Uno de los trabajos pendientes de los aficionados a la historia es encontrar el documento de los estatutos fundacionales en los que el Celta se comprometió a no defender con dignidad las jugadas a balón parado. Llueva, truene o haga un sol espléndido. Un mal eterno, una tradición que ha pasado de padres a hijos, que han sufrido generaciones, frustrado innumerables sueños, emborronado temporadas enteras y que ayer mismo volvió a provocar una nueva derrota en Balaídos. El Villarreal, rácano y cobardón, aprovechó una falta aislada en el descuento del primer tiempo para llevarse de rebote tres puntos de oro y dejar al Celta en tierra de nadie, casi desconectado de una pelea por Europa que comienza a ver de lejos.

El resultado supone un castigo demasiado duro para un Celta generoso en el esfuerzo y cargado de buenas intenciones, pero al que le faltó una chispa de creatividad en los últimos veinte metros para trasladar su dominio al marcador. Ahí o se le apagaban las luces o invertían medio segundo más de lo preciso para culminar con éxito las llegadas. Simples detalles que frustraron el partido del equipo vigués en un día en que Berizzoy dio entrada a un puñado de futbolistas menos habituales con la idea de proteger a sus hombres más importantes. Hace tiempo que las prioridades están realmente claras en el Celta y la importancia del duelo del jueves ante el Krasnodar resulta definitivo a estas alturas. La renovación -sobre todo en la zona de ataque en la que coincidieron Jozabed, el debutante Hjulsager, Bongonda y Rossi- no afectó demasiado al espíritu del equipo que mantuvo sus constantes habituales, los rasgos que han dado a este grupo un carácter especial. Presión en el campo rival, correr sin desmayo y rapidez tras el robo. Ni el hecho de tener enfrente a un conjunto con muy buen pie como el Villarreal, que castiga cualquier error, le hizo replantearse el duelo. Habrá quien acabe pidiendo a Berizzo un punto más de especulación en su juego, pero este Celta es así. Tan atrevido como descuidado en ocasiones. Son una amenaza para cualquier rival, pero siempre dejan la puerta abierta al rival por si alguien se atreve a aprovecharlo.

El partido se jugó casi siempre en los alrededores del área de Andrés, donde el Villarreal se parapetó sin miramientos para recordarle a Balaídos por qué son el equipo que menos goles ha recibido esta temporada. En el primer tramo del partido al Celta no le costó encontrar la espalda a su defensa. Tal vez esperaban más manejo de los vigueses, que sorprendieron a Escribá con constantes desmarques de ruptura que generaron situaciones de peligro. Ayudó la rapidez en la recuperación y la claridad de ideas que mostró en la primera entrega Marcelo Díaz. Solo le faltó al Celta mayor precisión a la hora de pisar el área rival. Hjulsager, Bongonda y Rossi eligieron casi siempre mal en esos momentos. Incluso en llegadas relativamente claras. Sus acciones o bien morían en el último pase o los defensas frustaron sus disparos como les sucedió al italiano y al danés en las dos opciones más claras del Celta en esa primera entrega.

El Villarreal, consciente de que el Celta lo estaba descosiendo por el centro, reculó un poco más para convertir en un drama la circulación cerca de su área. Ya lo confiaron todo a un balón parado, a una contra o, como fue el caso, a la ceguera del árbitro que perdonó en el primer tiempo la roja a Roberto Soldado tras una criminal entrada a Marcelo Díaz, que milagrosamente pudo seguir jugando. Se quedó el delantero en el terreno paseando su indignación y "agradeció" el gesto marcando de rebote el 0-1 justo antes de que el árbitro señalase el descanso. Sucedió en un balón parado, esa pesadilla que acompaña al Celta desde hace más de noventa años. Una falta frontal defendida de forma deficiente por todo el equipo y en el que la fortuna hizo el resto. Saltaron Musacchio y Sergi Gómez, el balón rebotó en la cara de Soldado y durmió en el fondo de la red de Sergio. Un castigo salvaje para el voluntariodo del Celta; un premio desmedido para la prudencia del Villarreal.

El segundo tiempo fue un partido en una sola dirección, un ejercicio de voluntad de un Celta que nunca encontró el camino y cuyos intentos se estamparon siempre contra la fortaleza organizada por Escribá al borde de su área. Berizzo buscó todas las soluciones posibles en el banquillo. Primero con Beauvue, que le puso un extra de energía al equipo; luego con Aspas, que entró en escena algo alborotado; y finalmente renunciando a un defensa para situar a Wass en el medio del campo. Una alineación para volcarse sobre el área del equipo amarillo. Pero no solo de buenos propósitos se alimentan los equipos. Sin una pizca de ingenio a la que agarrarse, la defensa del Villarreal resistió las acometidas viguesas con cierta tranquilidad. Nadie les comprometió en exceso, Andrés solo intervino para perder tiempo, y con el paso de los minutos la desesperación de los vigueses acabó por desordenarles y permitir a los castellonenses manejar con soltura la pelota en los últimos minutos y poner a buen resguardo los puntos que habían conseguido con tan escaso esfuerzo.

El Celta acabó con la lengua fuera y con el desánimo de verse desplazado seriamente en la clasificación, muy lejos de ese séptimo puesto que podría valer la clasificación europea. La vida o la muerte están ahora en Krasnodar.