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La interminable corrección

Más allá de los resultados o del juego, a Benítez esa sensación de sentirse por muy encima del Celta le ha hecho mucho daño

Imagen de la presentación de Rafa Benítez.

Imagen de la presentación de Rafa Benítez. / MARTA G. BREA

Juan Carlos Álvarez

Juan Carlos Álvarez

El Celta es un caso llamativo de la física aplicada al fútbol. Es un coche que avanza a duras penas y se mantiene en la carretera dando volantazos con los que compensar sus problemas de dirección. Se asoma al barranco y cuando parece precipitarse sale adelante con una improbable maniobra. Respira entonces aliviado, celebra, pero esa costumbre tiene un problema a la larga: que no planifica su ruta sino que la rectifica. Es difícil crecer desde la corrección permanente. Y un día por desgracia la falta de agarre y la física harán su trabajo.

Ha vuelto a suceder con Rafa Benítez, despedido por el temor de que se convirtiera en la versión gravosa de Oscar García a quien el equipo se le murió como si fuese un juguete que se queda sin pilas. Marián Mouriño quería distanciarse de la gestión de su padre, pero ha terminado por sacar del armario la vieja guillotina que tantos entrenadores dejó en el camino durante la última década.

Hacía tiempo que el reluciente palmarés de Benítez y su merecido prestigio habían dejado de cegar a los dirigentes del Celta y a casi todo el entorno del club. Ese efecto dura un tiempo, pero acaba de desaparecer si nada lo respalda. Y al técnico madrileño ya pocas cosas lo sostenían pese a que en las oficinas seguían buscando razones para creer y para viajar en el tiempo a aquellos días del mes de julio cuando Benítez llegó a la sede para abanderar un proyecto largo y sólido y dijo aquello de “no vamos a hacer cosas raras”. Y vaya si las hizo.

Seguramente Benítez no comprenda ahora mismo el despido –raro es el entrenador que lo hace– pero resulta una evidencia su dificultad para entender el lugar donde estaba. Casi siempre ha puesto su plan por encima de la realidad de sus jugadores, ha cerrado los ojos a la evidencia de los partidos, le ha negado en público el mínimo cariño a los chavales de la casa y ha insistido hasta el aburrimiento en aquella idea de que “hay que ver de dónde venimos”.

Pues de jugar en Old Trafford hace bien poco, de dos semifinales de Copa de Rey, de pelear por entrar en Europa con Coudet…no todo ha sido salvarse en el último día. Más allá de los resultados o del juego esa sensación de sentirse por muy encima del Celta le ha hecho mucho daño. Hacia dentro y hacia esa grada a la que, más allá de la evidente falta de conexión, no puede poner un solo reproche. Queda la duda de cómo habría cambiado la historia si Benítez hubiese encontrado algo más de fortuna o de justicia arbitral en el comienzo de temporada, pero eso ya pertenece al terreno de nuestra imaginación.

Marián Mouriño intenta cerrar la primera gran crisis de su gestión con la figura de Claudio Giráldez, que supone el esperanzador regreso de un técnico de la casa al banquillo del primer equipo. Solución tan arriesgada como ilusionante; lógica en gran medida pero también populista. La presidenta podría plantarse en Balaídos y gritarle a las masas: “¿No queríais a Claudio? Pues ahí lo tenéis”.

Pero la decisión también tiene un evidente peligro para ella de cara a este agónico final de temporada. Si sale bien, el porriñés será sacado en procesión por sus fieles que reclamarán que se le entregue el futuro; pero si sale mal nadie pedirá cuentas al joven técnico. Los ojos irán hacia la nefasta gestión de la temporada, la composición de la plantilla y al sorprendente pero irrebatible hecho de que el Celta más caro de la historia sea uno de los más mediocres que se recuerdan. Entonces ya no estará Benítez para recibir los balazos. Ese comodín ya está agotado.

Dijo alguien hace tiempo, creo que fue Bielsa, que el entrenador y sus futbolistas deben mirarse a los ojos y hacerse todas las preguntas a la entrada porque a la salida nadie pregunta nada. Da la impresión de que Benítez dejó demasiadas cuestiones en el aire; Giráldez parece querer responderlas todas. Ojalá sea capaz porque no es sencillo.