Un gran laboratorio entre las cepas

Los viñedos también ejercen como banco de pruebas

Hay decenas de estudios en marcha para mejorar la productividad

Manuel Méndez

Manuel Méndez

El nuevo ciclo de cultivo está lanzado en el viñedo, ahora que empieza a desarrollarse la brotación, cuando llega el momento de aplicar los primeros tratamientos fitosanitarios y al tiempo que se realizan nuevas plantaciones o reconversiones.

La primavera es un momento crucial para el sector vitivinicultor, especialmente en los municipios de Val do Salnés, O Rosal y O Condado, pilares fundamentales de la Denominación de Origen Rías Baixas que, junto a Ribeira do Ulla y Soutomaior, ejercen como cuna del albariño.

Decenas de proyectos

Pero también como banco de pruebas o laboratorio para el desarrollo de decenas de proyectos de carácter científico llevados a cabo por las propias bodegas, instituciones como la Xunta y la Diputación, universidades y todo tipo de entidades públicas y privadas.

Luchar contra las plagas y el cambio climático, recuperar variedades autóctonas, experimentar con algas u otros productos a modo de abono, reducir los posibles efectos adversos de los tratamientos fitosanitarios y detectar lo más pronto posible cualquier posible enfermedad, son solo algunos de los objetivos perseguidos con todo tipo de estudios en marcha.

Desarrollo sostenible

En definitiva, que lo que se pretende es favorecer el desarrollo sostenible de la producción de vino, con el albariño como clara referencia.

De ahí proyectos como el Plasmowine, de plena actualidad estos días, ya que es la herramienta utilizada por la Estación Fitopatológica de Areeiro (EFA), dependiente de la Diputación de Pontevedra, para complementar los estudios y el trabajo de campo que realizan sus técnicos y les permiten lanzar los avisos fitosanitarios que, a la postre, determinan cuál es el mejor momento para aplicar cada tratamiento contra el mildiu, oidio, black rot y demás enfermedades.

Participado por la Fundación Empresa Universidad Gallega (Feuga) y puesto en marcha en 2022, el Palmowine es un trabajo científico pensado para desarrollar un sistema de apoyo a la toma de decisiones “que determine el momento óptimo para la aplicación de los tratamientos contra el mildiu de la vid”, teniendo muy presente que se trata de “una de las enfermedades más temidas a las que se enfrenta el viticultor, ya que puede atacar los órganos verdes de la planta y perder parte importante de la producción de uva”.

Clima húmedo

Una plaga, cabe recordar, que puede afectar a las hojas, los brotes jóvenes, los pedúnculos y los racimos. Y que se mueve como pez en el agua en un clima húmedo como el gallego.

De ahí la necesidad de aplicar tratamientos periódicamente para salvar las producciones de cada año.

Ficha en la que se muestran las características del Plasmowine.

Ficha en la que se muestran las características del Plasmowine. / FdV

El problema es que el tratamiento convencional “suele conllevar un uso excesivo de fitosanitarios, lo que implica un incremento de los costes de producción, la aparición de resistencias de las plagas y un importante daño al medio ambiente”, reconocen los promotores del Plasmowine.

Control químico

Razón por la cual se hace necesario seguir investigando mediante proyectos como este, buscando una “optimización del control químico” de las plagas que implique “la reducción de los costes de explotación, del riesgo de resistencia por el patógeno y de la huella de carbono”.

Además de perseguir “una mayor protección del medio ambiente y de la salud humana, junto con un aumento de la calidad del vino”.

Características del Regavid.

Características del Regavid. / FdV

Lo que se hace con Plasmowine, como se indicaba antes, es establecer el momento idóneo para la aplicación del primer tratamiento y determinar cuándo deberá renovarse, teniendo presentes tanto el riesgo que entraña el mildiu en cada momento como la efectividad de los fungicidas aplicados y la duración real de la protección que implican.

Viña Costeira y Martín Códax

Participado también por Monet Tecnología e Innovación, la bodega Viña Costeira y la Universidade de Vigo, el Plasmowine no es, ni mucho menos, el único proyecto destacado que convierte los viñedos en un banco de pruebas.

También en 2022 se ponía en marcha el Regavid, en este caso para avanzar en la gestión del riego “que permita evaluar las necesidades hídricas actuales del viñedo y predecir requerimientos de agua en el futuro”.

Así lo explican los impulsores de esta iniciativa, liderada por la empresa privada Monet Tecnología e Innovación y arropada por la Universidade de Santiago de Compostela y la cooperativa vitivinícola arousana Martín Códax.

Estaciones meteorológicas

Coordinado desde un equipo multidisciplinar formado por especialistas en viticultura e hidrología, el Regavid sirve para analizar en detalle todos los datos medidos por las estaciones meteorológicas, así como los parámetros relacionados con la humedad del suelo que se obtienen en los sensores instalados en la parcela experimental.

Otro de los proyectos destacados de los últimos años, de cuantos están relacionados tanto con los viñedos como con las bodegas y la plaga del mildiu, fue el Algaterra, desarrollado por la empresa Portomuiños en colaboración con la Universidade de Santiago, a través del Grupo de Investigación de Agronomía y Ciencia Animal, la Misión Biológica de Galicia, Horta da Lousa, Riveiro Ecológicos y la firma vitivinícola arousana Adegas Terra de Asorei.

Menos mildiu

Un trabajo científico que a servido para demostrar que el extracto de algas tiene “un enorme potencial como agente protector y/o preventivo contra enfermedades fúngicas de la vid, ya que se observa menor incidencia de mildiu con los bioestimulantes, especialmente si se aplican antes que el inóculo de hongo”.

Este es “uno de los resultados más prometedores” de este proyecto, ideado para desarrollar “nuevos fertilizantes y bioestimulantes basados en extractos de algas”.

Es decir, para “elaborar nuevos insumos agrícolas a partir de descartes procedentes del procesado de algas para uso alimentario”, tratando de usar ese abono “tanto en agricultura ecológica como en agricultura convencional sostenible”.

Valor añadido

De este modo, durante dos años se quiso demostrar que a partir de los descartes de algas es posible generar “un nuevo valor añadido para los recursos ecológicos de alta calidad”.

Y los resultados alcanzados “son alentadores”, insisten los responsables de esta iniciativa que tenía una base histórica, pues partía “de la amplia experiencia y tradición que los agricultores de la costa gallega tienen en cuanto al uso de un recurso tan natural y ecológico como son las algas marinas para aplicarlas como fertilizantes en sus plantaciones”.

Fue de esa explotación tradicional de las algas como surgió el proyecto Algaterra, centrado en especies tan conocidas ya como el wakame (Undaria pinnatifida), lechuga de mar (Ulva rígida) o kombu (Laminaria ochroleuca), “pertenecientes a distintos grupos de algas con propiedades bien diferenciadas entre sí” y procedentes de los descartes de los procesos productivos de Portomuiños.

Donde en su momento explicaron que “bajo las premisas de mínimo procesamiento del producto, para evitar la pérdida de sus propiedades y garantizar un menor impacto en el medio ambiente, se han desarrollado los nuevos insumos agrícolas trabajando inicialmente en la producción de extractos de algas a escala laboratorio y piloto para aplicar en cada cultivo”, tanto de patata como de lechuga y vid.

Al mismo tiempo se realizaron “ensayos de crecimiento inducido y pruebas para encontrar las dosis óptimas”.

Fertilizante en campo

Las algas preparadas como fertilizante en campo, como componente de sustrato de cultivo y como bioestimulante ofrecieron “resultados prometedores, destacando especialmente su capacidad de aumentar la aireación del sustrato a medida que la dosis de algas es mayor, lo cual resulta muy útil para airear sustratos que tienden al encharcamiento”.

El extracto de algas tiene “un enorme potencial como agente protector y/o preventivo contra enfermedades fúngicas de la vid

A su vez, los efectos de las algas deshidratadas como fertilizante “han mostrado impactos similares o mejores que el tradicional estiércol de vacuno en cultivos de lechuga y patata”, indican las conclusiones de este trabajo científico.

En las que se hace constar que “los ensayos con bioestimulantes están dando unos resultados significativamente positivos y muy prometedores en los cultivos objetivo del proyecto”.

Patata comercial

Y no solo por haberse detectado una menor incidencia del mildiu en la vid, como se indicaba anteriormente, sino también por el “incremento del 74% de la producción de patata comercial con respecto a la muestra de control”, y por “el aumento del 48% en el peso de la lechuga”.

Todo esto son, hay que insistir, solo algunos ejemplos de lo mucho que se está trabajando en los viñedos desde el punto de vista del I+D+i.

Baste recordar que hace apenas un mes Martín Códax anunciaba su participación en el BigPrediData, un “proyecto estratégico de consorcios de investigación empresarial nacional que tiene por objetivo desarrollar soluciones tecnológicas 4.0 de predicción del rendimiento vitícola a largo plazo y de prevención de daños por enfermedad, sequía y helada derivados de la influencia del cambio climático”.

Diferentes coyunturas climáticas

En sintonía con Viñedos del Río Tajo, Bodega Matarromera, Dcoop, RawData, Afepasa, Universidad Politécnica de Madrid, el Centro Nacional de Supercomputación, Ainia Centro Tecnológico, Universitat Ramón Llul, Universitat Rovira i Virgili y la Universidad Politécnica de Valencia, lo que se busca es “generar un conocimiento útil para el sector vitivinícola".

Y la intención no es otra que permitirle "predecir el comportamiento del cultivo de la vid ante diferentes coyunturas climáticas que inciden en el rendimiento de la cosecha, en la aparición de plagas y enfermedades parasitarias, así como en la disponibilidad hídrica o en la aparición de heladas”.

Avanzando en todo ello “se podrán ofrecer alternativas a los productores que garanticen la sostenibilidad y eficiencia de sus cultivos y, consecuentemente, su competitividad a largo plazo y en un contexto condicionado por el cambio climático y la incertidumbre económica.

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