El Manchester City ya reina en Europa

Rodri anotó el único gol de una final en la que el Inter de Milán fue superior durante varias fases

Rodri corre para celebrar su gol.  |  // ROBERT MICHEL

Rodri corre para celebrar su gol. | // ROBERT MICHEL / Denis Iglesias

Denis Iglesias

Era esta una final concebida como un diálogo entre dos épocas. La del tarro de las esencias que ponía sobre la mesa el Inter y el fútbol moderno bien entendido que referencia el Manchester City, el primer ‘club-estado’ capaz de asaltar a las democracias europeas. Triunfó Guardiola, aunque sus críticos seguirán vivos, porque el Inter pudo llevarse perfectamente la cuarta Champions. Sin embargo, la providencia se puso del lado de la ingeniería financiera.

Aunque las cuentas salen mucho más fácil cuando el que altera los factores del producto es Rodri, suplente en la final de 2021 que sumió en una larga experimentación a Pep y que hoy es el gran jefe del centro del campo ‘citizen’. “Todo el mundo habla de Haaland, pero sin Rodri no sería posible. Se ha convertido en nuestro mejor mediocampista. Ha completado un año imperial”, le piropeaba Guardiola, anticipando al héroe de la final.

Cuánta literatura se destila en las previas. Demasiada para buscar los escenarios que podrían darse en una final de dos entrenadores que nunca antes se habían enfrentado. Como si el fútbol fuera un metaverso donde los avatares se mueven en función de la programación. De un lado, el Inzaghi menos conocido, el que no se llama Filippo, pero que tiene nombre para todo lo que quiere. Su planteamiento inicial fue brillante.

Porque el Inter salió como un grupo unido dispuesto a saltar en cada afrenta. No estuvo tranquilo ni un segundo un City manchado por la inseguridad. La mejor muestra, en la portería, donde Ederson ganaba papeletas para otro Karius. Perfiles para la historia negra del fútbol que nunca se borran. Resbalones en el campo y gritos airados de Guardiola en la banda, al que se le cayó la pizarra con la lesión de Kevin De Bruyne. Mismo cruel destino que en la final de 2021 que perdió el City contra el Chelsea.

La responsabilidad, más que nunca, en el tejado de Pep, que vivía con el corazón en la boca. Solo Stones parecía entender el fútbol como él. Preciso, táctico e inteligente ante una armada interista que le retiró al City lo más preciado: el balón. La comparsa anticipada por los analistas, que cifraron el Manchester City - Real Madrid como la verdadera final, se había convertido en un thriller donde los sky blues corrían por un pasillo como si fuera El Resplandor.

Los Peaky Blinders interistas gozaban con las refriegas. El más feliz, Acerbi. Unos 35 años cargados con la pasión del que tiene todo por ganar. Solo le frenaba Marciniak, colegiado del encuentro, quien no soporta las protestas. Aunque el italiano tenía tiempo hasta para hablar con Dios. El Inter se iba al descanso sintiéndose superior en todo. Pero sobre todo moralmente.

La finura del City estaba enterrada, más si cabe con De Bruyne fuera de combate. Volvía a resurgir la exigencia que Guardiola exigió a sus discípulos en el Bayern tras un rondo y que recoge Herr Pep de Martí Perarnau: “Solo tengo una exigencia: hay que correr. Podéis equivocaros en un pase o en una jugada, pero no podéis dejar de correr”. Apuró el entrenador español la charla hasta el límite. Sus jugadores salieron del vestuario con un rostro de tensión mientras los interistas charlaban como si estuvieran alrededor de una mesa discutiendo sobre la espuma del capuccino.

El balón se aburría del City, que lo masajeaba con total incapacidad. Entonces apareció el metrónomo del City: Rodri Hernández. Una anomalía genética del ‘centrocampismo’ español. Ancla, pivote, pero sobre todo la extensión de Guardiola en el campo. La guinda para una Champions simplemente perfecta. La calma en medio de la tormenta. Un jugador de fútbol sala, como evidenció con el gol que trasladó a la gloria al City, confirmado al fin como el club-estado que reina entre las democracias occidentales.

Con Pep como responsable de un laboratorio donde ha encontrado la pócima para curarse el “dolor de estómago” de las derrotas del pasado. Una patada para los críticos que tendrá la sana consecuencia del ‘guardiolismo’ de reinventarse. En él aplica una ley propia, la de los 32 minutos, el único lapso en el que consigue desconectar. Y cada vez menos, porque el fútbol confía en él para seguir vivo y evolucionando. En su cabeza, la final ya está rebobinando.