Cuesta creer que sean necesarios tantos guionistas para una película que aporta muy poco a nivel argumental, aunque entretenga, y que apela sobre todo al estómago, visualmente hablando.
Hechas ya las presentaciones, y aunque hay alguna escena con química entre los protagonistas, la artillería es sobre todo visual. Será porque Abrams le cedió el testigo a Justin Lin, el de "Fast & Furious", pero esta vez la sensación es la de estar en un parque de atracciones en donde el contenido pasa a segundo plano. El resultado es más anodino que los precedentes, aunque los personajes de Gene Roddenberry sean tan irresistibles que, incluso reinterpretados y simplificados, aguantan lo que les echen.