Franco Cobas (Boiro, 1939) guarda un sinfín de anéctodas de su participación como remero en los Juegos Olímpicos de 1960, en plena dictadura franquista, que rememora con divertida nostalgia. Se confiesa completamente dedicado ahora a su mujer, sus hijas y sus nietos, pero todavía cede parte de su tiempo a la que fue y es la pasión de su vida, el remo, del que sigue participando como árbitro cada fin de semana en competiciones nacionales y gallegas.

- El remo centra toda su vida, ¿cómo recuerda esos años?

-Con mucho agrado, porque fueron unas vivencias casi infantiles cuando empecé en el Náutico. Allí íbamos al salir de casa, de estudiar, de trabajar... era nuestra casa. En los años 50 el Náutico tenía 34 botes para los socios y aquello era para nosotros hacer carreras, batallas, ir a las playas a ligar con las chavalas... nos daba juego para todo.

- También llegó a los Juegos Olímpicos.

-Conseguir la selección para los Juegos Olímpicos de Roma de 1960 fue un hito que todavía hoy, cada vez que nos reunimos los que lo conseguimos, aún lo vivimos como si estuviésemos allí.

- ¿Cómo fue la experiencia?

-Nosotros vivíamos en una España con unas limitaciones totales, y para la juventud todavía más. No habíamos visto jamás un bikini, por ejemplo, porque estaban prohibidos, y viajamos desde Bañolas a Roma por la costa y cada vez que pasábamos por aquellas playas se nos caían los ojos viento tanto bikini. Nos preguntábamos, ¿pero esto no era pecado? Y lo mismo con las revistas con las señoras con sus carnes al aire en los kioscos... Fue un cambio total pasar de estar aquí dentro donde todo era pecado a salir y ver cómo era el mundo el realidad. Otro fue que en la Villa Olímpica era todo gratis... y estaba el bum de la Coca-Cola. Hubo problemas con la gente que comía demasiado porque todo era gratis y con la Coca-Cola también porque algunos de nosotros teníamos miedo de que fuese doping, pero otros bebían tanta que por la noche no dormían y hasta tenían alucinaciones, unas cosas tremendas.

- Tiene muchas anécdotas de esa etapa.

-Otra fue la audiencia con el Papa Juan XXIII, que nos reunió a todos en el Vaticano e iba paseando entre nosotros. Y otra que es muy buena y es que como un hermano de Grace Kelly estaba remando con el equipo americano un día llegó ella y su hermana al lago Albano, donde estábamos nosotros, sin escolta ni nada. Imagina la revolución que se montó allí, con ella paseando entre nosotros. ¡La actriz!, ¡la princesa de Mónaco! No nos lo podíamos creer. Yo era un chaval de veinte años y fue un bum impresionante para mi vida. Luego estuve en Barcelona'92 y fue otra cosa; y después en mis últimos juegos en Atenas también fue otra cosa. Estar dentro de la familia olímpica es una experiencia humana que no se puede explicar, es grandioso y yo tuve la suerte de vivirlo. Soy un privilegiado. Fueron unas vivencias espectaculares, nos dejaron una impronta muy grande que no podemos olvidar. Del equipo Valtierra se murió, Armando está muy malito y Emilio se casó en Cataluña. Quedamos José Luis Méndez y yo, que hablamos de ello a menudo, no se nos caen las lágrimas pero casi, casi... Siempre digo que los de Roma fueron los últimos Juegos Olímpicos románticos, porque todos éramos deportistas aficionados, no solo no podíamos cobrar por hacer deporte sino que ni siquiera podíamos participar en regatas con premios en metálico.

- Usted trabajó durante 45 años en Casa Mar, ¿cómo podía compatibilizar su trabajo con la familia y el deporte?

-Yo conté con una familia maravillosa y una mujer que estuvo siempre a mi lado empujándome porque sabía que mi vida era el remo. En la empresa, con Javier Sensat, también fue una delicia porque le pedía los días y al final siempre me dejaba. Para ir a los Juegos Olímpicos me dijo que no, que era imposible. Me dijo: "Los Juegos Olímpicos tendrán que esperar, porque aquí hay mucho trabajo". Lo conté en el Náutico a su presidente y no fueron capaces de convencerle y hasta se lo dijeron al gobernador civil de Pontevedra. Creo que se llamaba Rafael Fernández. Le mandó una carta a don Javier diciéndole que me concediera por favor permiso para ir a representar a España. Y automáticamente, tengo copia de la respuesta, don Javier dijo: "Querido Rafael, lo que tú me mandes está hecho". Fue genial. Lo cuento mucho porque para ir a los Juegos tuvo que pedir permiso el gobernador civil de la provincia. Eran tiempos tremendos. Otro de nosotros, Emilio, se quedó sin trabajo porque estaba de prácticas y en la empresa le dijeron que o los Juegos o el trabajo y les dijo que se iba a los Juegos. Tras tanto trabajo, haberse quedado a las puertas habría sido muy triste.

- Al volver de Roma siguió vinculado al Náutico.

-Sí, seguí remando allí y en el 68 Martín Barreiro me llamó para entrar en la junta directiva, que fue otra cosa que me sorprendió y me admiró. Para mí era una cosa tremenda. Con los últimos ocho años como presidente resulta que estuve ligado a la junta directiva 26 años. Por eso digo que es mi casa, era nuestra casa. Hoy el Náutico es otra cosa.

- ¿Se ha desvinculado por completo?¿Ya no es socio?

-Sí, sí, por supuesto que sí. Soy socio fiel de 55 o 60 años, me parece, que no es moco de pavo.