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Rompiendo el tabú de las enfermedades mentales

De izda. a dcha.: Julia Vaquero, Pedro Feijóo, Anxo Lugilde y Carlos Mañas Marta G. Brea / J. Lores / R. Grobas

La atleta Julia Vaquero, el escritor Pedro Feijóo, el periodista Anxo Lugilde y el publicista Carlos Mañas son gallegos con proyección social que han hecho públicas sus dolencias psiquiátricas

La gimnasta estadounidense Simon Biles anunciaba en plenas Olimpiadas de Tokio su retirada de la competición para ocuparse de su salud mental. Esta misma semana saltaba a la prensa la noticia del supuesto suicidio de la ciclista neozelandesa de 24 años Natalia Podmore, a quien el seleccionador de su país la dejó fuera de los juegos.

La salida del armario de las enfermedades mentales por parte de personajes públicos con carreras exitosas contribuye a la normalización de este tipo de dolencias y a superar el estigma que padecen quienes las sufren. En Galicia tenemos ejemplos de profesionales con proyección social que han hecho públicos sus trastornos. Son los casos de la atleta Julia Vaquero, diagnosticada de trastorno bipolar en 2011, del publicista Carlos Mañas, con la misma dolencia que la deportista, quien describió su enfermedad en el libro “Mi cabeza me hace trampas”, del escritor Pedro Feijóo, que comentó en redes que sufre depresión, y del periodista Anxo Lugilde, que llama a su trastorno depresivo “mi vieja compañera”, término que tomó prestado de Xosé Manuel Beiras y que da título a un libro que saldrá a la luz el próximo 22 de septiembre, en castellano, gallego y catalán, en el que explica su realidad de 30 años con esa enfermedad.

“Me he sentido plenamente identificada con Simon Biles y con la ciclista neozelandesa Natalia Podmore”

Julia Vaquero

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Julia Vaquero en un entrenamiento cerca de su casa en A Guarda. MARTA G. BREA

“Me he sentido plenamente identificada con Simon Biles y con la ciclista neozelandesa Natalia Podmore”, comenta Julia Vaquero, representante española en atletismo en las Olimpiadas de Atlanta 1996, vigente plusmarquista nacional de 5.000 metros desde hace 25 años y diagnosticada en 2011, ya retirada del atletismo, de trastorno bipolar.

Sus problemas emocionales vienen de lejos, tal vez de su adolescencia, cuando con 13 años tuvo que reconocer el cadáver de su padre, asesinado en un ajuste de cuentas, y se agravaron con la presión de la competición y un matrimonio turbulento. “Era una mujer a la que se le desatendían sus necesidades emocionales, una máquina de correr, una niña que no quería crecer”, explica la deportista de A Guarda, quien recuerda haber padecido trastornos alimentarios mientras estaba en la alta competición y sufrir una enorme presión por combinar entrenamientos y carreras con sus estudios universitarios de INEF con el temor a que le retiraran la beca que le permitía combinar ambas facetas. “Ni mi expareja, ni mi entrenador ni mi manager me ayudaron, y eso que sabían que estaba mal”, lamenta. Y es que en los 90 España no prestaba atención a la salud mental de sus deportistas, tal y como ella misma reconoce. E incluso duda de que en la actualidad la situación haya cambiado.

Después de dos décadas de tratamiento farmacológico, una etapa de convulsión por las compras, algún intento de suicidio, un ingreso forzoso en psiquiatría y perder la custodia de su hija, Julia Vaquero ha dejado la medicación pero continúa con ayuda psicoterapéutica. Sobrevive con una pensión no contributiva de 400 euros y ayudas puntuales de particulares y del comité olímpico. Sigue desde hace un año la pauta de entrenamientos planificados por su nuevo preparador, el alicantino Fran Beneito, combinando carreras en carretera por Eiras, la zona de A Guarda donde vive, con rutas en bicicleta. Su objetivo es disputar la maratón de Valencia en diciembre.

Respecto a su salud mental, la guardesa siente que a sus casi 51 años “estoy haciendo lo que no pude hacer en mi juventud: socializar”. Considera que hacer pública su situación mental fue un arma de doble filo: “Algunos me apoyaron y me felicitaron, pero otros me siguen tachando de loca. Creo que soy una hiperactiva no diagnosticada, aunque mi psicoterapeuta dice que da igual el nombre de lo que tenga”, expresa.

“Salir del armario de los depresivos fue una liberación y hasta es sanador"

Anxo Lugilde

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Anxo Lugilde en Baiona. RICARDO GROBAS

El tabú que rompió el periodista, politólogo y escritor lucense Anxo Lugilde fue el de compartir en redes sociales su ingreso psiquiátrico en el Hospital del Mar de Barcelona, donde actualmente recibe tratamientos punteros para su depresión mayor resistente a la medicación. Un hilo de twits iniciado el pasado 18 de enero anunciando sus primeros pasos tras la salida de una reclusión de ocho días en el área de agudos del hospital tuvo una segunda parte en junio durante la tercera semana de un nuevo ingreso y generó medio millón de impresiones. Uno de los que le respondió fue el escritor catalán Quim Monzó, confesando que él también había padecido una depresión durante cinco meses. Anteriormente, Lugilde ya había “salido del armario depresivo” comentándolo en la radio y en una crónica en La Vanguardia, donde trabaja como corresponsal de Galicia y Portugal.

“Salir del armario de los depresivos fue una liberación y hasta es sanador. A la gente que te sigue y a los oyentes del programa de radio Via Lliure -donde colabora en la emisora catalana RAC1- que padecen depresión es como si les legitimase y muchos respondieron con mensajes diciendo ‘yo también la padezco’. También es una responsabilidad para alguien como yo, que ha contemplado la eutanasia psiquiátrica, y ahora pienso que cómo voy a hacerlo si he ayudado a gente”, dice.

Ese trastorno emocional que afecta al estado del ánimo acompaña a Lugilde desde su juventud, si bien no le ha incapacitado para sacar adelante su carrera profesional. “Al principio eran más leves, aunque tuve un intento de suicidio y una tentativa. Las somatizaba con contracturas en la espalda y andaba medio cojo”, explica. A partir de 2016 ha sufrido varios episodios graves que le afectan al cerebro provocándole lagunas mentales que le bloquean:” La primera vez me pasó en la TVG en pleno directo y en mi última recaída, en septiembre de 2020, en el programa de radio”.

Por las características de su depresión, en el hospital de Barcelona donde lo trata el psiquiatra Víctor Pérez Sola lo han seleccionado como “cobaya” (según dice él) para tratamientos en investigación: en 2019 con silobicina, el principio activo de los hongos alucinógenos, y tras la pandemia, en la que sufrió una recaída por no poder hacer ejercicio - su Prozac, según su psicóloga-, con quetamina, un anestésico que en dosis pequeñas funciona como antidepresivo. 

“Creo que la depresión es una enfermedad del alma que se manifiesta en un problema químico en el cerebro, es una dolencia peligrosa porque llega a matar, desconcertante porque deja marcas, e invisible: no hay un análisis o PCR que la detecte. No es un problema ni de pereza ni de voluntad, ni de que folles poco, como dicen muchos borregos, en masculino”, manifiesta Lugilde, quien califica de “brutal” el estigma social hacia los que la padecen. “Un amigo íntimo periodista me aconseja que ahora me haga columnista, que cualquier noticia que haga va a ser cuestionada. Entiendo que es una enfermedad con sus connotaciones particulares porque afecta al raciocinio y como politólogo digo que con el trastorno mental se incumple el artículo 14 de la Constitución” respecto a no discriminar a ningún español por su condición o circunstancia personal o social.

“Cuando lo conté me vino bien, lo primero que recibí fue una ola de cariño brutal"

Pedro Feijóo

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Pedro Feijóo en Gondomar J. Lores

El escritor y novelista Pedro Feijóo, uno de los autores gallegos más leídos en los últimos años, compartió hace un año en redes sociales que sufre depresión. “En mi caso en los momentos más agudos me ha dejado incapacitado para realizar mi trabajo, que es creativo y requiere que esté relajado y sereno”, explica. Si bien solo cuenta dos momentos en su vida en que el trastorno le dejó anulado, uno en su época de músico en “La Matumbá” y otro en pandemia, reconoce que la dolencia siempre está ahí. “Es como una voz que te dice que nada de lo que estás haciendo tiene sentido, que no lo haces bien o que no puedes. A veces esa voz está dormida y si hago el ruido concreto en una dirección determinada, se despierta. Sé qué hacer para que duerma pero también sé despertarla y eso es lo malo: hay veces que no estás fuerte o te encuentras ante una situación de problemas constantes, estrés o presión; empieza a sonar esa musiquita de fondo y lo que te apetece es dejarte ir”, expresa el músico y escritor vigués afincado en Barcelona.

En cierto modo, Feijóo ha sabido sacar partido a esa propensión hacia la introspección y melancolía y trasladar esa tristeza a la voz personal que imprime a sus novelas. Al igual que Lugilde, vio en la pandemia cierta empatía en redes sociales que le levaron a compartirlo con sus seguidores. “Cuando lo conté me vino bien, lo primero que recibí fue una ola de cariño brutal y de hecho un año después hay gente que por la calle que me sigue preguntando si estoy mejor, no creo que nadie me mire mal por ello, es como si vas con una escayola y te preguntan qué tal”.

Aunque reconoce que su confesión pública ayudó al menos a una de sus jóvenes lectoras a hablar con normalidad de una depresión que ocultaba, el novelista alude a la frase de Woody Allen “En caso de guerra solo serviría como prisionero”. “A mí me pasa igual: solo sirvo como mal ejemplo, no me siento con autoridad para pontificar sobre nada y no sé si mi experiencia es la correcta”, afirma.

“Lo que se conoce es la parte más perniciosa de la patología psíquica”

Carlos Mañas

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Carlos Mañas

Diagnosticado de trastorno bipolar hace 15 años, a la edad de 40 y en plena ebullición profesional, el publicista y exdocente de comunicación social Carlos Mañas reconoce que sintió miedo y hasta vergüenza cuando oyó el nombre de la enfermedad mental que le iba a acompañar de por vida, “pues más que un diagnóstico consideraba que el médico me había etiquetado”.

Una vez confirmado el diagnóstico crónico, dependiendo de la gravedad, “el afectado pasa a formar parte de las limosnas del estado como candidato a una pensión absoluta y encadenado a una medicación en mi caso enriquecida por antipsicóticos y estabilizadores de ánimo”, explica Mañas, para quien resultó sencillo hacer pública su patología. “Soy afortunado pues tengo familia y amigos que me ayudaron a superarlo y adaptarme al estilo de vida donde el estigma puede ser compañero de viaje”, relata.

Desde 2009 este vigués ha luchado precisamente contra ese estigma coordinado más de una docena de acciones de comunicación social: desde la primera canción compuesta en España inspirada en el trastorno bipolar, “Calor en invierno”, escrita e interpretada por Teo Cardalda, hasta un podcast candidato al Premio Ondas 2019 titulado “Mi cabeza me hace trampas”, igual que el libro sobre publicó en 2011. Su objetivo: cambiar la visión negativa de la enfermad mental. “Cuando una persona no te conoce y no entiende la complejidad de una patología psíquica solo ve lo que desea o le han ensañado y, por desgracia, lo que se conoce es la parte más perniciosa o alarmante de la enfermedad mental”, sostiene.

La psiquiatra Iria Veiga

Un impulso a la normalización de las dolencias psiquiátricas

La psiquiatra Iria Veiga, que desempeña su labor profesional en el Hospital del Barbanza y desarrolla una actividad divulgativa en medios de comunicación y en redes sociales, bajo el nombre de @rainhavermella, considera positivo el impacto público que conlleva que “personas que consideramos capaces porque ocupan trabajos de alta exigencia o bien valorados socialmente reconozcan que tienen problemas de salud mental”. “Por un lado, ayuda a normalizar, a dar un halo de esperanza a gente que lo está pasando mal, y por otra parte desestigmatiza, en el sentido de que muestra que uno puede llevar no solo una vida normal sino alcanzar logros importante teniendo una enfermedad afectiva como puede ser una depresión”.

Además, esta profesional considera un valor añadido que se comunique a través de redes sociales, a menudo utilizadas por gente joven para expresar su malestar y hablar abiertamente de sus dolencias. “Esto genera críticas y reacciones que les tachan de generación de cristal, cuando realmente están expresando lo que otras generaciones no fueron libres de decir”.

Esa repercusión pública positiva no se traduce siempre en una experiencia gratificante ni sanadora para la persona que decide hacer público su trastorno. “Para unos puede suponer un alivio o normalización, pero para otra gente esa salida del armario puede traer consecuencias negativas. A mis pacientes les digo que lo comuniquen en la medida en que se sientan cómodos y seguros porque no es la primera vez que una empresa toma represalias o una persona deja de ser contratada por un problema de salud mental”, comenta.

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