Una vida poniendo toda la carne... en el mostrador

José Manuel Rozados, de 75 años, busca relevo para no tener que cerrar Carnicería Cuiña, que abrió con su mujer en 1977

José Manuel Rozados Ares, ayer, en su carnicería de la calle Venezuela.

José Manuel Rozados Ares, ayer, en su carnicería de la calle Venezuela. / BERNABE/JAVIER LALIN

Xan Salgueiro

Xan Salgueiro

Silleda podría perder la decana de sus carnicerías, y uno de sus comercios más emblemáticos, si próximamente no encuentra relevo. José Manuel Rozados Ares se resiste a dejar el mostrador detrás del cual lleva más de media vida, pero, a sus 75 años y apremiado por su familia, sabe que ha llegado la hora de gozar de una jubilación, no por merecidísima más deseada. “A quien no le amargaría dejar esto...”, comenta el veterano carnicero mientras despacha a uno de sus clientes habituales, que le conmina a un imposible: “No te vayas, Cuiña, que después a dónde vamos a ir nosotros”.

Precisamente, lo que no quieren él y su familia es dejar desamparada a su clientela, por lo que su intención es buscar relevo, alguien que asuma la gerencia del negocio. “Es una pena, yo si no vengo a la de Cuiña no compro carne”, interviene una clienta mientras hablamos con el carnicero, al tiempo que se despide deseándole “que encontréis relevo y que siga con la buena mercancía”.

Carnicería Cuiña está situada en la calle Venezuela, en el mismo local en el que abrió sus puertas por primera vez en mayo de 1977 de manos del propio José Manuel y su esposa, María Cándida García Abeledo, cinco años más joven, pero que ya lleva tiempo retirada por enfermedad. El nombre de Cuiña viene del abuelo materno de José Manuel, de quien heredó también el oficio de tratante. “Antes de montar la carnicería, mi padre ya iba a comprar ganado por las casas y lo llevaba a vender a pie al mercado de Santiago”, señala Manuel, el menor de sus tres hijos, que, por distintas circunstancias, no pueden asumir el relevo generacional.

Tratante como el abuelo

José Manuel era de Carboeiro y Maruja, de Ponte, parroquia en donde tienen una finca con cuadras, en la que recientemente han cebado dos bueyes frisones que vendieron a Frigoríficos Bandeira y que arrojaron más de 700 kilos en canal. Y es que, a pesar de la modernización experimentada por la carnicería, la esencia de su trabajo se ha mantenido en los 46 años de trayectoria. “El trato con los paisanos sigue siendo igual. Tenemos gente de confianza, compramos el animal vivo, lo llevamos al matadero –antes también lo sacrificábamos nosotros–, lo despiezamos y hacemos todo”, explica el tratante y carnicero.

Sin dejar nunca la especialización en carne de ternera, con el tiempo, José Manuel y Maruja fueron introduciendo cerdo, ovino, cabrito, pollo y carnes maduradas. El perfil de cliente también ha cambiado, “porque las aldeas ya ves a onde fueron”, apuntan. “La gente ya no hace carne arreglada, ahora tiran más de bistecs, hamburguesas, comida rápida. Antiguamente, por las fiestas de la zona teníamos gente haciendo cola antes de abrir –recuerda Cuiña–. Eso ya hace años que no pasa”. “Por el 15 de agosto tengo despachado 1.000 kilos de carne de ternera. Pasaba todo el día 13 y el 14 partiendo carne. Pero esos mundos se fueron hace ya muchos años...”, lamenta el hombre.

José Manuel confía en que aparezca alguien interesado en dar continuidad a lo que para él y su familia ha sido algo más que un negocio, una forma de vida. En cuanto a su futuro como jubilado, el sitio de su recreo será la finca de Ponte, en donde continuará atareado en los quehaceres del campo.

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