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Los materiales que impulsan la nueva economía

Un microchip en el laboratorio

La industria se frena, y se frena cada vez más por la falta de materias primas y la subida de los precios. Es un problema que afecta a toda Europa, no solo a España, y que se ha convertido en una de las principales preocupaciones para los gobernantes de todo el mundo. La situación empeora por momentos, y no se vislumbra la salida a este túnel. En algunos casos el problema es coyuntural, y se resolverá paulatinamente a medida que se ajuste la oferta y la demanda.

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Pero en otros casos no es así, y se agravará con el paso del tiempo porque la situación responde a una nueva necesidad de ciertas materias primas que demanda una economía radicalmente diferente a la anterior; una economía basada en el incipiente despliegue masivo de las tecnologías ligadas a la digitalización y a la necesaria transición a sistemas de generación y consumo de energía de forma sostenible. Y este desafiante escenario nos plantea el difícil reto de encontrar y procesar los minerales especiales que se utilizan para fabricar los equipos que son fundamentales en el desarrollo de esas tecnologías: microchips, generadores eléctricos, baterías, turbinas eólicas o paneles solares, entre otros muchos. Un ejemplo sencillo de esto es la enorme cantidad de materiales infrecuentes que se pueden encontrar en la electrónica de consumo: un smartphone, como el que quizás llevemos ahora mismo encima, contiene aluminio en la carcasa de la batería, cobre en los cables, cobalto y litio en el interior de la batería, tungsteno en los motores de vibración, plata en las soldaduras, neodimio en los altavoces, zinc en el micrófono, indio en la pantalla táctil, oro y paladio en los circuitos impresos, y silicio en los chips.

Desde hace aproximadamente un siglo hemos utilizado masivamente una sustancia casi milagrosa llamada petróleo sobre la que hemos construido toda nuestra economía y modelo de sociedad; y alrededor de este producto han surgido innumerables conflictos bélicos y políticos, principalmente en Irak, Siria e Irán. Pero ahora el mundo está dando un giro brusco hacia las materias primas fundamentales, y la tensión sobre el control del “nuevo petróleo” tendrá su foco en otras zonas geográficas.

"Europa es muy dependiente y vulnerable en los sectores tecnológicos"

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Hablamos por ejemplo del “Triángulo del Litio”, situado entre Bolivia, Chile y Argentina, que concentra más del 85 % de las reservas de ese metal, y para cuya extracción se utiliza un proceso muy intensivo en consumo agua dulce, lo que supone un problema muy grave en una de las regiones más áridas del planeta y en la que una parte importante de la población depende directamente de una agricultura de subsistencia. Hablamos también del cobalto, necesario para fabricar las baterías de iones de litio de los móviles y de los vehículos eléctricos. Este metal procede casi exclusivamente de la República Democrática del Congo, al igual que el tantalio que se obtiene del coltán, lo cual está recrudeciendo la atroz guerra crónica que sufre esta zona de África. Pero quizás el ejemplo más claro son las tensiones que se han generado y se van a generar alrededor de las llamadas “tierras raras”, 17 elementos químicos famosos por ser buenos conductores de la electricidad y que son clave en la industria tecnológica, aeroespacial y de defensa. China controla el 90% de su producción y comercialización, y tal y como lo expresó el Global Times, un periódico chino de propiedad estatal: las tierras raras son “un as en la mano de Beijing”.

Ya en 1992, el presidente chino Deng Xiaoping afirmó que “Oriente Medio tiene petróleo; China tiene tierras raras”. Y no se equivocó: estos minerales son indispensables para una amplia gama de productos de máxima demanda, desde smartphones hasta baterías recargables, luces LED, pantallas LCD, aparatos de rayos láser, motores de automóviles eléctricos, reactores nucleares, generadores de turbinas eólicas, … y China los controla todos. A pesar de que estos materiales se descubrieron en Suecia y se pusieron en uso por primera vez en los Estados Unidos, que contaba con una gran mina en California, la producción se ha ido trasladando gradualmente a China, como consecuencia de unos costes laborales más bajos, una menor preocupación por los impactos ambientales, y unos generosos subsidios estatales, lo cual provocó el cierre de muchas minas en todo el mundo que no pudieron competir en esas condiciones. Esta posición dominante, unida a una demanda cada vez más creciente, hace que el resto de los países sean muy dependientes y vulnerables en los sectores tecnológicos civiles y militares más avanzados, con importantes implicaciones estratégicas, ya que China podría utilizar esta hegemonía para establecer restricciones en la exportación o un aumento de los precios, provocando conflictos importantes. Sirva como ejemplo lo que ocurrió en 2010, cuando China interrumpió el suministro de tierras raras a Japón, a raíz del arresto del capitán de un barco chino que chocó con dos barcos de la guardia costera japonesa. Y a Japón no le quedó más remedio que ceder, por las consecuencias que esa restricción hubiera tenido en su economía y en el comercio internacional.

Pero estos no son los únicos materiales que definirán quién gana la batalla en la lucha por liderar la nueva economía; según el informe de la Comisión Europea Critical Raw Materials for Strategic Technologies and Sectors in the EU, existen otros materiales que también serán críticos, como el magnesio, niobio, germanio, boro, estroncio, escandio, platino y grafito. Todos ellos son fundamentales en alguna o en varias de las tecnologías que han sido consideradas como estratégicas para el futuro de Europa en general, y de España en particular: las baterías de iones de litio, las pilas de combustible de hidrógeno, la energía eólica, los motores eléctricos, la tecnología fotovoltaica, la robótica, los drones, la impresión 3D, y por supuesto las tecnologías digitales y la industria de las TIC.

El diagnóstico parece claro, pero ¿qué tiene que hacer Europa para romper el dominio exterior, principalmente de China, en el suministro de minerales críticos, y conseguir una autonomía estratégica?

"La UE tendrá que asegurar el acceso futuro a las materias primas clave"

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A mi juicio, para garantizar la seguridad de recursos será preciso actuar principalmente en tres vertientes: (1) mejorando la eficiencia de los recursos, impulsando el ecodiseño y poniendo en marcha una industria de reciclaje puntera que ahora no existe y que podría aprovechar el inminente despegue de la economía circular; (2) potenciando las relaciones comerciales y estableciendo acuerdos estratégicos con aquellos países que tienen las materias primas que vamos a necesitar; y (3) restableciendo la extracción y procesamiento de esos materiales críticos en la Unión Europea, lo cual sería perfectamente factible si va acompañado de inversiones en I+D+i en torno a nuevas formas de llevar a cabo esta industria en condiciones seguras y ecoeficientes, e implementando políticas que incentiven el consumo de productos con trazabilidad sostenible y que desincentiven lo contrario. En el ámbito de la extracción ya se ha dado algún paso, aunque de forma pausada y tímida, como por ejemplo con la puesta en marcha de la mina “A Penouta” en Viana do Bolo (Ourense), de la que se extrae tantalio, niobio y estaño; la primera y única mina de este tipo en Europa.

"Es necesario poner en marcha una industria de reciclaje puntera que ahora no existe"

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Por lo tanto, si queremos mantener la soberanía tecnológica, liderar la transición energética para un futuro sostenible, y que nuestra economía siga gozando de buena salud, la UE tendrá que asegurar el acceso a las materias primas clave y su procesamiento, y en consecuencia también surgirán en paralelo nuevas oportunidades de fabricación de componentes y ensamblajes estratégicos, que podrían beneficiar a industrias tan importantes como la automoción o la aeronáutica, y que ahora se están llevando a cabo en otras zonas geográficas que supieron ver el cambio que venía y se anticiparon a ello. La alternativa podría ser no hacer nada y esperar, pero el coste de no hacer nada tendría severas consecuencias estructurales sobre el conjunto de la economía europea, y, por lo tanto, nos abocaría irremediablemente al fracaso y a un futuro incierto.

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