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Lugilde: “La depresión es una enfermedad de mayorías y se culpa al que la padece”

“Al que la sufre se le discrimina, incumpliendo el artículo 14 de la Constitución”, afirmó en Club FARO el periodista, que narra en un libro su vivencia con este trastorno

Lugilde: “La depresión es una enfermedad de mayorías y se culpa al que la padece”

“La depresión es una enfermedad del alma con efectos químicos sobre el cerebro que te saca las ganas de vivir y, en casos extremos, te hace pensar en la muerte y en el suicidio”. Así definió ayer el periodista Anxo Lugilde la enfermedad psiquiátrica con la que lleva conviviendo más de treinta años y que relata en su libro “Mi vieja compañera” (editada por Península en castellano y catalán y por Luzes en gallego). El delegado de Galicia y Portugal del periódico “La Vanguardia”, actualmente de baja laboral y en tratamiento, participó ayer en una charla-coloquio en el CLUB FARO DE VIGO en la sala de conferencias del Museo Marco, donde fue presentado y entrevistado por la periodista Ana Lago-Bergón.

“Es una enfermedad de mayorías, pero se trata con oscurantismo y se hace sentir culpable al que la padece”, comentó el autor, que se expresó en gallego. Recordó cuando se la diagnosticaron, con 18 años, en la década de los 80 en Lugo, tres años después del divorcio de sus padres y haber sufrido el estigma de ser el único niño de padres separados del colegio del monjas en que estudiaba. Laureano, el médico de cabecera al que acudió en Sarria tuvo claro que las contracturas en la espalda y los mareos que sufría eran síntomas de depresión, aunque luego un psiquiatra discrepó. “Laureano fue como Curchill advirtiendo del rearme de Alemania”, indicó Lugilde, quien en su libro, no exento de sentido del humor y retranca, compara la depresión con el III Reich y a él con Los Aliados. Comentó haber tenido presente en la redacción de su última obra al vigués Nacho Mirás, quien contó en “Rabudo.com” su experiencia con el cáncer cerebral que le arrebató la vida, y al escritor judío superviviente del holocausto Primo Levi en “Si esto es un hombre”, donde relata “con delicadeza y sin amarillismos” sus vivencias.

De sus primeros años con el trastorno psiquiátrico, recordó que “miraba los horarios de los trenes y no para viajar en ellos. Pensaba en suicidarme para entrarle al juego a la vieja compañera, sin tener voluntad de hacerlo. Y cuando lo intenté, avisé”, manifestó. “Era verano del 90 trabajaba y estudiaba, mi vida profesional iba bien, salvo por el estrés y algún problema de pareja. Me alimentaba mal, adelgacé -con 1,70 llegué a pesar 50 kilos- y pillé una tuberculosis”. Estuve un mes internado y no vino ni un psiquiatra a verme”.

Las somatizaciones físicas de la depresión pasaron de afectarle a las piernas y a la espalda y se dirigieron al cerebro en 2016, cuando Lugilde sufre una recaída que le asusta. “Pensé que tenía alzhéimer o un tumor cerebral”. Relató las dos veces que se quedó literalmente en blanco en dos medios de comunicación: el 5 de diciembre del año citado en la TVG y el 6 de septiembre de 2020 en la emisora catalana RAC1. En la primera ocasión relata que “me trataron a patadas y aprovecharon para liquidarme como colaborador porque no hacía el ejercicio de adoración máxima al presidente de la Xunta. Sabían que por el estigma a la depresión no iba a hablar”. En la segunda ocasión recibió el apoyo de sus compañeros y también de la audiencia, que preguntaba por el motivo de su ausencia.

Ese interés del público, junto a la mayor sensibilidad hacia las enfermedades mentales durante la pandemia, le animaron a “salir del armario de los depresivos”, primero en una crónica en “La Vanguardia”, luego en redes sociales y ahora con su libro. “Tuve dudas de exponerme, contar mi vida privada -aunque cuento hasta donde quiero- , pero asumo ese riesgo y queda compensado cuando alguien dice que le ha ayudado”, afirmó.

En la actualidad y desde hace años, Lugilde forma parte de un ensayo clínico en un hospital barcelonés. Tuvo dos ingresos voluntarios en el área de agudos. En el primero, “me ataron, me retiraron las pertenencias y prohibieron la visitas, cuando no era un peligro para otros sino para mí. Fue carcelario”. En el segundo, tras haberse quejado a su psiquiatra “estuve como en el Hilton. Al final eres un paciente con una enfermedad descompensada que hay que controlar. Mi psiquiatra es partidario de que los depresivos ingresen por la misma planta que otros enfermos”, dijo, a la vez que abogó por combinar psicoterapia con medicación psiquiátrica y por tener más psicólogos en la sanidad pública.

“Las personas con proyección pública tienen la obligación moral de decir que la sufren”

“Las personas con proyección pública que padecen depresión tienen la obligación decirlo, incluso una figura de medio pelo como yo”, afirmaba en una entrevista concedida a FARO DE VIGO el pasado agosto Anxo Lugilde, quien recordaba la reacción de sus seguidores en redes sociales, radioyentes y lectores. “Cuando conté que me había quedado en blanco, una señora me dijo que le había pasado lo mismo en los años 80; después, en una entrevista que ofrecí en la RAC1 (una emisora catalana) sentí que a parte de la audiencia, bien porque padece depresión o eran familiares de alguien que la sufre les reconfortaba, es como si les legitimase para salir del armario y decir “yo también la padezco”. Y también es el primer paso para reivindicar nuestros derechos. Mientras estás en el armario, no puedes defenderte. El siguiente paso, con todos mis respetos para los pacientes oncológicos y cardíacos, es conseguir la comprensión que ellos tienen cuando cuentan lo que padecen. Si a una enfermedad tan fastidiada como la depresión le añades la presión social, es inaguantable”. Aunque escribir su experiencia le ha servido también como terapia y el balance de momento es positivo, Lugilde reconoce que no lo sabrá hasta que finalice su baja y se reincorpore de nuevo a la vida laboral.

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