me gustaba la lectura y la enseñanza en general. No era de fiestas ni de bailes, prefería leer, tanto libros como periódicos”.

Jorge Candán (Vigo, 1968), campeón del mundo de fotografía submarina, recuerda que, a diferencia de lo que sucede con sus hijos, los juegos se repetían durante su niñez; Las canicas, el yoyó y el trompo permanecieron a lo largo de su infancia y se repetían año tras año con una cadencia trimestral. “Al comienzo del curso venían las canicas, después de navidad, el yoyó y en la primavera, el trompo”, relata.

 

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